El Club de la Medianía
Vino hasta mí y sin más me ofreció una membresía para pertenecer a su club. Mientras le evadía la mirada, dije una excusa para no inscribirme, y justo cuando me disponía a retirarme oí que dijo:
—Es gratis.
— ¿Qué?
—Sin costo alguno, total y absolutamente gratis.
Detuve el impulso de irme y dije:
—Sí, la inscripción puede ser gratis. Pero que me dice de las elevadas cuotas mensuales, el mantenimiento anual y todos esos gatos extras que, seguro, vienen con letras chiquitas en el contrato.
—Todo es libre de gastos —dijo el hombrecillo de lentes ridículos y aspecto nervioso, luego de acomodarse el nudo de la corbata agregó— usted no tiene que gastar un centavo, sólo acudir a las reuniones, es más, estaríamos dispuestos a pagarle algunos viáticos. Tal vez, si todo marcha, algunos bonos. Y en función de los resultados, incluso hablaríamos de un modesto salario.
Pensé que aquel tipo estaba loco. No entendía que me estaba ofreciendo. Él, sin embargo, siguió armando su propuesta:
—El único requisito que pedimos es que usted tenga un saco con parches en los codos.
— ¿Parches en los codos?
—Sí, forma parte de nuestro atuendo regular.
Me di cuenta que yo mismo vestía en ese momento un saco de pana con parches en los codos. Miré a mi alrededor y noté que algunos sujetos merodeaban cerca de donde estábamos, y también, portaban saco de pana con coderas.
— ¿Qué es esto? ¿Ellos vienen con usted?
—Sí, pero no se inquiete, son inofensivos. Están aquí porque deseaban conocerlo, quiero decir personalmente.
— ¿Qué son ustedes? ¿Una banda de fanáticos religiosos?
—No, desde luego que no —al afirmar esto, el hombrecillo grisáceo hizo un ademán y los tipos se retiraron de ahí, luego dijo en tono conciliador— no era nuestra intención intimidarlo. Es sólo que los muchachos están ansiosos por escucharlo. Quieren abrevar directo del manantial: usted es la sabiduría para personas como nosotros.
— ¿Personas como ustedes?
—Bueno, eso tiene una fácil respuesta: lo hemos investigado a detalle y sabemos que tiene treinta años laborando en el mismo empleo y jamás ha sido ascendido. No acostumbre viajar y vive de manera austera, no llama la atención, ni se queja por nada. Además, según nuestros informes, jamás ha ganado un premio, reconocimiento, lotería o alguna rifa. No se arriesga para nada y sería, por lo tanto, incapaz de esforzarse para triunfar en ninguna actividad, así fuera un simple juego de cartas. Se mantiene justo en la línea de lo que debe hacer, no se pasa ni un milímetro. Además usa un saco de pana con parches en los codos —. El hombrecillo dejó de hablar por unos momentos, miró hacia la derecha, luego a la izquierda, y continuó hablando —, con su asesoría los muchachos y yo nos mantendríamos en el justo medio y pasaríamos desapercibidos, hasta para nuestras familias. Así dejarían de presionarnos para que lográramos cosas o ganáramos más dinero. Seríamos tan grises, que nadie notaría nuestra presencia. Seríamos una ventana más en el rascacielos. Justo como lo es usted.
—Lo siento, pero no puedo hacerlo. Por una simple y sencilla razón: si me convierto en su líder, obtendría de ustedes, justo lo que siempre he evadido: responsabilidades, compromisos y notoriedad. Dejaría de ser un perdedor y me convertiría en un pésimo ejemplo para su club.
Dando la media vuelta, me retiré a toda prisa, no fuera a ser que aquel hombrecillo insignificante y su séquito tocaran mi vanidad, me convencieran y fuera yo a truncar de manera tan frívola, mi impecable historial de mediocridad.
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