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Inicio / Cuenteros Locales / daicelot / 01 de agosto

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Cuando llegué a Temuco estaba lloviendo. Y estaba helado. El aire era difícilmente respirable en la estación, porque el monóxido de los buses contaminaba todo el espacio. Me dolía la espalda por haberme quedado dormido sobre una tuerca sin darme cuenta. Yo todavía estaba en un estado narcoléptico, como si me hubiera drogado. Ayudé a Héctor a mover las cajas de los cd's hasta una banca. Había un perro flaco al acecho, pero éramos tan pocos los que bajábamos que de seguro no iba a tener éxito en su búsqueda de comida, porque el bus seguía para Cunco con la mayoría de los pasajeros. Me compadecí y saqué el alfajor que me dieron arriba y se lo di. Un vagabundo recolector de basura me vio y me sonrió, me dijo algo pero no entendí qué, así que le sonreí de vuelta y le dije: "sí". Se puso a llover con más fuerza y todavía no amanecía. El cielo estaba negro y grisáceo-naranjo en las partes que los débiles focos del terminal de los ERBUC dejaban ver.

Cuando terminamos de apilar las cajas nos quedamos esperando que llegara el esposo de la Isidora, comentando brevemente la travesía de salvataje que tuvimos que hacer el día anterior para recoger los cd's en la discográfica. "Que buena que hayai venido, igual me ayudaste caleta" comentaba el Héctor. No me acuerdo qué le respondí. Creo que algo relacionado con que Gabriela nos ayudó como un soldado más a acarrear un par de cajas mientras él se dedicaba a coquetearle descaradamente a la chica encargada (que se dejó). Quizás eso o que en la noche el boletero se había sentado conmigo y yo fingí un sueño profundo porque me dio miedo que me violara. O quizás le hablé de la señora de Cunco que se sentó en mi asiento cuando en el suyo empezó a entrar el agua. De seguro alguna de esas cosas le dije. Alguna de todas esas cosas que pude haberle dicho en ese momento, que no eran, obviamente, las que pensaba, las que me aturdían la cabeza como una batería de fotogramas de esas películas que ves hasta el cansancio, y ante las que un familiar, consternado, siempre te dice: "¿otra vez viendo lo mismo? ¿y no te aburre?".

Las cosas que pensaba, que estaban escenificadas hasta con banda sonora de fondo, que no dejaban de sucederse y como hace diez horas se presentaban mezcladas a este estado como entre dormir y despertar, una mezcla de cansancio con satisfacción. Así estaba al menos cuando pasaron a buscar los boletos y yo decidía entre estar consciente o quedarme dormido, en la noche, cuando el bus estaba recién saliendo de Santiago y pusieron unas reposiciones de la performance de Kramer en Viña, que fueron un éxito entre las señoras que reclamaban por que subieran la calefacción. Las cosas que pensaba, que eran hartas y no sabía cómo cabían en un día, pero que de todas formas estaban en mi cabeza como una especie de tatuaje en el lóbulo frontal, temporal, occipital o donde sea que se conserve la memoria a largo plazo. Esa, que dicen, se conserva para siempre.

(21 de septiembre 2008)

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 158 visitantes. (0 votos)


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