En la soledad infinita de la habitación se empieza a escuchar los sonidos de una guitarra eléctrica un poco distorsionada, con acordes precisos e intensos, que intentan en vano simular un arte perdido de composición pulcra, impecable e implacable, sin embargo esa potencia del equipo de reproducción no va mas allá de algunos metros a la redonda por lo cual la canción triste y melancólica queda reducida a nada.
La cerveza empieza a convertirse en una amiga solidaria y poco a poco empieza a decidir el rumbo de lo que en la habitación va a suceder, de vez en cuando un cigarrillo mentolado la acompaña, para hacer estragos en una mente perturbada. Ya no era una cerveza si no 4 y 5 botellas que en la mesa antes vacía se hacen así silenciosa compañía; las botellas acompañan a las colillas y las colillas a las botellas pero ninguna de estas puede emitir sonido alguno ante la tristeza desgarradora de una fé perdida.
La música ya no es melancólica y triste, ya los dispositivos de reproducción repiten una y otra vez las canciones del desconocido grupo musical de guitarra distorsionada, característica principal en todas las canciones, el hedor del alcohol acompañado del cigarrillo no son suficientes para incitar a decir suficiente, no más por hoy; la luz tenue de la habitación hace que la sombras titilantes de las cortinas mecidas por el viento enseñen en la penumbra un espectro fantasmal.
Solo el viejo sillón, de cuero fino, gastado y agotado por el uso y el tiempo, único inmueble en la particular habitación, soporta la carga de un pasado mejor, solo él sabe las infinitas historias que por allí pasaron a lo largo de los treinta y cinco años que lleva en su privilegiada posición. Inmune a la humedad y a la corrosión nota la diferencia de las cervezas y de las colillas que hoy están en la mesa y las que en noches y días anteriores llegaron a estar. Estas a diferencia de las otras no son alegres ni festivas, son depresivas, infinitamente solas y alejadas las unas de las otras, vacías y dejadas a la intemperie de la tenue luz de la habitación.
Todo se sintió, súbito, intenso, el ambiente dejo de ser pesado, triste y melancólico y recobro una energía particular, ya las botellas no solo estaban vacías y solas, si no alegres, las colillas ya celebraban junto a la luz que incluso parecía menos tenue, el sillón casi sonreía y la alegría invadía la habitación, en los dispositivos de reproducción sonaba el nuevo éxito de la famosa banda musical algún cuarteto de Liverpool. El sol del amanecer empezaba a colarse por las ventanas y por las cortinas, que ya no ondeaban fantasmalmente, si no haciendo alguna danza de alegría sinuosa y delicada.
Todo había terminado. El solitario había muerto |