Esa noche la ratoncita salió a caminar. Le gustaban las noches de verano, pues son cálidas y corre una agradable brisa fresca. Así justamente estaba esa noche, cálida y con brisa
¡Qué agradable caminar por mi ciudad cuando cae la noche! -pensó, mientras emprendía su paseo
Se acercó a un puesto de flores, las olfateó y se inyectó de energía, siguiendo su camino y sin percatarse que alguien la miraba desde cierta distancia
De pronto sin darse cuenta de cuándo apareció, estaba delante de ella, un gran oso peludo, que abría sus brazos en cruz y de frente hacia ella con una expresión de asombro esperaba que se acercara aún más. Se asustó un poco esta ratoncita paseandera. Titubeó, pero lo miró a la cara, le sonrió y continuó a pasitos lentos esperando a que este oso se moviera o algo hiciera.
Y cuando ella estaba a escasos centímetros, frente a las patas del oso, pensando que pasaría entre ellas, este oso peludo se inclinó y la tomó entre sus brazos. Le sonrió, la abrazó con ganas y la dejó en el suelo.
A la ratoncita se le iluminó la cara cuando vio la sonrisa del oso y con sus manitos también lo abrazó.
Fue un abrazo cálido y sincero que ambos sintieron ganas de dar y recibir
Una vez en el suelo, lo miró a la cara con una expresión interrogante. El oso la miró entregándole otra sonrisa y le preguntó si la podía acompañar en su caminata. Ella respondió que sí.
Juntos comenzaron a caminar. Primero en silencio, luego el oso le contó que salía algunas noches por distintas calles buscando alguien a quien abrazar. A veces es necesario y reconfortante un abrazo, ¿sabes?- le decía el oso a la ratoncita-, pero no había tenido suerte hasta hoy.
Se encontraba con pocos animales que se quedaran frente a él, y cuando esto pasaba, lo miraban y se daban la vuelta o lo esquivaban
Pero esa noche este oso abrazador encontró una valiente ratoncita que le brindó su compañía... Y así, juntos, caminaron cada noche de verano
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