En los primeros años que ejercí como médico rural tuve la oportunidad de conocer al viejo y solitario Simón. Con la confianza que llegamos a tener en las numerosas visitas que tenía que hacer a su casa me permití soltarle: "Tiene que buscarse una mujer que le haga compañía". Con su voz tranquila y temblorosa por la edad me dijo que él había conocido en su juventud más de cien mujeres de todos los lugares del mundo en su época de marino mercante, pero después de conocer a Ilena, una joven en el lejano Oriente de profundos ojos negros ya no había estado con ninguna mujer más. Le bastaba su recuerdo para llenar su vida.
No entendí eso de no volver a estar con una mujer por haber estado con alguien, hasta que te conocí a tí.
Entendí como el viejo Simón había conocido el amor.
Entendí como había llenado su corazón.
Entendí como el recuerdo llenaba su mente y lo cubría de alegría.
Entendí como no quería difuminar aquel recuerdo con otras caricias, con otras palabras con otros cuerpos.
El viejo Simón murió a causa de su agotado corazón. Agotado pero enamorado corazón.