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Intervalo
Oscar Wilde: Cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre siento que debo estar equivocado.
Recuerdo al Ernesto frente a la pared de yeso divagando entre líneas oscuras. Eran tres árboles enormes que no compartían más que las raíces y sus siluetas.
Uno, imponente y amargo, marcando claramente la vertical del cuadro; con pajaritos que revoloteaban a su alrededor, una choza interna, un hombre que escupe a la realidad, y que la escala con su larga barba rodeando el tronco, sin saber si evita el caer del árbol o del hombre.
El otro, algo más oscuro, respondía exactamente con la horizontal que cruzaba por el punto de fuga, tal vez un poco curvo. Se lo podía ver como habitualmente se ven las sombras de las cosas, de un color verde más oscuro que el césped. En una ronda de circunferencia bastante mensurada, sentase sobre el mantel, había un picnic donde cada uno con su sándwich contaba sus historias de la mañana.
Él último de estos hace un ángulo cerrado aunque altamente perceptible, hacia el hemisferio inferior de la horizontal central del yeso. La cortaban distintas transparencias celestes: Aureolas se reproducían en las caídas de diferentes gotas que separaronse del lago, para abrir espacio al niño en caída libre que -saltando primeramente de un trampolín- en el instante de la foto tiene sumergido en el agua del pecho para abajo (hacia la cabeza).
En la esquina inferior derecha, del otro lado del reflejo acuífero del árbol sólido, se encuentra una cámara fotográfica que apunta discreta al punto de fuga de los tres pedazos de árboles de agua, madera y sombra.
Pienso en el trípode de árbol y no se a que pata creerle: La que me golpea si olvido verla, la que quita soles para darme prados, la que deja matarse en cada chapuzón.
Capítulo V
Era un albatros revoloteando casi sin juicio, buscando aquel palo borracho en donde apoyarse por lo que le queda de eterno. La brisa cantaba entre sus alas abiertas, respirando su libertad amplia y a la expectativa. Las intromisiones colectivas dormían a estas horas. La presión atmosférica disminuía, indirectamente proporcional a la altura alcanzada. La cuestión es morir libre como el viento. El palo borracho más alto la esperaba, junto a la felicidad perpetua. Hasta que despertó.
El ojo izquierdo me traslada a la vigilia. Adrián me grita desde el otro lado.
-Voy yo mi amor. – Le digo al Alberto que me responde con emes. Me pongo la bata y paso a la habitación contigua a la nuestra. El bebé llora, debe tener hambre. Voy a la cocina y pongo a calentar la mamadera. Tamboleando le canto Plegarias para un Niño Dormido; precioso cierra los ojos: creo que sueña un cuento.
Mientras espero que enfríe la leche, Alberto aparece dándome un beso.
-Te preparo un café.
-Prefiero un mate.
Charlamos cotidianamente a la vez que le doy de comer al Adriancito.
-Hoy a la tarde voy a visitar al Ernesto.
-Tené cuidado con ese tipo de gente.
-Sí, son mucho mejores, me pueden hacer daño.
-Sabés de qué te hablo.
Le beso la mejilla y le deseo un buen-día-en-la-oficina. Me devuelve una sonrisa, acaricia la cabeza de Adriancito.
-Adiós precioso.
Desaparece tras la puerta dejándome soledad.
Caracruz- Ya quiero acción loco, no me banco ésta mierda.
Quimey- No seas apacible, tiempo traerá el tiempo. El entrenamiento es necesario, sino nos comen vivos.
C- La ansiedad me come vivo. Tengo unas ganas de reventarles la cabeza a todos esos hijos de puta.
Q- Ya te bañarás en piletas de sangre imperialista, por ajora contentate con esto.
C- ¿De dónde lo sacaste?
Q- Vo’ fumá tranquilo, que mañana está tan lejos.
Pequeño pedazo de vida duerme en mis brazos en total silencio, indefenso. Demasiado silencio. Demasiado indefenso. Todo gris. La llamo a Marta para que me cuide este pedazo de oro.
Los parpados caobas apenas entreabiertos unían con líneas los infinitos puntos que lo rodeaban. Elefantes blancos reían inmóviles, abrazados en líneas de tiempo harto espesas que, condenados, formaban el reflejo de luz en la botella vacía de aire, mas llena de humo. La botella está por estallar, aunque no sea físicamente posible, sin la herramienta adecuada, lograr que el gris ejerza suficiente presión; pero una mirada de profundidades oceánicas no reconocía esta razón hasta seis segundos después o siete segundos antes. En suma, lo desconoció por un periodo aproximado de entre tres o cuatro horas.
Caracruz veía sus manos, empapadas, chorreando litros y litros de humo, que iba vertiendo en la botella vacía de aire, hasta que se le hizo interminable. Sobándose contra el césped, intentó en vano secárselas. El humo seguía fluyendo indefinidamente entre surcos, uñas y dedos. Enfurecido ya, Caracruz aumentó la fricción, pero cansado del ineficaz césped, probó en la tierra seca. Pequeñas piedras perforaban lentamente la piel tierna que respondió el asedio con sangre. Momentos luego, finaliza con el franeleo -flagelo- y miró sus manos confundidas entre el gris rojizo y el bermellón grisáceo. La imagen conjugaba fielmente la gama cromática que alcanzaban los dos extremos y, quedando ahora sus ojos estupefactos, vio desaparecer su mano detrás de la botella, por fin en acción de estallido contra el suelo, dejando correr los dos litros de humo por los pulmones de Quimey.
Ésta Marta siempre laburando. No hay otra bonito, me vas a tener que acompañar para conocer al tío Ernesto. Que papi no se entere, eh?
Vicente- ¡¿Qué hacen ustedes dos con eso?, espero que no sea de mi plantación!
Quimey- Bajale un cambio Zurdo, no te podés tomar todo tan enserio.
V- ¡Cuántas veces les dije que no me toquen las plantas!, valen más que sus vidas.
Caracruz- Discúlpeme comandante. No sabía que era suyo.
Q-Un comunista reclamando sus propiedades privadas. Qué loco, ¿no?
V- ¡Ahora van y me hacen veinte vueltas!
C- Como mande comandante.
Q- Sí, mañana.
V- ¡Es una orden directa! sabe que soy su superior.
Q- Ajora haciendo diferencia de clases, esto se pone cada vez mejor.
V- Usted no me contesta así, siempre es importante un líder que delinee el camino, sino este se mediatiza: el pecado de la democracia.
Q- Bueno, te dejo Zurdo, gritá todo lo que te venga en ganas. Me voy para la Casa de Desquisidades. Las molotov no les importan como les contesto.
La absoluta blanquitud acolchona las paredes. Botones blancos en pozos blancos, en un suelo blanco, en un techo blanco. No después existen los colores, únicamente la suma de ellos. Ni mis manos rosas puedo ver dentro del encierro de la camisa tan blanca.
Dijeron que con este procedimiento evitan que me haga daño. Daño. Me han comer rapado hasta las extremidades. Me queda apreciar mis pestañas, oscuras, entreabiertas; mis parpados rojos a contraluz, mi nariz entre invisible y rosa.
Enfermero-Ernesto, tenés visitas.
María- Hola ¿Cómo has estado?
Ernesto- Encerrado blanco.
M- Acá te presento al Adrián, mi hijo, que belleza, ¿no?
E- ¿Podría cargarlo comer?
M- Sabés que no podés.
E- Sé que ustedes no me dejan.
M- No la compliques. Es por tu bien.
E- ¿Qué bien me puede hacer el encierro?
M- Eres nocivo para tu salud.
E- Salud, maldita salud. La salud es cero, es la nada, es la inconsciencia en masa. Tiene el mismo efecto que la puta humildad. Uno se encuentra sentado en una habitación sin sillas y ya está sano, humilde y santo. En el preciso instante en que abrís la puerta, te ponés al tiro del pecado. Te ponen límites de tiza en la cabeza. Es un ejercicio el pararse y tomar el borrador. El camino se hace perpetuamente más corto.
M-Pero el mundo es de tiza, y no hay vuelta que darle.
E-Ustedes no me dejan darle la vuelta.
M-Entonces juguemos: trata de ensuciarte lo más posible de blanca tiza y convenzo al médico para que me dejen traerte lienzos así podés... paz
Computadoradedoinformehablotecla. Señor, ¿cómo le va?, qué me importa su vida, es mi deber preguntar, por mi salud laboral. Computadoradedoinformehablotecla. Entra él y cien kilos de celulosa solucionada en tinta sobre la mesa. Computadoradedoinformehablotecla. Alberto Krallian, para servirle. Computadoradedoinformehablotecla. Quiero gritar y no debo, no puedo, no quiero, no Computadoradedoinformehablotecla. Los ojos se vuelven rojos de cansancio y odio, blancos de nada y papeles, negros de soledad y tinta. Computadoradedoinformehablotecla. Faltan diez minutos. Computadoradedoinformehablotecla. Faltan cinco. Computadoradedoinformehablotecla. Me quiero no debo. Computadoradedoinformehablotecla. Son las dos, hora de huir. Entro en el auto. El cielo es grande azul y María es casa con la comida hecha y vale el día.
Silencio de hormigas caminando no logro dormir. Toda la paz aglutinada en la Casa de Desquisidades. La gasolina y el jabón por un lado, la cheditta que conseguimos de Nicaragua por el otro. Nueve de nitrato de potasio, tres de carbón vegetal y dos de azufre. Nitrato amoníaco y fuel–oil. Gasolina, botella, aceite y tela inyectada.
Esto reventará y llamará demasiado la atención. Salgo a caminar y despejar así las ideas. Algo huele a rancio en el ambiente. Sombras bailan en la carpa del Zurdo; a esta hora despierto y se dice un guerrillero. Mejor voy a pedirle disculpas, no puedo conmigo. La sombra saca un arma con la mano derecha: la derecha. Apunta al suelo: eso no puede ser bueno.
En un correr salto para entrar en la ventana de lona y tacleo de paso al intruso. Forzamos en el suelo, cuando logra colocar su revólver en mi mejilla y una bala destroza su ojo menos hábil. El zurdo que duerme siempre con su desert eagle bajo la almohada. Metrallas empiezan a repiquetear perforando la pared oeste de la carpa, mientras le responden más metrallas desde el jardín del Zurdo. El desert eagle alcanza mis dedos y Vicente que busca su vieja y malgastada máuser al pie de la bolsa de dormir.
-Me voy para la Casa de Desquisidades.
-Está bien, yo lo cubro.
A contrapelo de los proyectiles en Navidad ruedo por la pendiente, después de pasar por debajo de la lona. El zurdo amplía una de las perforaciones de la pared y no le para al fuego. Llego para pasar por la puerta y casi me como un tiro del Beto que encontró trinchera en mi edén.
-¿Qué mierda pasa?
-No sé, llegan de los prados.
-¿Cómo hicieron para ubicarnos?
-Debe haber una rata dentro, encima las municiones que no nos sobran.
Termino los últimos retoques de las molotov, ajusto un par de tuercas del lanza-proyectiles y el Beto dale con la kalachnikov. Aparece Caracruz con un roce en la muñeca, nada grave en realidad.
-Qué placer sentir la sangre entre los dedos, ¿no?
-Prefiero la sangre de aquellos.
-Bueno, vos también. Dale, tomá esto y andá para lo del Zurdo que está en bolas. Cuando sea el infierno nos rajamos para las minas.
El Beto me acomoda el lanza-proyectiles y empezamos a llover bombas incendiarias para los cuatro vientos; mas cuando se nos acabaron las municiones, prendimos mecha y nos disparamos para la mierda. El estallido respiró hasta la Patagonia.
El lienzo transparente detrás de los cabellos de mis pinceles empieza a decolorarse: se hace sombra, se hace relieve, se hace mundo, pasa a blanco existir, de ventana contemplativa a la acción del después estar, de vivirlo y nunca más pensarlo. Se derriten los ocres sobre las caobas que muestran la mesa. Busco el negro que no encuentro. Le grito al enfermero, conseguidme pintura negra. Perdoná, no creo que halle ninguno en todo el edificio. Entonces conseguidme carbón, cómo dibujar una mano negra sin tener comer carbón.
Swadeshi se concentra en una fogata en las minas, mientras que en penumbras de almas se sienten sonar ciertos rugidos.
Vicente- Sus ojos me quieren decir algo.
Caracruz- Sí, puede ser.
V- Pues vomite tranquilo.
C-La otra noche lo vi al negro salirse del campamento entre precauciones y pelando continuamente el ojo para todas las direcciones.
La oraciones no llegó al punto que rápido la zurda vació el cargador y la cabeza del Negro.
Beto- ¿Qué mierda hacés?
Quimey- Matando a propios se nos complica loco.
V- Era una rata.
Q- Ah, lo decidiste, está bien.
V- El Caracruz dice que tenía salidas sospechosas por la noche.
Q- Y le comés la vida en una sospecha.
V- Estamos jodidamente en el aire. No puede haber la más sigilosa duda, la revolución está por encima de nosotros.
Q- Entonces no estaré en ese nosotros.
V- No puede rajarse ajora, ya sabe como son las reglas.
Q- Sí, con algo me tengo que lavar el culo.
La zurda gira rápido la mauser. Miradas volcánicas penetran apuntando en miradas oceánicas.
V- Sabe que no le fallo.
Q- Nunca fallan los tiros que no se hacen.
Quimey se hace sombra en dirección opuesta.
B- Dispárale pelotudo, es muy peligroso.
V- No va a abrir la boca.
Ernesto no se detuvo luego de terminar con su pintura a carbón, y empezó a pintar manos de diferentes índoles por las partituras del lienzo, emborrachando de alegría y desazón a toda la institución. El nivel creativo y artístico de aquellas pinturas era indiscutible, pero no eran más que manos, unas tras otras. Ernesto no comía, no acudía siquiera a sus necesidades fisiológicas. En hora buena, nunca le hizo falta pintura marrón.
Aunque eran miles de manos -acabados los lienzos, seguía su tarea en paredes, pisos, escaleras– nunca realizaba dos manos idénticas. Sea por un pulgar, un color, una uña, un algo: todas eran únicas.
Un sótano llamaba su caída. El mundo no terminaba de existir. Quimey lloraba cientos de lluvias en el desierto que rajaba el calor con la mirada. En campamento, sobre la playa, junto a los hippies de turno, carcomía los pasajes de vida en nadas nadando en la playa y caminando en el mar. Eran seis o siete en derredor del fuego, guitarra en mano, cantándole a lo efímero, al sinsentido que gira en causa-efecto, con la fe puesto en el pathos y nunca en el ethos. O ethos sin logos. El hombre de las miradas de profundidades oceánicas se hacía lago, río, canal, charco. Desde el charco ve al hombre. Lo ve nacer, crecer, reproducirse y morir. Lo ve morir indefinidamente, indefinidamente de hambre, de hambre sobre todo. Ve las fantasías absolutas aplastadas por lo efímero de una vida sin suficientes siglos. Pensó que no le queda más que morir en nombre del hombre. Mirando el cielo pierde su nariz. Buscando a Dios ve perder, como Yo, nombres, apellidos, Marías. Su omnipotencia es estar en todos lados, que significa estar en ninguno. Ve la vida y no hace la vida. Uno no ama más que por sus besos y caricias. No será jamás ni nunca Dios: será hombre y pondrá un absoluto que rellene los baches, un bello delirio que justifique vivir en este lugar. Cerrará los ojos y caminará siempre hacia delante.
Un fogón entre seis o siete que canta su canción, y escucho sólo mis oídos.
Lanza lamiendo la sal
el fiero hierro de un comensal
que pide comida y dignidad.
Y el pibe que empieza a caer.
b
Poca cosa en la tierra puede con tantas manos en las manos de aquí para allá, la señora no tiene tregua, mas como dije antes, pocas cosas no significan ninguna. María pidiendo permiso se aparece bajo el aura de la puerta con niño en brazo y el brillo delgado en las pupilas casi cerradas de Ernesto abrazaban al tierno milagro de Adrián, que reía bajo los dedos juguetones de un desquiciado que no olvidará jamás tierra alguna donde la esperanza de la sangre sensible e inocente sea el río en el desierto. La putrefacción se volvía de nieve y en retirada se presentan ante el verano de las manos blanquísimas que sólo mete cosas a sus bocas.
Ernesto- Realmente después es un ángel.
María- Disculpame si no lo traje la última vez, es que mi marido no debe enterarse. No tiene mucha confianza en los locos.
E- Los débiles le temen a blanco lo que no conocen.
M- No podés tener tanto desprecio en tu corazón. Si la autenticidad pura te vale las personas, no creo que valga realmente.
E- Convivir con una María y un Adrián me alcanza.
M- No seas hipócrita. Cuántas veces te habrás soñado sin estas paredes de hospital.
E- Me comer he soñado más frecuentemente sin piernas.
[no hay capítulo VI, sigue en el VII:
http://www.loscuentos.net/cuentos/link/396/396319/ ]
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