El Oasis
El calcinante sol de la tarde le lacera la piel del rostro levantándosela como rasgadas láminas de papel.
Deshidratado al extremo de dolorosos calambres, apenas camina arrastrando los pies de lo que muy pronto quizás sea un cadáver disecado sobre las arenas del desierto argelino.
Su boca escamada se abre enorme en busca de oxígeno, forzándolo contra la lengua hinchada que le cierra la garganta.
Hace horas que ve al oasis frente suyo. Desapareciendo y renaciendo tras cada nueva duna.
Desertar de la “Legión” en pleno ataque enemigo, tal vez no hubiera sido buena idea, si no creyera ciegamente en el presagio del vidente que en su paso por Marruecos le vaticinó: “Morirás de manera placentera, y sólo cuando tú quieras”.
“Un maldito desierto no se llevará la vida de este Legionario Bat d'Af'”, deliraba tenazmente convencido del presagio, que hasta talvez fuera cierto, pues pareciera que ningún ser humano hubiera podido soportar este agónico calvario.
Tras la última duna, el oasis se proyecta enorme frente a él.
Entre el verde de arbustos y palmeras, un pequeño estanque de agua cristalina lo atrae como un imán. Entra al agua por inercia, pero su cabeza va girando manteniendo la mirada sobre cinco aves muertas al filo del agua... Sabe lo que eso significa.
Se arrodilla quedando hasta la cintura dentro del agua balbuceando
“Arsénico”
El hipnótico reflejo cristalino y refrescante, le diluye la mirada, llamándolo a sumergirse en él con la seducción del canto de una sirena a su arrecife.
Sonriendo alucinado, sólo se deja hundir suavemente en el néctar que se le desliza por la boca, delicioso y mágico, hacia la garganta, desorbitando sus ojos en una explosión de gozo tal, que su mente extasiada, confunde con el más sublime de los orgasmos a las cuatro fulminantes convulsiones finales.
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