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Inicio / Cuenteros Locales / Luis-Stefano-Reies / La casa de los héroes

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Era nuestro pacto morir los dos juntos, nuestro pacto, moriríamos el uno junto al otro como dos flores que se marchitan juntas en un florero; pero ella se me adelantó, no soportó más el calvario de esta vida y no fui capaz de seguirla, por miedo a no encontrarla donde debe estar: en la nada. Junto a todos los héroes que deseábamos ver, donde todos están por haber provocado su muerte ellos mismo, su vida, el comienzo.
Teníamos una sola pistola con dos balas (me pregunto por que no elegimos ahorcarnos o mejor aun tomar cianuro, pero está en cada uno la forma de morir, la mejor, la indicada para nuestro propósito de vida), caminamos juntos por el parque donde nos conocimos, fuimos a donde sobraban los únicos recuerdos de nuestra compañía si estar el uno junto al otro, sino, sólo un acompañante, un amigo, un amor- si a eso se llama amor- decidimos hacerlo un martes el día que la conocí, aunque no lo recuerdo; pero era un símbolo nada más que un símbolo, decidimos hacer por ultima vez el amor, tratando de unirnos, de encontrarnos el uno al otro, para ver si existía una duda, un arrepentimiento, pero era una decisión ya tomada y no había otro remedio más que hacerlo, otra cura para la enfermedad, para la soledad. Esperamos a las tres de la tarde porque ella era muy religiosa y se supone que a esa hora murió Jesús y que a esa misma hora lo iba a encontrar en la nada. La muerte la llamaba desde ya hace mucho tiempo gritándole al oído, un llamado tan agudo tan fuerte que no lo soportaba, y en efecto no o soporto, ¡basta, basta esta vida tan absurda!, yo con miedo mientras ella en su valentía hizo lo que yo debía hacer, lo que era mío por derecho, por obligación.
Mi cara sangraba, sudaba sangre, mientras, la veía en el suelo agonizando como un perro atropellado en una autopista, con tanta crueldad, maldición algún día ya voy a ir aunque no la encuentre, con las dos balas clavadas en la cabeza, con el honor de tenerlas introducidas , ahí, en su vida y haber provocado la libertad de la muerte, de la muerte tan ansiada, y tan esperada, su sangre era de un rojo oscuro tan delicioso que me aferraba a la existencia de un cuerpo inerte, que era el mío, ya no creía en ella porque se adelanto, se llevó mi libertad, no podía irme con ella sería demasiado opresivo, la nada en soledad, aunque es la soledad mi estado mental eterno, sus ojos estaban abiertos , mirándome, esperando, pero se fueron las dos balas mi salvación en esos ojos que los quiero cerrar pero siempre están abiertos mirándome si ningún otro remedio.
Usted me dice que me quiere ayudar, pero yo le digo que no necesito ayuda, necesito salvación, una salida, para poder encontrarla donde están todos los héroes como ella. Estoy encerrado porque me dicen loco, pero la locura es relativa, puede ser que nosotros los diferentes seamos los cuerdos, pero más débiles de mente y físicamente, por eso los verdaderamente chiflados nos encierran para que nadie descubra la verdad, ni nadie se de cuenta de que ellos son los ciegos y los locos, los enfermos como nos llaman.


Texto agregado el 03-03-2009, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-03-2009 quede impresionado, el relato es muy bueno y sobrecogedor, la ambientacion muy bien narrada y la reflexion de final hasta cierto punto cuerda o cierta... arcano20
 
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