Me despierto y bajo, enciendo la bomba y al rato descubro que el agua se ha derramado, quizás no medí el tiempo o quizás es que alguien más la encendió antes que yo y no me di cuenta. Llega el Rot a desayunar y descubro después de mucho tiempo que tengo timbre, carajo, tres meses viviendo aquí y nunca había sonado, ahora comprendo cuando una mujer después de meses de conocerla me dice “qué, no te habías dado cuenta”. Recuerdo haber preguntado alguna vez a una ella “pero es que por qué tienes que impermeabilizar”, había visitado su casa en al menos diez ocasiones y nunca me había percatado de que vivía en un último piso. Al Rot le debo el descubrimiento del timbre, desayunamos parsimoniosamente, la plática gira en torno al panfletarismo (ignoro si el término existe o lo hemos inventado, opto por lo segundo). Escucho un grito que viene desde la ducha, sí, es el compañero de casa, el “rumei” al cual he tildado de delincuente número uno, el Calles, “pinche calles si el agua no está tan fría”. Desde hace dos días se acabo el gas, como imaginamos que la instalación tiene una fuga, no hemos comprado otro tanque, digo imaginamos porque ninguno aquí tiene el conocimiento suficiente para aseverar que en efecto, tenemos algún desperfecto. Desde entonces nos bañamos como reos de país tercermundista, o al menos eso es lo que asegura el primo (el otro “rumei”). Yo no me siento incómodo, pero ante los argumentos de los otros dos, no puedo rebatir nada, “si ese es el caso dejaría de pagar renta y me iría a vivir como uno de esos pedazos de mierda que piden dinero en la calle” -dice el calles. Me pregunto cómo es que esos pedazos de mierda han llegado a tal situación, será que el modelo económico no funciona o será por voluntad propia. Leo el diario y me entero del sueldo de un edil de cierto municipio enclavado en el estado de México, 400 000 pesos, un poco más. Creo que éste es un pedazo de mierda y dudo mucho que esté mendigando monedas a los transeuntes. El Rot se va, me propongo escribir otro capítulo de la imaginaria novela que desde hace semanas me mantiene ocupado, desisto a los pocos minutos y comienzo a revisar fotografías, descarto algunas, no sé para qué guardo tantos recuerdos; me quedo con las suficientes, sobre todo con dos que me encantan, no es porque estén bien tomadas, porque sean unas obras artísticas, sólo es por la persona que aparece en ellas, me gustan porque me gusta ella. Pienso que así de imbéciles hemos de ser todos los seres humanos, o al menos los hombres. Cuańtas ellas serán ahora recordadas en fotografías, cuantas ellas serán veneradas, amadas, cuantas de ellas sólo serán contenidas en gelatina y plata, sonrío, y le envío un mensaje con alguno de esos textos crípticos de los que acostumbro, afortunadamente no tengo que guardarla sólo en una fotografía, si quisiera en este instante correría a verla. Afortunadamente no soy ningún imbecil, o sí lo soy, según.


Me escucho a mí mismo cavilando, y prometiéndome que mañana seguiré con la novela, no sé por qué tengo el empeño en terminarla, total, si pocas veces termino algo. Me enredo en las madejas del viento y pienso que la mayoría de gente camina, sale, y en realidad no se da cuenta si está despierta o dormida, que tal que esta es una pesadilla de otra persona, que tal que el tráfico es una patraña del sistema o el invento del algún ingeniero social que nos mantiene a todos tan ocupados en él para que simplemente nos lleve la chingada.

Seremos reos, pedazos de mierda, recogiendo las migas que escupe al suelo el señor gordo capital, no soñamos, pesadillamos. Será por eso que ninguno de nosotros vive feliz, o se engaña, también opto por lo segundo.