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La gracia de haber demorado el visionaje de The New World (2005), es que finalmente pude disfrutarla fuera de la contingencia y afortunadamente, sin el sesgo de crítica dividida con la que surgió hace unos años. Crítica, que supongo, contrastó el último trabajo de Terrence Malick con la insuperable The Thin Red Line (1998), especialmente en cuanto al final, que en este caso es más parsimonioso, y a la película en general. Digo afortunadamente, porque vi la película en recomendación directa de Alejandro y de Héctor, y además, porque ya había mirado algunas escenas quedándome prendado de un detalle que no me parece menor: Malick hizo The New World llena de una cotidianeidad que rebosa la pantalla. La "acción" transcurre mayormente en situaciones triviales de la sociedad colonizadora de 1600 en Estados Unidos, acciones triviales que en mi caso me facilitaron el ingreso a la precariedad de las raíces del poblamiento invasor del continente. Me resultó innegable la belleza de esta recreación, y la apuesta de Malick, que hace de las pocas escenas bélicas, o de "acción real", un elemento más en el guión, que sirven para catalizar premisas ya lanzadas en The Thin Red Line acerca de la impureza de la guerra, por ejemplo, pero que no constituyen para nada el cuerpo de The New World.

Porque The New World no es una repetición de principios. Pudo haber sido. Y quizás, de haberlo sido, Malick nuevamente hubiese estado en las principales nominaciones de los grandes premios. Porque la ambientación es perfecta, también la fotografía. Malick pudo haber jugado seguro y haber recreado una especie de continuación de Dances with Wolves con toda la filosofía de The Thin Red Line, pero no. The New World sigue en la línea de Malick, la película rebalsa Malick por todos lados, pero es un Malick concentrado en la búsqueda de la sinceridad existencial, una especie de iluminación que no está necesariamente ligada a la religión. En este caso se utiliza la naturaleza como catálisis de sus planteamientos. El sonido del agua, las panorámicas de paisajes descaradamente hermosos, de pastizales, de trigales o cosechas. Y claro, el amor. Malick utiliza el cuento clásico de Pocahontas y el capitán Smith, ese encuentro incomprendido como metáfora del descubrimiento de la belleza de los nativos y la corrupción de los invasores, para sembrar sus planteamientos. Y lo hace "a lo Malick", o sea, se toma su tiempo.

Es innegable que Malick tiene poca prisa para realizar sus trabajos. Sólo cuatro películas en treinta años no lo colocan en la palestra de los directores más activos (como el uno-al-año Woody Allen, o el casi enfermante Steven Spielberg -a veces dos películas por año, y tan disímiles como Jurassic Park y Schindler's List en 1993 o Munich y War of the Worlds el 2005), sino que ha ido cobrando cierta fama de autista, introvertido, o de un tipo dedicado al procesamiento profundo de sus ideas. Veinte años pasaron para que Malick volviera al cine, desde Days of Heaven (1978) hasta The Thin Red Line, y siete para The New World, y la lógica también opera dentro de sus obras. El tiempo transcurre en escenas silenciosas en donde es posible escuchar el sonido del viento o las gallinas deambulando. El tiempo transcurre lo suficientemente lento para que los personajes tengan sus propias evoluciones. Esos personajes callados, sufridos, pensativos, que se comunican poco y que filosofan harto. Y nosotros lo sabemos, porque Malick nos transcribe el transcurso de sus pensamientos como un fluir de la conciencia que no parece desbordarse. No se desborda, porque entra preciso en el preciocismo de las escenas, en la reflexión obligada que producen los cuadros.

Porque Malick es indiscutiblemente un tipo introspectivo. Y sus observaciones decantan en una poesía profunda sin ser compleja, abordable, sin perder consistencia. Y en The New World se trata de la búsqueda de una vida pura, una vida real, franca, alejada de la falsedad. Curiosamente esto se va perdiendo a medida que la colonización se asienta. El ejemplo se agudiza en la vida de Pocahontas (creo que nunca se la menciona como Pocahontas en la película, aunque así sale listada en el casting la bonita suizo-quechua Q'orianka Kilcher). La chica va perdiendo la naturalidad de su pueblo, que la hacía correr entre los bosques y transparentar un brillo casi calcinante con la mirada, para lentamente adoptar el empaquetamiento de las costumbres tradicionales de los ingleses, su modo de vestir incómodo, impráctico, y el correlato con algo más terrible: el no enfrentamiento de lo que realmente siente (o quizás, sentir demasiado). Lo mismo le pasa al atribulado mercenario Smith, que hace Colin Farrell. El tipo lentamente se va cegando a la posibilidad de vivir a medida que se aferra a sus ambiciones y aborta la plenitud, aún sabiendo que la tenía, para adentrarse ya sin retorno en el universo pragmático de la conquista/éxito que supone trabajar para la corona. Todo esto, como antes se dijo, sucede a través de la expresión de los pensamientos directos de los personajes, con lo que, como gran plus, lo que importa no es "la historia", no es lo que suceda, sino cómo suceda, qué significa para los personajes, cómo lo viven, lo sienten o lo entienden. Esta cualidad casi literaria del cine de Malick, porque parece psicológica, pero es más filosófica/poética, es lo que para algunos hace que se vuelva magnético, atrayente, desmenuzador.

La película finaliza con el no siempre comprendido alcance de una plenitud en la aceptación de uno mismo, en una redención del presente que para mi tiene más que ver con cerrar los cabos del pasado, con estimular la emocionalidad hacia la satisfacción fundamental, y con el desapego a la normativa y al aspaviento. Con la búsqueda de la sinceridad, en el fondo, encontrada en la relación interpersonal y el abandono del materialismo, la pose, la Inglaterra ostentosa de la que de todas formas Pocahontas nunca podrá abandonar. Con la contemplación de la naturaleza como fuente nutritiva de vida, madre o padre del sustento y finalmente motor de una energía que se traduce en felicidad. El mensaje, ampliamente subjetivo, no es explicitado de forma burda ni grotesca, sino que se sugiere por medio de las escenas que repiten los cuadros de la "felicidad pasada" en los bosques del inicio, y en la repetición de la grandiosa banda sonora, así como de los gestos y los pensamientos. Es una vuelta al círculo mediada sobre todo por la aceptación de que es un "nuevo" círculo: una nueva conciencia en que la que ante todo, se acepta este "nuevo mundo" como parte del futuro. La renovación como purificación de un pasado. La naturaleza como clave de la sinceridad. Y Terrence Malick como artífice de un nuevo poema cinematográfico. Cortesía de la casa.


(02 de octubre 2008)

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 204 visitantes. (0 votos)


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