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Roger terminó de inventar, por fin, esa sutil coraza con la que siempre había soñado. Se trataba de una malla electrónica reforzada con algunos elementos que eran un secreto absoluto y que, por supuesto, no patentaría y sólo lo usaría para proteger a sus familiares y amigos más cercanos. Y esto, porque sabía que si su invento se extendía en el orbe, ganaría millones y millones de dólares con tan maravilloso aporte para la seguridad ciudadana. Pero, al poco tiempo, los delincuentes también se apertrecharían de tal elemento y serían el doble de criminales y dueños de la más absoluta impunidad.

Tan poderoso era este traje protector, que si un bandido disparaba un balazo a diez centímetros de él, la bala rebotaría y con suma certeza, se incrustaría en el cuerpo del malhechor. Del mismo modo, si un adoquín de varias toneladas se desplomaba desde la altura de unos veinte pisos, éste chocaría con la coraza y se haría añicos en el piso. Pero, el traje no sufriría el más mínimo raspón.

Ese día, después de realizadas todas las pruebas habidas y por haber, Roger se encasquetó aquel traje y se preparó para salir a la calle. En rigor, cualquiera que lo viese, no notaría nada especial en él. El hombre se sentía más liviano ahora que sabía que era invulnerable y, por lo tanto, ansiaba que un grupo de facinerosos saliera a su encuentro y se rompiera sus dedos tratando de atacarlo. Para ello, se dirigió ex profeso a las callejuelas más peligrosas del orbe e incluso, aguardó, sentado en un bar de mala muerte que la noche se desplomara como un negro antifaz, ya que era todo un hecho que las sombras eran las mejores aliadas de los delincuentes.

Después de beber un par de cervezas heladas, Roger salió vacilante de aquel tugurio y caminó hacia lo que suponía era la madriguera de los malevos. Unas luminarias mortecinas dejaban caer sus luces opacas sobre su elegante traje. Para acicatear el instinto de los bandidos, había elegido sus mejores prendas, aunque faltaban luces para iluminar aquel extraordinario reloj de oro que apenas brillaba en su muñeca, bajo esas mezquinas candilejas.

Como casi siempre sucede, el azar dispuso que aquella noche no se cruzara con ningún delincuente. La madrugada emergió como un baldón para su alma y regresó a su hogar muy fatigado, ojeroso por el insomnio y frustrado a morir por no haber podido probar la efectividad de su traje. Rendido como estaba, se tiró en su cama y muy pronto roncaba a todo concierto.

Al día siguiente, al abrir sus ojos un tanto desorientado, intentó moverse, pero, ¡oh desdicha!, su imperceptible traje se había imantado a su somier y era absolutamente imposible que se pudiera mover de allí. Presumió que su esposa había salido a buscarlo desesperada, al no avisarle él de sus planes, por lo que se encontraba absolutamente indefenso en su hogar.

Desesperado, el hombre sintió que la puerta de su casa se abría lentamente y aparecieron dos tipos de aspecto desaliñado y al percatarse que el hombre no se movía, pensaron que se trataba de un inválido y mostrando una enorme carencia de piezas dentales en sus horribles bocas, rieron a con ganas. Luego, comenzaron a registrar la vivienda, llevándose enseres, joyas, computadores y muebles. Cuando la puerta volvió a cerrarse, la casa era un peladero y Roger lloriqueaba tendido en su lecho.

Lo peor sucedió después. Como el traje aquel contaba con una reserva de oxígeno, pasadas ciertas horas, ésta comenzaría a agotarse. Al no poder mover sus brazos, Roger estaba incapacitado para accionar el botón y desactivar el traje. Esta era una célula que se encontraba justo sobre su corazón y bastaba que pasara sus dedos sobre ella para apagar o activar.

¿Qué pasaba con Selma, que no llegaba? ¡En pocos minutos, a no mediar la intervención de alguien, fallecería asfixiado! Trató de gritar, pero su voz fue un maullido famélico que apenas traspasó las invisibles fibras de aquel tecnológico traje.

Ya aparecería su esposa, lo miraría horrorizada y después lo rescataría de aquella pesadilla.
De pronto, vio una carta pegada sobre el cuadro matrimonial que se encontraba sobre el velador. Leyó con desesperación: -“Estoy harta de tus silencios y misterios. Tu salida de esta noche ha sido la gota que rebalsó el vaso. Me voy donde mi madre”.

Un aullido espantoso, que no tenía nada de humano, escapó de la garganta de ese individuo tendido en su lecho, en la posición más vulnerable que pudiera uno imaginar…












Texto agregado el 12-03-2009, y leído por 265 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-03-2009 Genial!!!!,es un cuento magnifico,gracias amigo lo disfrute******* shosha
14-03-2009 Es un cuento entretenido, divertido. Es trágico, cómico. Pobre tipo el de la historia. 5* Azel
12-03-2009 ves m,ucha televisión, confías demasiado en tus altos ideales o tienes madera de martir. Así nois sentimos algunos que cinfiamos demasiado en nustra adolescente osadía para "retar" a los males de este mundo. Me gustó bastante, saludos khlb
12-03-2009 Un magnífico cuento de ciencia ficción!!!!****** almalen2005
 
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