Me falta "La Mujer sin Cabeza", pero al margen de eso y atendiendo al revuelo sólo queda tomar bando. O aceptas que Martel pueda convertirse, de seguir así, en una especie de Bergman sudamericano, o simplemente es eficacia por sobre talento, virtuosismo por sobre fluidez. Yo opto por lo primero. Produce un extraño nerviosismo, como que el ambiente usual se divide desequilibradamente en el aplauso cerrado y un par de ofuscados personajes que no llegan al meollo del asunto. Yo no llegué al meollo del asunto con La Ciénaga, luego, pensando, encontré que me había gustado mucho. Con La Niña Santa fue más fácil, la narrativa me facilitó el acceso, pero aún así Martel me perturba. Me perturba no saber cuando va a llegar el final. Me perturba darme cuenta que no se nota, a primeras luces, que "es mujer". Porque Martel no es el retrato psicológico de Rebecca Miller. No es la poesía "femenina" de Isabel Coixet. No es la embocada con suerte de Sofía Coppola. Martel se despega de su género para abrirse paso en un pantano mayor, con una seguridad aplastante, como dijo alguien por ahí. Eso es lo que de seguro causa la tensión: Martel sabe lo que tiene, y no se achica en ningún momento para presentarlo. Martel aplasta con una naturalidad y aires refrescantes, con una fluidez extensa en la expresión de la cotidaneidad, en la historia alterna al relato, en el esfuerzo que debe poner el espectador para comprender la inteligencia de una historia que de todas formas es personal.

(18 de septiembre 2008)