Amado Señor, libro abierto soy ante ti,
tu me concebiste, cual lienzo blanco fui en tus manos,
mas mis deseos mancharon tu obra, fui liberado para descubrir,
pero mi intención fue destruirte,
cuando niño conocí lo malo y lo tome para mi,
cual juguete me hacia sonreír, crecía bajo tus tiernos cuidados,
mas, culpable soy, pues confundí tu preocupación y la tome por privación de mis deseos,
falte a amarte y me entregue a la carne,
esa que me consumió mas en el horror que fue perderla, culpable soy,
al no valorar tu abrazo, por pensar que te apartaste de mi,
viví en un abismo de odio, aferrabame aun más a la rabia que era sentirte cerca,
pues no busque sentirte cuando ame la carne que perdí,
ame cuanto daño te hice al destruir la esperanza en las almas que golpee,
abofetee tu rostro cuando creí no sabias quien era,
te rete con los ojos que veían tu dolor,
desgarraba tu piel con mi látigo, cual cubierto estuvo con balines de ira ,
junto a mis zarpas sartas de mentiras,
oscurecí mi negro pensamiento cuando te arrastraba sobre tu ya herido cuerpo,
apenas si podías mirarme cuando puse todo el peso de mis pecados sobre tu hombro, cuan seco y tenso estabas por la sangre que derramabas a mi maltrato;
espinado tu rostro fue por mis pensamientos,
esos que fueron contra ti, para al fin,
creerte acabado cuando clavé mi culpa en tus manos y pies,
era tu corazón destrozado cual cera se derrite y desvanece en vapor.
Mas era incierto en mi alma tu gran misericordia,
era irrevocablemente transformada mi ira por tu oración de amor,
enmudeciame tu paciencia y silencio bajo tal horrible padecer,
abrazaba me el alma cuando creí no estabas,
formaste mis huellas en tu cansado cuerpo al cargarme,
sufriste mi rencor y sanaste mis dolencias internas,
más herido estabas tu que yo, pues viniste a mi,
cual valiente hermano, me tomaste de la mano en mi soledad,
fuiste padre conciliador cuando te agredí,
tocaste mi corazón y pude sentir las perforaciones que tanto gusto me causo darte, volviste mi corazón en llanto,
pues viniste a salvarme, cual rehén te ofreciste a mi pecado que te tomo a dar muerte, luchaste frente a la multitud de mentiras que puse como obstáculo frente a ti,
te mantenías en pie cual árbol clava sus raíces en tierra y me enseñaste luz donde no había claridad,
pasaste la noche en vela a mi cuidado,
tenias poder para ser libre, mas tu silencio acallo el tiempo por siglos a una palabra de redención,
esa, cuyo divino plan fue profecía de generaciones para las miles de almas que por una palabra recibieron perdón, una palabra que fue:
Padre, perdónalos, por que no saben lo que hacen.
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