Comprar una cazuela de tamaño mediano; lo suficientemente grande como para que uno pueda verter todos los ingredientes y lo suficientemente pequeña como para que estos mismos se mezclen y formen una perfecta armonía. Llenar la olla de agua y hacerla hervir. Inmediatamente después, introducir el muégano, la canela y las frutas secas y descansar la mezcla a fuego lento por diez minutos exactos. Pasados los diez minutos, agregar una jarra de azúcar –dejar que la niña más pequeña de la casa decida el tamaño de la jarra– y una grande y jugosa chuleta de cerdo adobada. Aumentar la intensidad del fuego y revolver lentamente, luego verter los dedos de panda, las pancitas de luciérnaga y doscientos gramos de piloncillo. Batir por quince minutos luego disminuir el fuego al mínimo y dejar que la mezcla asiente por dos horas.
Pasadas las dos horas, invitar a la cocina a las tres ninfas vírgenes y hacer que cada una escupa dentro de la cazuela –repetir éste paso con los cinco leñadores y con las dos princesas gemelas. Para intensificar el efecto de la sopa, en alguno de los intermedios, váyase a caminar alegremente por la calle y acérquese al primer vagabundo que vea y ofrézcale un poco de comida. Justo cuando el pobre e indefenso nómada esté a punto de morder el precioso pedazo de ternera, retírele el plato y tenedor, conéctele un buen zape en la nuca, y aléjese corriendo (habría que notar que este paso es enteramente opcional, aunque si decide hacerlo, no sea un patán y regrese con el vagabundo y déjelo comer en paz). Completar la mezcolanza con unas gotitas de sangre de buitre y firmar el conjunto con apenas unas lágrimas del semen de un hombre justo. Dejar que se enfríe y tire todo a la basura, que si logró completar el procedimiento seguro que usted ya es feliz.