Duras son las ausencias para los que nos quedamos aquí recordando sus palabras e intentando oír sus voces, echando de menos sus caricias y consejos.
Su amor corría a raudales por sus manos. Con ese cariño me peinaba tirabuzones los domingos. Mientras pegaba saltitos y tarareando una canción, mis tirabuzones también saltaban, estirándose y encogiéndose al ritmo de mis pasito, dirgiéndose a casa de mi amiga Mari Carmen.
Me sentía como una princesa con mi traje nuevo que había cosido ella misma. Era muy habilidosa, tenía unas manos muy buenas para la costura. Lo mismo nos hacía a mis hermanas y a mí un traje de gitana que un disfraz para el colegio.
Su máquina de coser era muy antigua. Se la regaló mi padre siendo novios. Aún conservo el recibo en el que el vendedor iba apuntando todas las cuotas con las que terminó de pagarla.
En este día tan señalado quiero dedicar estas breves palabras a una mujer muy especial, que sin tener un trabajo importante, sí tuvo uno muy especial, el de madre.

A mi querida madre