Hay días como hoy que me cuestiono la vida, los parámetros en los que nos desenvolvemos, las definiciones obsesivas de la sociedad, el tiempo, el trabajo las normas en general y me resisto a admitir que por comodidad no vivo según mis más intimas creencias.

Sé que no es un sentir exclusivo mío, que muchos y casi digo que todos, alguna vez pasa por este estado, la comodidad es la que nos gobierna, nos lleva a tolerar, a encontrar lógico y normal muchas situaciones y vivencias sin hacer el esfuerzo por cambiarlas.

El tiempo por ejemplo, hace no mucho la definición de año tal y como lo conocemos ahora no existía, en realidad que sentido tiene controlar que una persona tenga un tiempo vivido en años, es decir, que mas da para la vida real de un ser humano la subdivisión de la vida en números, y concatenar con esa subdivisión las posibilidades de vida, los logros, los recuerdos, e incluso nos lleva a castrar sentimientos y acciones, por no encajar dentro de las definiciones sociales.

La gente nace, vive y muere y dentro de esas etapas esta la magia, la vida como tal ha de ser nuestro más importante foco de atención, continua y conciente, sin importar que número o escala aplicar para subdividir, ordenar o encajonar ese espacio. Sin embargo nos obsesionamos con los años, con el orden de algo que ya tiene su orden y equilibrio. Intentamos de alguna forma equivocada armonizar lo que ya tiene su armonía y logramos lo opuesto, desarmonizar la vida.

Se puede extender ese desorden, externo a nosotros, que crea el tiempo, con los demás aspectos de nuestra vida, la acumulación de bienes materiales, la casa, el coche, el trabajo y sus premios como el dinero y las vacaciones, y es curioso que estas últimas sean un espacio de vida, que nos permitimos romper la rutina y no nos damos cuenta que ese ha de ser nuestro estado natural, no estamos atentos, observantes, a esa tranquilidad que nos proporciona el apartarnos de todo por lo que creemos que vivimos.

Alguien se ha ocupado de hacernos creer que la vida ha de ser sacrificio en aras de ilusiones y objetivos, algunos de ellos creados por nosotros mismos y otros impuestos por la educación, la sociedad o las religiones. Sacrificio por hijos, futuro, vejez, felicidad, me pregunto ¿ qué nos ha llevado a pensar y creer que el sacrificio a de ser el vehículo para la felicidad?.

Por otro lado la palabra sacrificio que tanto usamos en nuestra vida, se ha convertido en una excusa, una mentira que nos consuela y nos oculta que no hacemos lo que nos proporciona paz y amor interior, nos impide ver que la vida es maravillosa y un don que no volveremos a tener. Sobre todo porque llega un momento en que la vida se detiene y sobreviene la muerte.

Aceptamos y nos llenamos la boca diciendo que nada es más importante que la vida, que los problemas se tornan insulsos y sin sentido ante la gravedad de perderla, ¿Y? Sólo eso, nada más, no hacemos en realidad nada, nos volvemos a hundir en la carrera de una vida gobernada por cualquier definición o parámetro inventado, en vez de hacer un alto real y definitivo, un alto que nos lleve a conducir nuestra existencia llena de nosotros mismos, llena de amor, paz y felicidad, felicidad sólo por vivir.

Me paro a pensar qué pasos dar, qué cambiar para encontrar esa paz, qué solución hay a lo planteado, y encuentro varias respuestas que no me satisfacen. Enfocar las normas, los parámetros sociales en donde nos desenvolvemos como algo secundario, como parte de un todo que no debo dejar que se torne el todo, pero ¿no es engañarme también?. En la respuesta a esta pregunta puede que esté la verdad.

El trabajo y las posesiones han de ser un instrumento que nos permita vivir en el crecimiento interior y nada más, nos son dados, ya estaban antes de nacer y seguirán estando una vez que morimos, en realidad no nos pertenece nada, sólo lo utilizamos temporalmente y de la justa ubicación que hagamos de ello dependerá que alcancemos o no la paz interior, la armonía y la felicidad.

El tiempo, como definición externa a la vida en si, las normas sociales, las religiones que decidamos adoptar como válidas, y demás definiciones y parámetros, podemos acoplarnos cómodamente a ellos, a la vez que cambiamos lo que no encaje en nuestra concepción de existencia. Y vigilar de no llegar al extremo de cuestionarnos, que ese cambio de enfoque, pueda desorientarnos del verdadero norte a seguir, y por ende nos desvié la atención y la conciencia, de la vida que se nos ha dado.

Para finalizar, si cualquier cambio que realicemos, nos produce un mínimo de inquietud, sabremos que no estamos en la línea a seguir. En este punto ya es fácil, solo hemos de guiarnos por nuestro interior más puro, porque nunca erraremos si nos dirigimos hacia donde nos indica el yo real que tenemos dentro. Algo que creo firmemente.




Nelson Molina, escrito el domingo 21 de septiembre de 2008