En las frías noches de invierno, Sebastián, el mendigo cojo de aquella esquina, se cubría con cartones y algunos trapos; comía cuando algún transeúnte caritativo le daba una moneda, o le ofrecía algo de comida, pero...
lo que a Sebastián más le dolía era su soledad; hacía tanto tiempo que estaba solo en esa esquina, !tanto tiempo...! La gente pasaba a su lado y ni siquiera lo miraba; es que lo tenían incorporado como "algo" (sí, algo) que estaba siempre ahí...
Solo, solo... durante días, meses... ¡tanto tiempo! Sin embargo, una noche se acercó a él un perrito con tres patas, casi arrastrándose, muy lastimado en una de esas patitas sanas; perdía sangre cuantiosamente; Sebastiàn cortó en tiras algunos de sus escasos trapos, lo vendó y le hizo un cabrestillo y una patita de palo para que pudiera sostenerse mejor...
Desde ese momento, ya no se sintiò solo. Dormía abrazado a Toby (así lo llamó) y se daban calor mutuamente.
Pero su amigo, aún con sus intensos cuidados, empeoraba a ojos vistas, y pocos días después murió; Sebastián enterró a Toby y volvió a su esquina llorando amargamente.
Llegó la noche, y con ella se agudizó su dolor; sus abrazos envolvían la ausencia, sentía un dolor desgarrante... hasta que de pronto alzando los ojos al cielo advirtió que estaba tachonado de estrellas como nunca había visto antes; a medida que miraba iban apareciendo otras ante su asombrada mirada.
Entonces se dijo sonriendo en medio de las lágrimas:
-" !¡Pero claro! ! si es Toby que con su patita de palo anda caminando por el cielo, haciendo agujeritos para que así nazcan nuevas estrellas!" |