Mientras escucho el olor de la noche y el sonido de los barriles se escurre entre mis oídos, veo a la mujer que amo entre dormida, con sus caderas afiladas y tibias como el calor de la noche cubana, con sus pezones rojos, fuertes y domables, así la veo, pacifica ,escondida del mundo ente las sabanas negras y los ojos cerrados, entonces pienso que el tiempo y los años de la hierba se escriben a veces con el tedio total de las horas y los días del Vesubio, pienso en los millonarios y en los pobres, en los olvidados y los muertos. Desmones y Vesta se esconden bajo la hoguera de las vanidades y las luchas de los pueblos clandestinos, que nadie reconoce como suyos, pasan las horas y me fijo atentamente en su respiración, en su cuerpo desnudo y largo sobre las sabanas tristes, la acaricio suavemente y como un silbido al viento su ombligo, sus piernas dulces y su rostro cubierto de pecas me recuerdan el amanecer en las islas fiji, y ese ensortijado y hermoso cabello que se extiende por entre mis dedos y como la humedad se esconde en la selva mientras pasan las horas, he tomado alguna copa y prendo un cigarrillo, miro a la ventana y llueve sobre mi rostro. Sin razón, quedo en posición de abrazo entre mi cuerpo y su cuerpo y yace aquí desnuda mi bien amada, mi luna, la mujer del cielo y cierro mis ojos pues se (ahora estoy seguro) que ha muerto, mientras sobre la cama y en la arena cae la llovizna sin fin.