Creo que lo mejor es intentarlo. A ver. Es como desear decir algo, pero no saber exactamente qué es ese algo. De todas formas, sabes qué no es. Sabes que no es muy contingente, que no tiene (tanto) que ver con mis lecturas y no lecturas, ni lo que no hago, ni con política, ni con tenis, ni con ajedrez (podría, pero no; Matías progresó, a todo esto; es un placer porque Ignacio había bajado mucho la guardia), aunque quizás sí tiene que ver con lo que no hago. Lo que tengo claro es que, otra vez, es una especie de necesidad hacerlo, porque aunque no tenga sentido (sé que no puede tener sentido, no todo puede tener sentido, ser un círculo, perfecto, entendible, no sé), aunque no tenga sentido igual me late el corazón más fuerte si escribo esto que si no lo hago. Eso ya es una buena razón para seguir. Algo irá saliendo, o al revés, en el camino iré descubriendo. Aunque no creo. No creo porque no se me dan bien los facilismos. Los positivismos. Quizás quiero hablar de todo y no me sale. Quizás me atoro intentando hablar de todo. Hablar de la guerra del Pacífico, hablar del amor, de las columnas del Artes y Letras (aburridas esta semana) (también estuvo lenta Espinosa el viernes), las películas que vi, o las que quiero ver, o los sueños que he tenido, o lo que me gustaría que pasara y no pasa, o las fotos en las que quisiera estar y no estoy.
Es mucho, en el fondo, y quizás escribir al respecto aunque sea tangencialmente na suerte de reduccionismo, un "hacerlo fácil", un "hacerlo digerible". Digerible para mí, quizás. Torturante para uds. "Nauseabundo" para Mac. Objeto de ironía para Víctor. Incompleto para el Mati. Curiosamente me agrada mucho eso, no sé por qué. Quizás sumado a mi racha de derrotas en el ajedrez es una suerte de metáfora del presente. Quizás estoy derrotado y esto es lo que queda de mí, pero por alguna razón que todavía no entiendo, perder, fracasar, no me molesta tanto como se supone que debiera ser. Hay algo de lindo en el fracaso, siempre he pensado. Y patético por supuesto. Es un mal, más que un bien. Es lo indeseable. Algunas veces me paseo por la casa, solo, y pienso en lo indeseable, en lo asqueroso, lo malo, lo odioso. Algunas veces pienso en eso y creo que pensar en eso es una especie de justificación para evitar el esfuerzo, para rendirse, al tiro, sin presentarse. Quizás sea una salida fácil, una suerte de suicidio existencial, pensar que el fracaso es bueno. Pero al rato me vuelvo escéptico y creo que quizás en el antónimo de lo que creemos bueno, también está lo bueno (al revés, justo al revés, pero por antonomasia algo hay en ello, una esencia, como el reflejo de un espejo, un reflejo turbio, es verdad, pero reflejo al fin).
Quizás escribo porque fue como mucho. Fueron muchas las ideas, los temas, los retrocesos. O era eso o cerrarlo otra vez. Aunque quizás esto sea un epílogo. Quizás es un epílogo y no me doy cuenta, y en un tiempo sepa que seguir aquí era un error, y que ya no tenía nada más por hacer, simplemente retirarme, jubilarme. Jubilarse joven y fenecer sin épica. Perder. Podrirse. Quizás es una iluminación, una epifanía sobre la vida: yacer hasta morir, con el sentimiento descarnando la piel, el sentimiento raro. A ver. No me gusta como se lee esto. Ni su relectura, claramente. En el mejor de los casos es la destrucción previa a la renovación. Si fuera una persona positiva podría pensar eso. Si fuera optimista. Si creyera que los que están en el Fondo A van a recuperar sus platas antes de jubilar. Si no tuviera la ironía como motor podría aceptar un poco de esa bondad. Lástima. Lástima que no. Lástima. No es para nada sexy.
20.10.08 |