No te basta con codearte con Lennon y Harrison o tener la posibilidad te tocar el submarino amarillo una infinidad de veces. Vienes y me revuelves el pensamiento con tus apariciones interdimensionales, causando caos en mi vidriosa tranquilidad.
Duermo y de forma original te apareces en mis sueños. Es un menjunje de películas e historias leídas, en las que hermanastros y una operación urgente en Estados Unidos me marean y no me hacen entender la finalidad del asunto. Pero entre tanta creación de mi subconsciente, emerges seguro y campante como una figura familiar. Estas alegre, como si un largo tiempo nos hubiera separado. Me abrazas y me llamas por ese nombre, aquel código que había olvidado, que ya no era mío y que al oírlo con tu desaparecida voz me hizo despertar.
Comienza un nuevo día en la rutina del hogar. No permito a mi mente divagar mientras limpio y ordeno lo poco que hay que asear. Agarro una manzana y un libro como ya es mi costumbre y permito que te quedes por este día junto conmigo, como lo hacíamos hace tiempo. Abro en la página que tenía marcada y desmenuzo una rebanada de manzana apoyando mi cabeza en tus piernas. Sin palabras avanzamos la historia, mientras como a tu niña acaricias mi pelo y lo que dure mi lectura de la mañana, quédate conmigo. No preguntaré nada y tú no dirás nada. Será un pequeño acercamiento sin olvidar las diferencias, un día de tregua en medio de la hostilidad.