La Argolla
Habían pasado dos meses desde que Javiera y Mario se casaron, cuando a este último le dio por irse a trabajar fuera de la zona, para poder darle a la “Javi” , como le llamaba desde que llevaba el anillo en el dedo, todo lo que nunca le prometió, pero que sin duda, ella se lo merecía.
Recuerdo muy bien haber escuchado mi madre decir; “Al ojo del amo, engorda el ganado”, supongo que se refería a la decisión de Mario de hacer del viaje, una excusa para complacer a esa mujer que había convertido en señora. Fue así que bajo el amparo de ese dicho tan común acá, fue que la Javi dejó de ser señora cuando su señor no estaba.
Al comienzo no era raro que a la recién casada se le “olvidara” ponerse la alianza de matrimonio al levantarse; “Es que como puede ser que se la saque en las noches”, comentaban entre ellas las señoras del sector y nadie prestó atención a las faldas cortas y a los escotes pronunciados, era joven, supongo que por eso se le permitió. Caminaba por la calle, con la bolsa del pan, como si no le importasen los sudores de su marido, por mantenerla, como joya divina en un joyero de madera, y el amor que le profesó, llorando ante el cura en una iglesia llena de gente copuchenta, que solo quería verla casada a la chiquilla de Don Claudio, el eléctrico del pueblo.
Durante unos pocos meses le funcionó, esto de ponerse la argolla cuando llegaba el marido de los 20 días de trabajo y quitársela cuando se iba de vuelta después de una semana en la casa.
A mi lo que realmente me molestaba del Mario, era lo idiota que podía llegar a ser por esa mujer, pensaba cada día que pasaba en lo tonto que estaba por ella y como no fijarse que en veinte días ni en el dedo se le marcaba la argolla, que sentimiento le iba a tener si cuando llegaba después de tantos días sin verla, ella lo esperaba en la puerta de la casa, regando y le besaba la boca con un beso apretado, con un beso estúpido, con un beso sin amor y con la argolla recién puesta.
Él la agasajaba, la llenaba de regalos que no necesitaba, mientras que ella en veinte días, aún no aprendía a cocinar ni siquiera una taza de arroz. Así fue como se fue acostumbrando, el tonto del Mario, a la comida mal hecha; a la sopa quemada; al arroz mazamorriento (casi hecho risotto), a la cazuela desabrida y al charquican con las papas saltonas. No fue capaz de reclamarle nada, nunca, ni siquiera, las camisas que con muy poco tino le plancho y más de alguna vez quemó.
No fue hasta un bendito día en que la Javi perdió la argolla en el desagüe de la ducha del baño, que el Mario abrió los ojos. Ella siempre se quitaba la argolla al bañarse, cuando el Mario se iba de la casa, según que para quitarse el mal gusto de su marido y su olor, se la quitaba y la ponía en un gacho para colgar la esponja, ahí sacaba los 20 días colgando, junto a la esponja, la argolla de oro con el nombre de Mario colgando también, con sus amores y sudores por su Javi. Se le callo un día que inventó excusas para que la visitara el buen joven del colegio de en frente que tenía algunos dotes de gasfitería y de Don Juan de Marco, Remigio. Aún que si bien, la Javi, tenía problemas de gasfitería todos los miércoles a eso de las seis de la tarde en la ducha de su casa, nunca me la imaginé como la vi ese día en la tarde. Llegó a mi casa toda mojada, envuelta en una toalla blanca y un poco desesperada.
-Chelita, teni’ que ayudarme, ya sea por amigas o por cómplices.- Me dijo sin dejarme ni suspirar al verla en esas fachas.
-Por amigas, jamás mi linda, mira que de lo poco que te conozco, ni amiga tuya quiero ser.- Le dije al instante, pero me interrumpió con ese burdo chantaje.
-O me ayudas o hago correr el rumor de tus besos con el Luchito cuando pololeabas con el Jaime.
-Entonces por cómplices.- Dije y sin darme cuenta ya iba camino a su casa mirándole la humanidad al descubierto, que se le veía mientras caminaba con la toalla toda mojada. Al entrar en la casa lo primero que vi fue agua, agua mucho agua, en el piso y sillones, luego un hombre inconciente en el suelo, desnudo y sangrando. Quise decir alguna estupidez de esas que se me vienen a la mente cuando la veo salir toda cocoroca de su casa, pero solo pude reírme y le dije. –Dime que este es con el que culeas cuando tu marido no esta y yo me voy ahorita mismo de acá.- Pero ella me detuvo en la puerta, si la hubieran visto, sin ropa, parada en la puerta y llorando algo asustada.
-Chelita, es que se calló y se rompió la cabeza en la percha y no sé donde callo la argolla.- A esas alturas, yo estaba segura que dignidad a esta mujer, se le había ido por el desagüe junto con la famosa argolla. Así fue como le ayude con el pobre del Remigio que por un mal paso piso el jabón y se fue al suelo con percha, esponja, argolla y Javi encima. Limpié con ella toda la casa, recuperamos la lucidez del Remigio y lo mandamos para su casa sin tiempo de despedirse de nadie, secamos la casa porque el tonto del Mario llegaría al día siguiente. El único problema recaía, ahora, en como limpiábamos el recuerdo de todas las viejas de la población que la habían visto andar en toalla por la calle pidiendo mi ayuda y mandando a un Remigio todo mojado y lleno de sangre fuera de su casa, no lo hicimos y apelamos a la buena conciencia del Mario y su incapacidad de pensar mal de la gente para que la Javi se salvara.
Al día siguiente llegó el Mario y la Javi, estaba en la casa, regando, algo lo detuvo en la reja de la casa, creo que fue ver el dedo desnudo de su esposa, porque entro en la casa y ni la mirada le dirigió, a los minutos salió de la casa nuevamente, pero ahora con un bolso grande lleno de lo que debe haber sido la ropa de ella, porque sin ni siquiera dejarla cortar el agua, la agarro del brazo y partió caminando con ella a la rastra, mientras entre súplicas ella lloraba y una comitiva de viejas le seguían gritando leseras, entre ellas estaba yo.
En un par de minutos estaba en la puerta de la casa de Don Claudio, no le dijo nada, solo le paso el bolso de la Javi y a la Javi, como si fuera bolso también y sin decir palabra alguna se fue. Ahí, estoy segura, al Mario se le quitó lo tonto.
Dos meses después, el divorcio le salió y un año después la Javi se caso con el Remigio y tuvieron 10 hijos, todos, concebidos en la ducha y yo me quedé con el Mario, quien después de seis meses de casada la Javi, llego a mi casa y me golpeó la puerta impávido como siempre.
-¿Si te pido que te cases conmigo, te sacarás la argolla algún día?-
-Nunca.- Le respondí yo y finalmente nos casamos al día siguiente.
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