Erra uña méndiga mosca chimuela, fascinada por las musarañas, le palpitaba la tuna cada vez que vidreaba guana, los aisbers se le ponían en órbita, y solo y solo, sólo quería tar encima de una, le untaba su olor, su pelambre, la forma como se rascaban, casi casi quería ser una. ¿Por qué nacería mosca y no musaraña?

Campaneó y campaneó siempre buscando a uña, sólo se sentía lombriz en la calidez de una musa, musaraña. Conoció a guana que pastoreaba un parque, simplemente le encantó, se acercó poco a poco, levemente, hasta que la conquistó, le bajó el cielo, la luna y las estrellas, caminaban tochos los deis por el mesmo parque del encuentro, y como dicta la natura pronto la vidorria de la mosca llegaría a su finiquitéz. Y en el sitio donde se vieron por prima vez la musa musaraña la enterró.

La musa musaraña duró un buen rato achicopalada, sin ánimos, hasta que se dio color de que quedó panzona. Recuperó su ánimo y esperó lo que venía. Jue una larache de vientos tortuosos que le agitaban sus cachetes peludos, cuando dio a luz algo que no supo bien a bien describir físicamente, pero que sentimentalmente germinó el sentir de la musa musaraña y mosca chimuela.

En el cielo de las moscas, a la mosca se le concedió regresar al mundanal de la forma que ella quisiera, y la mosca retefeliz solicitó volver como lo que jue y como lo que dejó: ser una muscaraña, hija de su musa musaraña.