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El 14 de febrero no significaba mucho para ella. Sabía que recibiría alguna flor de parte de sus alumnos y de seguro chocolates de parte de colegas maestros que insistían en conquistarla, pero eso no le emocionaba. No quería más regalos envueltos en papel de corazones, ni moños rojos, ni globos con personajes de caricaturas.
— Carajo — pensaba — ¿Por qué no puede ser un poco más originales?
Odiaba levantarse temprano los fines de semana, pero él insistió tanto que terminó por aceptar la invitación de caminar temprano por el parque, no sin un claro dejo de desanimo, sentimiento natural en las obligaciones no placenteras. Hace tiempo que había perdido la esperanza de la cita perfecta.


¿él?

¡Oh si, él! Él no era nadie especial. Otro de los tantos maestros más jóvenes que ella que no cejaban en su empeño de conquista, sólo que este tenía una habilidad peculiar: le adivinaba el pensamiento. Al principio le asustó un poco el hecho fantástico de la adivinación mental pero terminó por acostumbrarse y entonces aceptó salir con él en varias ocasiones pues así no tenía que hablar tanto ni contestar preguntas ya que él sabía de antemano las respuestas. Imaginó que la salida juntos al parque sería rutinaria y tediosa, tal vez un par de anécdotas por parte de ella, él tratando de impresionarla con su don psíquico, al final un beso de despedida en la mejilla y cada quien a la segura soledad de su casa… pero no fue así.

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El 14 de febrero no significaba mucho para él. Sabía que recibiría seis o siete cadenas de mails cursis sobre la amistad y tal vez el mismo número de mensajes a su celular. Hace tiempo que las fechas le habían dejado de importar. Ese día tenía una cita con ella. Tenía ganas de verla en un lugar tranquilo así que insistió en que se vieran en un parque a temprana hora y así evitar el tumulto.

¿ella?

¡Oh si, ella! A ella la conoció en el seminario de historia dónde ambos asistían como participantes. Por supuesto le había atraído la ternura de su rostro combinada con la tristeza de sus ojos pero lo que le sorprendió era que después de un tiempo se dio cuenta de que podía adivinarle el pensamiento. No era tan difícil como sonaba. Era una suerte de habilidad refinada: la observación. Se fijaba muy bien en su linda cara y en la expresión que tomaban sus ojos ante determinadas situaciones. Por ejemplo había notado que cuando inclinaba la cabeza a la izquierda y abría un poco los ojos era señal de que sentía duda o desconcierto por no entender bien algo; su sonrisa natural era amplia y cuando sonreía no con la totalidad de su boca y con los ojos entreabiertos era porque en realidad reía por compromiso; frotaba con las manos su cabello y cerraba los ojos cuando se aburría… Así fue memorizando todos sus gestos hasta que fue capaz de saber lo que sentía sin necesidad de que ella lo expresara, al menos no verbalmente.

Imaginó que la salida juntos sería como las otras veces que se habían visto a solas, es decir él tratando de impresionarla con su precisa habilidad entrenada y ella lejana y abstraída, tal vez un abrazo por el compromiso de la fecha y cada quien a su casa… Pero no fue así.

14/2/9 La cita.

A él se le ocurrió la magnífica idea de llevar una frazada para extenderla bajo la sombra de algún árbol y ahí descansar. A ella le convenció la idea de poder seguir durmiendo y recuperar el tiempo de sueño que perdió al tener que levantarse temprano. Así fue como empezó la vieja rutina de la cita. Comentarios aislados en medio de silencios incómodos. A veces ella sonreía a media voz y él sabía que no era sincera pero agradecía el hecho de que se esforzara al menos de intentar reír de sus comentarios.

Y es que todo empeoraba. Había colocado la frazada sobre pequeñas piedras que no permitían el descanso. Las moscas perturbaban con su volar cerca de los oídos y los mosquitos prestos a consumir el RH acechaban sus venas, la música ambiental parecía de supermercado, el árbol que escogió para descansar no era los suficientemente frondoso y la resolana inquietaba la frescura de la sombra, volviendo bochornoso tanto el estar quieto como el moverse.

Cuando ambos agotaron todas las cosas apropiadas que podían decirse y el silencio volvió aún más pesada la atmósfera y como un último recurso de náufrago desesperado, recurrió a su vieja habilidad:
— ¿Te hago una pregunta y luego adivino lo que vas a decir? — dijo él con el poco ánimo que aún conservaba.
— Bueno —dijo ella con apatía (es decir, con la comisura de sus labios hacia abajo y agachando la mirada por un momento)
Empezó con una pregunta trivial:
— ¿Cuál es tu color favorito? — hizo una pausa y luego dijo — ¿Es el café?
Y él sabía por la manera en que se maquillaba y se vestía que era el café y sus diferentes tonalidades obscuras y lo confirmaba cuando vio que sus ojos parpadearon dos veces y en seguida resplandecieron por un pequeñísimo instante, señal de que se había asombrado un poco por su acertada predicción.
— Si, es el café — dijo ella, claro un poco asombrada por su acertada predicción.
Y es que ella no podía fingir ni detener sus reacciones naturales, estaba casi a merced del prestidigitador, pero no le molestaba pues había sentimientos profundos que él no podía adivinar… o eso creía.

----Y fue entonces cuando la razón empezó a perder poco a poco sus ligeros cimientos----

Los altoparlantes del parque por dónde se escuchaba la tediosa música ambiental cesaron por un momento para luego escucharse un repiqueteo sonoro y rítmico de tambores de orquesta. Era la obertura del Bolero de Ravel, la pieza musical favorita de ella y que tantas emociones le causaba. En sus ojos empezaron a desfilar expresiones nunca antes vistas por él. La piel de ella se erizó, sintió su sangre entibiecerse y empezó a disfrutar los pequeños rayos de sol que calentaban dispares su piel. Su cabeza empezó a moverse al ritmo lento e hipnótico del bolero y en su cara los gestos iban pasajeros entre la alegría, ternura, relajación y placer, mezclándose en uno solo: tranquilidad. Estaba asombrado ante lo que presenciaba, en todos los meses en que la había estado observando nunca vio esos gestos combinarse ni esas miradas en sus ojos que ahora presenciaba y se estremecía por el desconcierto de no poder definir lo que ella estaba sintiendo. No era capaz de precisar la intención de sus ojos, así que dulcemente derrotado, optó dejar de observar, cerró sus ojos y fue entonces cuando realmente empezó a conocerla.

Ella también cerró sus ojos, se acurrucó en un pedazo de frazada y su cuerpo se convirtió en una alegre invitación a la que él acudió sin demora, sus manos listas para la ocasión empezaron a pasar encima de sus brazos pero sin tocarla, a lo que ella respondía con pequeños temblores, como ligeros escalofríos placenteros por el sólo presentimiento de las manos pasando encima de su piel. Abrió los ojos y todo se revolvió dentro de él, veía la sonrisa franca combinada con gestos de melancolía, no tenía sentido
— ¿No se puede estar bien y mal en un mismo momento? — Pensó él. Pero así era.

Por fin se atrevió a tocar en pleno su piel. Suavemente y de nuevo con los ojos cerrados conoció la textura de sus manos, los bordes y relieves de sus brazos y hombros, se presentó formalmente con toda la familia de sus cabellos, se enteró de cómo su espalda se agitaba con un preciso y leve contacto debajo de su nuca y presuroso pero con cariño tocó su pequeña rodilla mientras rozaba el candor de sus muslos. Explotaron los sentidos de tal manera con tales sensaciones que el contexto se enturbió, el ambiente se volvió una metáfora y no se podía definir con precisión, justo como en un sueño.

Volvió a abrir los ojos, esta vez para encontrarse reflejado en los de ella, pero en realidad no los abrió o tal vez si, eso no lo supo definir porque la realidad y el ensueño se habían combinado. Lo que “veía” ahora era la cara de ella cubierta de un tizne negrecino como si acabara de salir de una mina de carbón. Acercó su cara lo más que pudo hacia la de ella para mejor observarla hasta que sus frentes quedaron unidas, le molestó en demasía que sus tiernos labios ahora estuvieran grises, así que hizo lo más lógico que se puede hacer en un ensueño donde no existen las prohibiciones: La besó. Notó con alegría que de sus labios caían las duras cenizas y por fin comprendió que sólo con manifestaciones de amor de ese tipo podría quitarle ese oscuro color a su compañera.

De la boca pasó a besarle la frente y con la paciencia de artesano que le caracterizaba empezó a limpiar con laboriosidad la totalidad de su rostro. En algunos lugares bastaba con un par de besos juguetones pero en su mejilla izquierda por ejemplo tuvo que besarla profundamente para sanearle por completo. Cada vez que él removía capas de polvo de su cara sentía como un vínculo extra corporal se iba creando entre los dos, sabía que era el principio de una cariñosa adicción pero no sintió temor, así que continuó con su labor de limpieza, haciéndose cada vez más eficiente. Pero el tizne acumulado por años se había esparcido, notó que no sólo su cara sino también todo su cuerpo tenía la obscura infección. No se desanimó. Con abrazos quitó la ceniza de su espalda al tiempo que besaba sus brazos y su cuello, limpió bien detrás de las orejas, sacudió pequeños residuos tercos de su cabello y con cierto pudor pero lleno de convicción lustró el fino talle de sus piernas con caricias suaves de sus dedos.
Poco a poco ella recuperaba su color natural y sin darse cuenta pasaron más de sietes horas llenándose de besos, abrazos y caricias, aunque ambos sabían que había algo pendiente: faltaba limpiar aquellos lugares donde era necesario quitar la ropa…

Regresaron de golpe a la realidad más por necesidad que por gusto, para que él pudiera preguntar:
— ¿Vamos a mi casa?
Y a pesar de que la música había parado hace mucho y de que ahora estaba totalmente seguro de haber regresado por completo a la realidad, intentó adivinar lo que diría pero esta vez no pudo. Ni siquiera tenía la más mínima idea de algún sentimiento o sensación por parte de ella. Y no pudo adivinar porque ahora ella era una persona nueva o mejor dicho era ella realmente, sin capas, sin gestos, sin polvo, libre de cenizas del pasado, limpia como sus ojos. Sintió temblar su corazón ante la espera de la respuesta aunque aun y habiendo sido despojado de su habilidad por deducción sabía que la respuesta oscilaría entre afirmativa o negativa (y tal vez un “no sé”) y eso le daba cierta calma ante la demora de sus palabras.
— Claro — dijo al fin
— Claro… mi amor— completó.
Y ese “mi amor” lo tomó totalmente desprevenido. Nunca lo hubiera adivinado.

Texto agregado el 03-03-2009, y leído por 93 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-03-2009 Bellísimo , me encantó felicitaciones =D mis cariños dulcequimera
 
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