había llegado tarde ese día.
fue el crepitar de ese último beso que me diste, que hacía rondas en mi cabeza, o fue el pájaro que pasó por debajo de la rueda del auto, o fue ese correo en que me decías que no querías más, que te ibas a donde no sabías. me reí, pobrecita dije.
pero la verdad me demoré en subir las escaleras hasta el quinto piso y buscar las llaves como condenado en todos los bolsillos y, finalmente resignado, patear la puerta tanto hasta que del piso provino un chasquido metálico y las llaves estaban ahí. me pegué un palmazo en la frente. huevón me dije, y siempre me reclamaron por decir huevón en vez del vulgar y simplón weón que finaliza todas las frases. pero en ese momento no me acordé.
quería entrar, sacarme los zapatos y abrir la ventana que da hacia ripley, lamentable ¿no?, no, no para mí.
había llegado tarde ese día, y el suspiro del ala del pájaro de tu casa me empujó lejos de ti, de tu cocina, del sillón, de tu sostén y de tu permeabilidad irremediable de sensaciones que te desordenan las risas y te confunden los amores.
no te entiendo ¿quien podría? si cada vez que vas para el beso te arrepientes con un dedo en los labios y tu mano tapándome a medias los ojos ¿y crees que no te veo bajar la mirada hacia tus zapatos, sonreir mitades de alegría y rebanar de una vez con las palabras el silencio que iba a unirnos? pero que voy a hacerle. asi son las mujeres, unas calientasopas literales y deshambriadas. y me duevuelvo con picazón en la espalda, con arañas insípidas en toda la espalda, sin deseos.
pero había llegado tarde ese día a tu casa y a la mía, y no encontré ni en tu puerta ni en la mía deseos tardíos de hacer algo.
me tiro al sillón y hundo mi nadismo en todo lo profundo de los cojines y el mar urbano que ruge atras del ventanal. me pregunto ¿qué haces qué has hecho qué harás? preguntas depresivas es mejor no hacércelas y seguir con la vida, con la esperanza de que llegará tardía una catástrofe que elevará tus pasos hasta un motivo de existencia.
por mientras, es necesario defenderse de las cornadas que hay en las esquinas de todos los días y buscar las llaves desesperadamente de tu habitación o la mía para repetirte una y mil veces: llegué tarde.