La bola de fuego

Estrepitosamente rápido asciende sobre el horizonte la bola de fuego.
Inconmensurables cantidades de gases se queman cada segundo en su interior originando el color el calor y la luz que siembran la vida en nuestro mundo insignificante.
La bola de fuego nos amanece a todos, con su tono rojizo nos va amaneciendo devorando latitudes. Marca el ritmo de nuestros días, cuando dormir y cuando despertar...
Miles de hectareas de girasoles siguen a la bola orientando hacia ella su mirada respetuosa.
Al mismo tiempo, miles de millones de personas (de seres humanos, de homo sapiens sapiens, de las criaturas más desarrolladas y presuntamente mas sensibles y reflexivas que viven sobre estas tierras) acaecen día a día sin reconocer el más mínimo mérito a la bola de fuego.
Inútil e infame consuelo puede hallarse al recordar que a lo largo de la historia de la humanidad (y de hecho presumo con gran fe en mi certeza que tambien existen hoy en día) existieron civilizaciones y culturas que adoraron al Dios Sol.
Nosotros en cambio, adoramos a “Dios”, Dios, ¡a secas!, ¿dios qué más?... ¿Quién carajo es nuestro dios? ¡Al diablo con Dios! ...¿Al diablo dije? ¡¿Pero quién carajo es el diablo?!




(pido disculpas a todos aquellos que se vieran ofendidos debido al contenido de este escrito en relación a la religión y a su ímpetu)