Entre línea y línea, mi mente desvanecía y era como cualquier cuento viejo lleno de poesía, rebosante en prosas, abundante melodía, por que no quería crecer y entonces he ahí el brillo de mi mirada, pudiese sentir la dulzura de la juventud que reflejaba pero era distante entre mis parpados, caía desquilibrada por el hueco de entre mi mejilla y mi nariz. Era feliz, como decir que no, si todo lo tenia, que era todo entre pagina y pagina que era yo sino una historia con final de portada, amante de mi propia vida lo sé, amante de las líricas permanentes en mi cintura y piernas, ágil y fresca, era yo el fruto en su máximo sabor y pues yo sino ahora, era hermosa. Yo sino siempre, solo un espejo.
Caía sin saber que por más alto que fuese la ley del todo en bajar, podía tornarse en mi prisión, estrangular mis rodillas, desgastar mis codos, en particular caía con la gravedad, con el tiempo que si, se me hizo bastante corto. Hierba en los poros de la piel, como quitarme las marcas de las cadenas.
Entre línea y línea, cráneo ya no me quedaba, por que todo lo que sube tiene que bajar y la repetición siguió siendo mi segunda mano, perdí la sensibilidad en la mirada y mas aún en el tacto, de entre mi cerebro y mis entrañas, por que guardaba mi redención, guardaba en mi cajón la tinta y el pizarrón, los segundos y cansadores terceros intentos, por que lo admito, guardaba hierba en mis poros, de nuevo.
Entre pagina y pagina pude confesarle a mi madre, que fui escrita hoja por hoja en orillas afiladas, fui escrita hasta que el frasco de cristal fue vacío, hasta que el negro no pudo seguir tiñendo mis cabellos, ni mi frente, ni el rinconcito de mis orejas.
Entre línea y línea fui descrita, en una patología maldita, y ya fuesen las sesenta y las setenta y el capitulo de adorada juventud se fue con el marca libros, se fue con el marca tiempos. Se fue marcando mis momentos, fui dibujada en lagrimas de funeral, pues aquella tinta los marchitó a ellos también, y siguió siendo la dulzura de un ayer y de la injusticia de contentarme al ver mis piernas azules y mis codos pálidos, las venas pintaban las hebras que poco a poco fueron cayendo de mi cabeza.
Mamá siempre recordará entonces, cuando la canción termino de tocar, cuando yo en libro me cerré y deje de cantar. Mi mamá siempre recordará que en un cerrar de ojos con pestañas adormecidas y frente lisa, terminé con mi Cáncer.