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Nadie prestó atención a la anciana que llegó a instalarse en el pequeño muro que separaba la calle del parque. Eligió un lugar que un sol debilucho entibiaba apenas, colocó cuidadosamente una chalina gastada y de un color indefinible y se sentó frente al parque. Del gran bolso que llevaba siempre consigo sacó un pequeño bandoneón y con la mirada perdida en la lejanía comenzó a tocar una lenta y triste melodía que servía de preámbulo a la historia de su vida. Un racimo de sucesos se iban desgranando poco a poco de su canto, su pequeña familia, el viaje en barco a países lejanos... La gente escuchaba distraídamente, y aunque algunos dejaban una moneda en su pequeño cestito, la mayoría pasaba de largo.

Cuando terminó su canción contó las monedas y se dijo que no alcanzaba para gran cosa, pero se animó al ver que la avenida comenzaba a llenarse de paseantes que habían salido aprovechando ese sol inesperado en ese invierno tan frío. La mujer comenzó a tocar nuevamente su canción, siempre la misma, el encuentro con su futuro esposo, la llegada de los hijos, luego los nietos... Las notas se desprendían del bandoneón atrayendo gente desde lejos y poco a poco se iban juntando las monedas que le permitirían seguir subsistiendo. A pesar de su apariencia avejentada su voz era clara y lo suficientemente fuerte para permitir a los curiosos seguir el hilo de su vida.

Al comenzar por cuarta o quinta vez, una familia se detuvo a escucharla. La madre aprovechó para bajar de sus brazos a su hijita más pequeña, mientras la otra niña, de unos cinco años, tomada de la mano de su padre, miraba como hipnotizada el vaivén del instrumento. La mujer comenzó una vez más su retahíla: “Fue en una noche de Agosto, cuando mi vida empezó...” . De inmediato los ojos de la pequeña se clavaron en los suyos, su mirada profunda le produjo un leve mareo, sintió cómo una especie de torbellino comenzaba a arrastrarla, un torbellino que parecía irse agrandando hasta convertirse en una vorágine en la cual las dos, ella y la niña, iban a fundirse.

Entonces recordó, se vio a sí misma a los cinco años escuchando cantar la historia de su vida a una mujer tan vieja como ella lo era ahora. Supo que la niña estaba escuchando la historia de su vida futura, tal como le había sucedido a ella cuando pequeña, y como lo habían hecho ambas infinidad de veces a través del tiempo, cada una entregando a la otra en ese tango el fardo de un destino ineludible. Seguramente se producirían cambios inherentes a la época, el viaje en familia ya no lo harían en barco sino en avión, pero en líneas generales todo volvería a repetirse. Haciendo un esfuerzo sobrehumano la mujer logró sustraerse al torbellino y con lucidez, por primera vez en miles de años, interrumpió su canto. La niña sacudió la cabeza como saliendo de un sueño, su hermanita que la miraba con ganas de jugar comenzó a corretear, los padres se tomaron del brazo y continuaron su paseo detrás de las chicuelas.

La mujer dejó escapar un largo suspiro, quedándose enseguida quieta con la mirada perdida en el infinito. Algo en ella se había despertado, algo que había estado dormitando en lo más profundo de su ser desde un tiempo remoto. Finalmente, después de un lapso de tiempo que no supo ni intentó calcular, se levantó, juntó sus pocas pertenencias y partió rumbo a su casa.

Al acercarse a su morada, se quedó mirando sorprendida al niño Luchín que jugaba bajo la luz de un farol, ese chiquillo que siempre había admirado su bandoneón, y que se le cruzaba en el camino justo ahora que ella ya no necesitaba el instrumento, como si ese encuentro estuviese predestinado. Inmediatamente pensó en dejárselo a él, era la persona idónea, pero de pronto una idea atravesó como un relámpago por su mente, la idea de que al legarle el bandoneón, no estuviese legándole al mismo tiempo su destino de vida cíclica sin fin. Sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y caminó hasta el puente que acababa de atravesar. Al llegar al centro del viaducto tomó el bandoneón, lo dejó caer y se quedó mirando como las aguas furiosas lo envolvían arrastrándolo cada vez más lejos.



© Loretopaz



Texto agregado el 05-03-2009, y leído por 711 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
14-04-2013 muy buena leccion******* pensamiento6
13-10-2012 Empezó como la historia de la anciana y terminó siendo otra muy distinta. Qué bueno que tu personaje tuvo el discernimiento para no repetir la historia en la niña. Excelente 5* eti
05-03-2012 Creo que la vida con su antigua melodía de todos los días, nos despierta en el principio de un sueño y nos duerme soñando en el principio de otro, y aquí en casa quedan nuestros hermanos, gozando de esta eternidad aparente que nos hace sentir tan trascendentes. Lindo cuento, de los que te dejan pensando. Felicitaciones. GaryLuna
05-11-2011 Porque no dice en ningún momento que la vida que llevó fuera mala, no creo que fuera que no quisiera legarle su suerte. Deseaba no obligarla -ni a ella ni a nadie- a seguir un camino determinado, sino que pudiera trazar el propio rumbo, y eso es lo más importante de la vida al fin y al cabo ikalinen
05-11-2011 Me ha gustado mucho, porque al final no es la historia de una anciana, ni la historia de su vida, sino de algo mucho más profundo. Porque al despertar del encantamiento y reconocerse en la pequeña, no hizo otra cosa que darle a la niña el mayor regalo del mundo: la libertad de elegir. ikalinen
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