La sombra del moribundo (participante del certamen cesidul) - versión completa
Comenzó a caminar los pocos metros que lo separaban de la enorme figura acostada, sin saber porqué. Sentía que algo… indefinible… una gran Presencia lo vigilaba. Miro hacia arriba, nubes demasiados negras surcaban ese amenazante cielo, de ese extraño día. Aunque ya se acercaba a su objetivo, extrañamente aún no lo veía, solo sabía que estaba en el suelo. No lo veía pero podía oírlo, una especie de resoplido, que se hacía más claro a medida que se acercaba. Parecía la respiración agitada de un animal moribundo. Y ya no quería seguir, pero sus pies seguían andando, ignorantes del terror que amenazaba con apoderarse del resto de su cuerpo a medida de que ese “algo” que estaba en el suelo cobraba forma.
Lo primero que vio fue la sombra, parecía una gruesa y oscura rajadura al lado de una forma grotescamente cilíndrica. Fijó sus ojos en el y en los penachos que se abrían hacia todas partes de una de lo extremos de la cosa. Y como piezas de un rompecabezas que se armaba dentro de su mente, todo comenzaba a cobrar forma y sentido. Con asombro ahora veía una figura reconocible, un objeto “familiar”, era un árbol tumbado. Alguien lo había derribado, los brutales hachazos acabaron con aquella criatura viva, la asesinaron, fue un homicidio y el estaba en la escena del crimen. Pero no, aún respiraba, los resoplidos, aunque más apagados eran audibles. ¿Podría el hacer algo todavía?, ¿podría saber quien es el culpable? ¿Llevarlo ante la Justicia? Pero, algo turbaba su visión, era la sombra del árbol caído. Trataba de fijarla, pero era negra, tan negra que no encontraba forma de discernir su profundidad. Sentía el impulso de tocarla de poner su mano allí, era como la atracción por oleadas de un imán, oleadas acompasadas con el respirar del pobre árbol. Y era irresistible, de modo que se monto y acostó boca abajo sobre el tronco mientras dejaba que una de sus manos fuera guiada hacia uno de sus costados, hacia la sombra. Se arrepintió, porque su mano dentro de la sombra, comenzó a chapotear en un líquido espeso como si tratara de atrapar algo allí, pero su mente aterrada le decía que no lo hiciera. Y ya no podía despegarse del tronco, su corazón latía agitado al compás de esa respiración moribunda y como para aumentar su desesperación su mano atrapó algo, dirigió su vista hacia ella y con la boca abierta observó lo que era: un hacha, es lo que tenía en la mano, un hacha chorreando sangre, bañada en sangre. Quería soltarla, quería salir, quería correr pero no podía. Su horror aumentaba a medida que sentía oleadas de odio, resentimiento, dolor dirigidos a el, provenientes del tronco. Y lo que era peor aún, sentía que quería tragarlo, hacerlo parte de el, de su dolor. ¡Quería decirle algo, eso, quería decirle algo! No quería oírlo. Pero a medida que sentía hundirse en el, todo el resentimiento, odio y dolor provenientes del árbol retumbaría en sus oídos y en su cuerpo. Una voz inhumana y gutural le grito:
- ¡¡¡TU!!!
- ¡¡¡Nooo!!! – gritó, dando un salto en su cama.
Le costó recomponerse un buen rato, mientras el alivio de saber que los horrores de una pesadilla no pueden llegar a la realidad le permitía ubicarse mentalmente en su cuarto.
Ya era de día y le esperaba una jornada dura. Tenía trabajo que hacer, trabajo encomendado. De modo que luego del desayuno, salio de la cabaña, tomó el hacha, su herramienta de trabajo y se dirigió a sus labores.
Allí estaba el viejo árbol, cerca de la cabaña.
Llegó hasta el, miró hacia el cielo, hacia esas negras y amenazantes nubes.
Suspiró y sacudió la cabeza recordando el sueño, en fin, solo sueños, pensó.
Se acomodó en posición, tomo impulso y asestó el primer hachazo en el tronco de aquel viejo e inofensivo árbol.
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