La primera vez que se presentó fue en mi sueño. Desde esa noche, no había día que no estuviera junto a mí. Se me aparecía por ratos cuando menos lo esperaba, y estaba allí molestando, aumentando bruscamente mi ansiedad, enfriándome los pies, lacerando mi mente y mi conciencia. Era etérea pero dañina, inmensamente cruel y me obligó a usar sedantes para escapar, pero fue inútil, el efecto era solo temporal y cuando me sumergía en el alcohol sentía un discreto alivio, pero la sensación de que estaba cerca no desaparecía, sabía que estaba allí acechando y yo luchaba para escabullirme de sus garras invisibles y después al pasar los efectos del licor la advertía más metida dentro de mí, desgarrando mis neuronas, regocijándose de mis miedos y temores, riéndose de mi débil humanidad. Todo esto pasó hasta que ocurrió el accidente. Un automóvil me atropelló lanzándome por los aires, golpeándome el pulmón contra el filo de la vereda; Es una hemorragia interna dijo el médico de guardia, es lo último que logré escuchar y al mismo tiempo que mis ojos se cerraban, sentí que una inusitada tranquilidad me envolvía, que una luz clarísima me iluminaba, pero lo más grande era la paz, una paz indescriptible, una paz no humana, una paz jamás sentida, haciéndose la luz cada vez más blanca, nívea, blanquísima, de una blancura no terrenal. Pueden creerlo o no, pero me vi cuando me ponían las paletas del resucitador y rogué en mi silencio que no me sacaran de donde estaba, que por favor me dejaran, pero todo fue inútil, los infelices lograron su propósito y empecé a sentir los dolores del politraumatismo y cuando miré a un costado quise gritar, atinando sólo a dar un pequeño gemido lastimero, acompañado de un escalofrío que me recorrió toda la columna al ver a lado mío a la maldita Sombra sentada al borde de mi cama…
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