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Tarde o temprano vuelve a lo mismo. No está mal que vuelva a lo mismo. Es lo único en su vida que de verdad estará ahí siempre. Es lo único que está. Es su vida. Está ahí cuando no hay nada más, y también cuando está todo. Está ahí con él cuando el contexto se derrumba, como cuando comienza una guerra, como cuando cae una bomba. Está ahí en la mañana en que se sienta contra el sol, buscando la sombra detrás de una muralla. Ahí sigue, cuando aparece una lagartija de entre una rendija cualquiera, escarbando en busca de algo desconocido.

La lagartija se detiene y se observan mutuamente. No se comprenden. No entiende por qué la lagartija se pasea de un lugar a otro, claramente sin objetivo. No entiende cual puede ser el objetivo de la vida de la lagartija, que aparte de comer o dormir, no debería tener noción de más cosas. No debería estar orientada a buscar la felicidad. ¿Cómo será ser esa lagartija? O mejor aún, ¿qué seguridad hay de no serlo?

Lleva un libro consigo. Marca la página con una boleta. La lagartija es casi invisible entre la tierra y el sol. Quizás él también lo sea para la lagartija. Desde su perspectiva sería la muralla y el cielo. El cielo celeste. La lagartija amarilla. Las muertes falsas. Suena el teléfono ya de vuelta en la casa, nadie informa nada, son simples preguntas, inquietantes, desconcertantes. Son conocidos que preguntan sobre ti, preguntan si te sucedió algo, si estás enfermo. Agregan: si estás muerto.

¿Qué? No sabes, cómo puedes saber eso, te preocupas. Cuelgan. De pronto ya no puedes estar tranquilo. Intentas volver a concentrarte en la película, pero evidentemente estás en otro lado. Tomas un sorbo del líquido que está en el vaso. De pronto ya no es nada más que líquido; algo imparcial, indeterminado, inodoro. Deberían quedar unos veinte minutos, atar los últimos cabos de la trama, y se acaba. Ya la viste. Ya sabes lo que pasa. Por ahora estás seguro de qué hacer. Sólo debes seguir allí sentado, terminar de ver la película. Durante veinte minutos no vas a hacer nada más. Luego todo se debería ir dando de forma natural.

Lo que te aterra es que sientes que te vas perdiendo. Hacerte cargo de lo que sucede, de los eventos ya no van a poder hacerse; que deberán suspenderse. Son tantos, comienzas a enumerar. La familia tendrá que ser notificada; deberán buscar el cuerpo y comprobar la identidad; llamar una agencia; llamar a más familiares; amigos, una lista interminable de personas. Arruinaste el Año Nuevo. Es cierto que nunca te interesaron los simbolismos, los festejos, pero morir justo ahora, ¿qué clase de cábala es eso?

No puedes saber si estás o no vivo, la llamada no era una confirmación, era una pregunta, personas buscándote, deseando saber de ti. Te levantas del sillón como si una fuerza te poseyera y ordenase hallar explicaciones; buscar respuestas. Haces un par de llamadas obvias, lugares en los que podrías estar. No hay noticias de ti. Se supone que estarías en un sitio hasta las dos de la tarde, pero contesta un guardia diciendo que nadie fue, por las fiestas. Llamas a la casa de tus abuelos, quizás estás allá visitándolos, pero nada. Lo peor de todo es que en cada llamada debes disimular tu espanto, y la sensación de desasosiego que no te deja tranquilo. En cada llamada tienes que estrujar una cordialidad que disimule el pavor total, un gracias, si lo ve me llama, etcétera.

Esto definitivamente cambiaría todo. Para siempre. Si estás muerto la carencia de significados se haría evidente, se incrementaría el dolor, y no resistirías el llanto de tu ausencia desde aquellos que te amaban. Porque seguirás, seguirás, seguirás, porque la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Seguirás vivo, de otra forma, una forma claramente inferior; toda pérdida representa un paso más lejos de tu integridad. Sigues aquí. Pero no eres tú. La fórmula es otra, la mezcla cambió; perdiste átomos, y eran los átomos que te gustaban.

La frialdad con que te ves a ti mismo contrasta absolutamente con la visión de un tercero. Con mi visión, por ejemplo. Mi visión de los hechos es mucho más terrible. Luego de la llamada yo me quedé callado, simplemente no pude decir nada. Con esfuerzo respondí con una sonrisa ante el comentario que enfatizaba lo bizarro de la situación. Posiblemente él entendía mejor que yo que nada podía ser cierto. ¿Pero y si lo fuera? ¿Entonces por qué parece tan real? ¿Entonces donde estás?

Prefiero no pensar, porque si lo hago me derrumbaré. Intento concentrarme en la película, en el último nodo argumental, la parte en que el protagonista se gana el Nobel de economía y le pasan a dejar los lápices en la mesa, como homenaje. La peor parte. Trato con todas mis fuerzas de seguir la historia, pero no puedo. Sólo pienso en ti. En la intrascendencia extraviada. En todos los detalles que ya no podría volver a ver. Ya no vas a estar, y si te veo de nuevo no emitirás calor.

Tendría que cancelarlo todo. Se supone que viajo en un par de días. Ya no sería capaz. ¿Cómo sería capaz de hacer algo sin dejar de pensar en ti? No podría hacer el amor, ni reir, ni hablar, ni llorar. No sé si pueda cambiar, por lo que no me atrevo a simplemente posponer. Sería un finiquito de todo lo que he visto, un punto suspensivo, una pausa sin garantía. Ya no podría ser lo mismo.

Estoy petrificado, con el rostro inexpresivo. Tú estás jovial, es tu respuesta a la incertidumbre. Estás falsamente jovial, pensando que todo se trata de una broma, que hasta que no llegue la confirmación desde el hospital, desde carabineros, nada de esto puede o debe ser cierto. Hasta nuevo aviso deberías seguir vivo. Hasta que nadie lo confirme sólo hay duda, limbo, camuflaje entre la tierra y el cielo.

Si nadie llama otra vez eres un fantasma. Aplausos luego del discurso del premio, emoción hasta las lágrimas, Russell Crowe dice que nada de esto hubiese sido posible sin ti, Jennifer Connelly, y ella llora desde una platea repleta de rostros afectados y radiantes ante la exuberancia de la vida. ¿Ahora qué? Subo a mi pieza, enciendo el computador, reviso mi correo por si acaso. Me tiemblan las manos, no sé qué hacer. Entro al Messenger, lo habitual. No puedo estar online, es tan absurdo, tan carente. Me pongo en No Conectado pero es lo mismo. Pienso que es un momento sacro, que debería quemarlo todo de una vez y si resulto estar vivo, empezar de cero.

¿Qué clase de fiesta podría haber más tarde? No puede haber fiesta si estoy muerto. Sólo una cena frugal, silenciosa. Sentarnos en la mesa y comer mecánicamente. Ni siquiera podríamos pensar en lo perdido, todo está demasiado fresco, aún te anestesias por el trauma y llorar no es una opción frente a tu familia. Lo mejor es no decir nada, intentar vivirlo y punto. Seguir. Hacerse cargo de lo que continúa, soportar recibir condolencias de personas que nunca conociste, ni te conocieron. Vivirlo todo y esperar. Esperar a que los contrastes se acentúen para que se note que es una lagartija lo que está allí frente tuyo, y no simplemente la tierra reflejando un sol cada vez más árido.

¿Qué es lo que queda? Porque siempre queda algo, incluso si te creman la ceniza comprueba tu paso por la tierra. Porque seguirás aquí, y eso es quizás lo peor. De hecho, sigues aquí. Pero no eres tú. Sigue la cáscara, deambulando, conversando: un complejo mecanismo de respuestas biopsicosociales. El envase de la bebida, el papel de las papas fritas, la boleta de la pasta de dientes. Las emisiones de monóxido de carbono luego del colosal despegue de un cesna de dos millones de dólares. Eso queda.

En algún momento esto tendrá que pasar: la lagartija va a tener que moverse y sabrás que es una lagartija, algo vivo, que se desplazará, y comerá, o te morderá. Entonces tú también podrás moverte (si ella pudo, tú también), o sea huir: decidir continuar aún sabiendo que no estás más aquí. Cuando eso pase, y las formas se separen; entendiendo que tú eres algo distinto al pequeño reptil, visualizando el fin de una cosa y el principio de otra, y al mismo tiempo las razones de por qué tu vida es mejor o tiene un propósito superior al de las bestias, bueno, cuando eso pase vas a poder trepar nuevamente por la muralla y desaparecer debajo de una roca, buscando la sombra, esperando regenerar tu cola si los niños te la volaron a piedrazos. Vas a poder aceptarlo y vivir el duelo como mejor te plazca. En silencio probablemente, sin dar lástima, temblando en la oscuridad, como una rata anónima. Visitar tu tumba, quizás, esbozando algunas palabras llenas de emoción, y dejar algunas flores. Sacando la lengua algunas veces, en un siseo insignificante que las chicas encuentren adorable. Amargado por no ser, por último, una iguana.

31.12.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 390 visitantes. (0 votos)


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