Un inestable mental, creo que eso soy, un necesitado que se descompone ante cualquier situación que no controle, que cambia completamente de postura afectiva, dependiendo de la persona que se le pare enfrente. Pero hay un ancla en mí, ese conjunto de información que ha provocado un desapego, una irresponsabilidad y una inmoralidad naturales, no colocadas ni adoptadas por convicción, sino un simple resultado que se refleja en mi comportamiento. Y no digan que estoy siendo reiterativo. Me importa dejarlo claro.
¿Qué es más importante: el original desborde creativo o un frío y calculado trabajo para lograr una gran obra? ¿Importa más el resultado para la posteridad, o la satisfacción que obtendrá en artista por su realización? Después de todo es la vida del artista, y eso es todo lo que tiene: la sensación experimentada, su única oportunidad real para gozar con lo que haga; la posteridad es tan sólo una fantasía y lo que en realidad cuenta para él, son las conexiones cerebrales placenteras, que logre coleccionar.
Saco de quicio a la gente. Lo sé. Yo me soporto, porque no me queda otra opción, o tal vez esa sea la causa por la que me enajeno, canjeo mi identidad por la de los personajes y me nace hacer esta serie de locuras, pero no esos desvaríos torpes que algunos copian de grandes personalidades, como bailar borracho en orgías o dispararle a la pareja en la puerta del vecino. Por eso, por no soportarme, me es tan importante sentirme acompañado, alguien que me hable de sí y aleje al “mí” que tan empalagoso y desbordante de amabilidad, cariño, seducción, sensible a que los demás lo desaprueben o lo abandonen, es. La cama es un buen lugar para esto. Sólo necesito sentirme atraído por la persona, pero también sirve la Internet, los mensajes por celular, antes eran las llamadas telefónicas, pero ya no es así desde que me sucedió lo del oído izquierdo. El asunto es que no puedo parar de necesitar. Al encontrarme con otra persona, ese tipo de personas que nada más aparecen unas cuantas veces en la vida, la considero parte de mí y me parece extraño que se marche. Y obvio tiene que irse, y lo hace abrumada, y claro que es así, porque los trato tan bien como me gustaría que me trataran a mí, y con tanta furia por no ser “ellos” “yo”, ni “yo” “ellos”.
Pero no hay prisa por obtener conexiones cerebrales ni con dejarse de sentir abandonado. No hay que obligar nada: todo sucede poco a poco. A mí me gustan las palomitas acarameladas, el éxtasis, la falta de luz cuando se acerca la lluvia, pero sólo obtengo esto en la oportunidad que se presenta. Seguro se presentarán más momentos parecidos, y no veo por qué forzar las cosas. Lo mismo es con las malas experiencias, de las que no he podido ni podré huir.
Creo que es un buen día para emborracharme.
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