Hace ochenta y ocho días tengo un amorío con la hoja en blanco. He hecho varios intentos de terminarlo, pero no encuentro las palabras precisas. Pienso en ella todo el tiempo y, como en todo buen amorío, estoy mortificada por tenerla ahí sin poder profanar su blancura.
Pasaron veinte minutos desde que escribí -hace-, hasta que puse esta línea. No sé porqué me cuesta tanto trabajo, no es que ame ver la hoja en blanco, no es que odie escribir, no es que no pueda poner lo que siento, pienso o me pasa. No sé que es. Lo que se supone iba a ser un viaje hacía mi misma se ha convertido en una carrera vertiginosa hacía no saber qué hacer, no saber qué decir, no saber cómo actuar. Le temo a la “osada sin miedo a las consecuencias” que era y odio a la “oportunista de acciones seguras” que soy ahora.
Todo empezó una noche mientras caminaba hacía mi casa después de una discusión; tuve la sensación de haberme perdido, entre más pensé en mi misma, más sentí que no me conocía, que era una extraña, que estaba aprisionada en un cuerpo ajeno, en las buenas maneras de la gente controlada, en un amor sin rumbo, en unas decisiones sin propósito verdadero, sin ilusión. Entonces empecé a buscar a la Adriana que había tenido durante todo este tiempo en mi imaginario; inteligente, independiente, atractiva, fiel seguidora del vértigo embriagante de la libertad sin mesura, de los deseos sin represión, de la acción sin golpes de pecho. Jamás controlada, jamás domesticada, jamás sometida, jamás miedosa. Siempre de buenas maneras, pero lasciva, sombría, solitaria y oscuramente feliz.
La he buscado en lugares en los que podría encontrarla. En la expresión física de mi descontento social y la falta de educación moral tácita. En los cigarrillos acompañados por la voz rasposa de Sabina a las tres de la mañana, cuando la noche se pone más fría y el conocimiento de que lo oscuro se está acabando, hace que se disfrute más de su intimidad. En el rastro grisáceo del carboncillo invadiendo la hoja cuando las formas no se posan como las tengo en la cabeza. En la comentario sarcástico hecho en el momento oportuno de la reunión social. En las calles solas que recorro de vez en cuando a una hora prudentemente insegura, sin que nadie sepa de mi, con caminar lento sin afán ni miedo al tiempo que pasa. En los libros viejos que huelen a mi pecho, escritos por otros con letras mías.
Pero solo he encontrado partes de ella, peros y faltas de conciencia, perdiendo de manera parcial en esa búsqueda la única habilidad que podía liberarme de mi monólogo interno constante: escribir rápida, agresiva, fluida e imprudentemente, sin reparar en concesiones, hojas en blanco o licencias públicas, sin miedo al ridículo; mi parte favorita de mi perdida y tan buscada yo, si he de confesarlo.
Ahora que lo pienso no escribir, puede ser un reflejo de mis acciones de ahora, seguras y sin atrevimiento, con miedo de lo que pueda pasar… ¿No los pudre el complejo de psicóloga? Buscándole una razón coherente y constante a todo lo que hago. Me pudre. Me pudre mi reciente obsesión por querer saberlo todo y seguir sabiendo nada, no tener la explicación para mi silencio repentino, para mi falta de ganas, para mi deseo y nostalgia de pasado, para mi testarudez de caminos internos con la mente elevada en mi misma, para mi falta de sentido; sin dejar de obligarme a hacer diariamente lo que se debe hacer, lo que es prudente, lo que se espera, lo que es lógico, lo que tiene que ser hecho.
Claro que a veces, de tanto buscar, me encuentro temporalmente con ella y vivo de nuevo esa sensación adictiva… una catarsis de pasado, de hacer lo que quiera cuando quiera y como quiera, anti-parabólica, sin responsabilidades, sin horarios, sin miedo a la equivocación, ni a lastimar o ser lastimada. Pero justo cuando empiezo a pensar que vuelvo a ser la misma, mi yo miedosa y ridículamente prudente me toca el hombro y me dice:
-Oiga Adriana, mire lo que le puede pasar, no actúe así, ¿De verdad quiere hacer esto? ¿Se siente cómoda? ¿En dónde va a dejar el amor, la responsabilidad y el crecimiento? Usted ya no es así, según la convención social, ya creció ¿Recuerda?, piense en las consecuencias de arrancar para dónde quiere, debe dar el paso apropiado, el trabajo, los hijos, el matrimonio, los estudios avanzados y el éxito laboral, el carro, la casa, la ropa, la universidad de los hijos, envejecer juntos y medianamente felices-.
Y entonces me pregunto, ¿Hacia eso se derivó mi pequeña yo?, porque en realidad pienso en una hija, en envejecer con alguien al lado y no me disgustan esas ideas; y luego recuerdo, añoro y me pregunto cuánto me extraño, sin ataduras, sin anclas, sin más días que hoy, sin planes de más de un día… cuanto me extraño, sin hora de llegada, sin necesidad de dinero, ni posesiones. Me extraño y quiero encontrarme, quiero poder vivir como esa Adriana o… al menos… como una fusión que por momentos me deje ser ella.
Mientras tanto sigo buscándola adentro, no renuncio a que sea mi verdadera yo, sigo caminando hacia mi interior, con paso fulminantemente rápido, con el vértigo de quien sabe que se va a estrellar, perdiendo el horizonte del afuera, sin miedo a no volverlo a ver. Creyendo estúpidamente que encontraré lo que busco con solo caminar por una de las tantas ramas que tiene mi profunda y desconocida Yo. Oh, absurda Yo, que sin conocerse ni aceptarse, añorando lo que fue y sin saber hacía donde va, se atreve a romper su lazo amoroso y secreto con la hoja en blanco, llenándola de pensamientos sin sentido ni brillantez; absurda Yo, que atormentada de sentido se obsesiona con la claridad en este punto de la vida. |