Cuando se va por la calle en un día de otoño pasan miles de cosas. De repente es agradable sentir como se enfrían las manos, sentir como cada parte del cuerpo pierde un poco de calor. A veces es agradable sentir como cada poro grita en agonía, liberando la última partícula de calor. Es deliciosa la sensación de frío en la piel de lana. Hay magia en cada instante, justo antes de pararse por un abrigo y ver como cada milímetro del cuerpo te da las gracias. Es delicioso ver como cada rincón tiene un escalofrío al acostumbrarse al nuevo estado. Es gentil el calor que roza el alma y te deja en calma. En un día de otoño pasan muchas cosas. Como el momento justo de encontrarse una fría moneda tomarla, aún húmeda, y ver que hay para tomarse un café. Sintiendo así como ríos de amargas e hirvientes aguas inundan el espacio; sintiendo como los dedos y manos se tornan ligeramente rojos.
En los días de otoño no hay cosa más agradable que saludar a la gente. La gente lleva consigo el delicadísimo aroma del frío, del viendo, de las brisas que vuelan y revuelan. Son esas esporas de hojas en el cabello, son mejillas sonrojadas, son narices medio congeladas, son esos ojos cegados por el claro color del cielo, son esos hombros recubiertos de ropa.
En los días de otoño pasan miles de cosas. Como ver las hojas caer y alfombrar eternas calles grisáceas, limpias de polvo y mal. Como invisibles e insensibles minúsculas gotitas lavan el tiempo, limpian las marchitas flores y almidonan los ya erectos postes de luz. Pasan cosas como ver nacer nuevas rosas, ver morir viejas flores de estación, ver reaparecer sonrisas melancólicas y poetas delineando cuadernos.
En días de otoño pasa que cambia la percepción. El color dorado, amarillo, rojo o algo así inundan cada calle, cada esquina, cada mano salida del suelo. Todos los desinhibidos árboles se unen en un festín nudista y los recatados solo animan la fiesta con sus silenciosas palmas. Hay íntimos momentos en divanes de pasto, fugaces, entre dos hojas o dos perros o dos amantes sinceros.
En otoño, cuando hace frío, te prometo que te recuerdo y pienso que al ir por la calle tu otrora grandeza, primavera, se ve muy diezmada por tanto atractivo en el aire. Casi siento lástima por ti, casi, de no ser por el casi, de no ser porque prefiero mil veces a este galante hombre de rojo. |