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Trabajar con Pedro en Educacional me ha abierto los ojos respecto de mí mismo. El hecho de que él sepa de que tuneo mi pasado inconscientemente, o sea, de que literaturizo mi vida constantemente (y por lo tanto modifico los eventos para hacerlos encajar en una especie de metáfora general), me ha consternado. Frecuentemente, si hablamos de la experiencia en la escuela, me refuta lo que le digo encarándome: "¿es verdad eso? piensa de nuevo, ¿lo inventaste o lo viviste?" y la mayoría de las veces descubro que lo inventé.

Por ejemplo, creía que la profesora nos había dicho "el niño no se comunica bien con los adultos, es raro", cuando en realidad dijo "habla lento". Lo de los adultos, y lo de la rareza, lo había dicho yo mismo, horas después, conversando con Pedro en la calle. Y así constantemente. Pedro me dice que no es que dude de mí, porque de hecho confía en que lo digo de verdad, pero que sabe que a veces esquizofrenizo mis discursos, y yo no me había dado cuenta. O sea, creía saber que en algunos momentos atribuía mis acciones a ciertos valores universales de trascendencia (por ejemplo, deprimirse por un evento pequeño podía ser una mínima parte de una depresión universal, mancomunable a todos). Lo que no sabía es que distorsionaba de esa forma la realidad.

Me pasó con Penélope hace un tiempo, cuando yo rememoraba ciertos eventos del pasado y ella me contrarió, secamente, diciendo: "Diego, eso te lo inventaste tú, la realidad es que yo nunca fui a ver Persona esa vez; a mí me dolía el estómago así que no pude ir, tú fuiste solo". Y funó otro mito fundacional de mi vida. Otra perfecta alegoría. Otro origen pulcramente explicable, reducible e interpretable. Otro momento en que se generan las bisagras del futuro. Ahora Pedro, con toda la amabilidad que cabe en su interés científico supremo ha conseguido hacerme tomar conciencia de ello. Y digo interés científico supremo, porque él es quien se ha revelado como el genuino investigador, en contra mío, manifestado, falsísimo científico y realista mentiroso: un reductor del mundo por medio de fábulas.

En el caso del niño de la Recabarren es peligroso. Confundo mis fantasías con la realidad, aseverando hechos que jamás existieron sin niguna capacidad para discernir lo cierto de lo falso, lo imaginado de lo realmente vivido. Esa característica, genial en los cuentos, puede resultar feroz en la vida real. Quizás cuantas cosas he cambiado, quizás en cuantos eventos o cismas he cimentado mi personalidad, mis anhelos o todo lo que soy y que en el fondo resultan ser bocetos que yo mismo diseñé. Quizás mi futuro entero está a la base de un pasado inventado, absolutamente distorsionado en hechos y subjetivismos, aderezado con vueltas que jamás viví, con palabras que jamás pronuncié, con vivencias que jamás tuve.

Quizás debería ser otro. Quizás de tener la capacidad para objetivizar el mundo, para aterrizar la realidad posiblemente fuera otra persona. En una de esas ni siquiera las cosas malas que recuerdo fueron tales. Podría incluso estar inventando mis propios traumas originados en desviaciones que nunca tuve, o que a lo más, fueron de otra forma, una forma mucho más normal. Posiblemente allí esté la base de todo, en una especie de necesidad de lo extraordinario, en un anhelo profundo de que la vida se revele con más sentido del que en verdad tiene, un sentido acongojante, tibio o frío, que le dé coherencia y cohesión a lo que vivo, a lo que espero.

De seguro se trata de eso, de dotar de contenido a las lagunas que no tienen nada. Porque así, si la profesora me dijo que el niño era raro, que hablaba lento con los adultos, puedo entender su vida a propósito de una serie de hipótesis; así puedo irme armando una idea de él, de lo que es, de lo que puedo esperar. Quizás lo que soy es un irrespetuoso con la objetividad, quizás soy indiferente, inconscientemente, a la neutralidad. Quizás me niego a eso y me invento los vectores hacia las direcciones que quisiera se desarrollaran (sean buenas o sean malas).

Porque en el fondo, "el niño habla lento" es mucho menos, es mucho menos de lo que quisiera que fuera. Debe ser que quiero encontrar más ideas en esas frases, más entendimiento pero rápido, y ahora, y quizás no me interesa la verdad. La verdad consensuable, porque es cierto que creía que eso lo había dicho la profesora y no yo. No sé si importe tanto, aunque no debería ser yo el que se preocupe. En una de esas simplemente llega el día en que la disonancia sea evidente, en que mi mundo y el mundo de Pedro y la profesora se vuelvan irreconciliables. Quizás el problema recién empieza cuando nos damos cuenta de que vivimos de formas tan distintas algo que parecía igual, o más todavía, que algunos incluso inventamos pasajes a la novela deshojada; capítulos enteros, y vitales, de una trama que serpentea entre el frenetismo y el teatro.

No hay problema, en una de esas, aparte de las anécdotas graciosas, o las sonrisas nerviosas ante la posibilidad de que lo existido pueda haber sido diferente, y por lo fanto, irreal. Y lo malo con lo irreal es su falsedad, su característica plenamente vacua, aérea, volátil, evanescente. Porque es justo ahí donde está lo terrible de todo esto: en que la pérdida de certeza sobre ti mismo en cuestiones fundamentales pueda ser como navegar con una brújula imantada. Una brújula rota con la que siempre verás un norte ficticio, quimérico, que te guiará, sí, que te hará llegar; porque si sigues navegando tienes que llegar a algún sitio, ¿pero a dónde? A cualquier lado menos al que querías. Al azar. A la Atlántida o a Haití. Quizás por suerte llegues a donde soñabas, por suerte, como tienen suerte los albatros de haber evolucionado así; de una forma en que les basta con abrir las alas, esas alas tan grandes y majestuosas que tienen, y dejarse arrastrar, por kilómetros, por meses, por el viento del sur.

28.10.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 170 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-03-2009 Me ha gustado esta página de prosa reflexiva? Me parezco a Diego: me gusta literaturizar mi vida. Para eso estamos en esta página, no? Saludos arqui
 
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