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Este semestre estuve a punto de ser ayudante en dos ramos. Finalmente me corrí. No quise. A última hora le tomé el peso al asunto, y la alternativa de conocer gente nueva en realidad no pesaba lo suficiente. Permuté mi acceso a la ayudantía de psicopatología con una presentación sobre historia psicopatológica, y la de estadística simplemente le dije a Ortiz que no estaba motivado, y que si quería la hacía igual para que viera que soy un hombre, y que como le había dicho que sí antes estaba dispuesto a sacrificarme. Pero al parecer no entendió mi hemingweyniana performance. Se taimó luego de eso y no me escribió más. Para mi felicidad.

Y la verdad es que en los días que ese destino se decidió todo estaba muy turbio. Estaba partiendo el semestre y estaba yendo a clases, lo que significaba que me estaba levantando en las mañanas. A Víctor le conté un dato no menor. Levantarse en las mañanas cuando constantemente necesitas estarte engañándote y diciéndote que importa algo la universidad, se vuelve algo muy difícil. Aparte de que se hace difícil en general, es imposible esquivar las preguntas del tipo: "de qué mierda sirve esta puta mierda; ¿un trabajo? ¿un futuro? ¿importa tener un trabajo y el futuro no va a ser siempre lo mismo? ¿para qué vivir?", etcétera.

Técnicamente sigue turbio, pero he ido agarrando más seguridad estos días. El problema de todo es tener mente. Si uno no tuviera mente no pensaría constantemente. Y sí, es patético sobreracionalizar todo, pasarse "rollos" siempre (aunque entre nosotros, no son "rollos", no son ahogos en vasos de agua, es simplemente aceptar que el mar es más espacioso que la tierra, y que cruzarlo en balsa...), porque en todo caso esto va más allá. Es como tener todos los sensores activados que por el simple hecho de tener conciencia de tu vida te desmotiva. Son pequeños elementos, molestos, que están siempre presentes y te arruinan hasta los goces más ingenuos, como ver el partido entre González y Nieminem. O sea, cuando la cosa anda, y González tiene dos sets a favor y empieza el tercero, llegan las preguntitas tontas, llega la conciencia molesta con las interrogantes de siempre: "y qué puta mierda de mierda importa esta mierda". Etcétera.

Posturas adolescentes, juveniles, obsoletas. Supongo que subsisto entre esas dos áreas y ni siquiera me preocupa en lo más mínimo. Entre esas dos áreas, digo, el área juvenil, barata, pesimista, hiperquinética algunas veces, y el área anciana, decrépita, poética, triste, agotada. Es un devenir enfermizo entre ser un niño y ser un viejo, y no anclarse nunca en lo que a todas luces parece ser la mejor de las eras: la adultez. Qué aburrido sería, en todo caso. Ser como Pato Lagos. Pobre Pato Lagos. Un continuo paseo entre la candidez y la senilidad, pero al menos no derrapa en el inconformismo y aquella facilidad macabra para extraviar el sentido de las cosas como si se tratara de agua escurriendo entre los dedos. No. Pato Lagos es un tipo relativamente estable. Relativamente. Relativamente feliz.

Porque me da rabia. Me da rabia todo esto. Me da rabia estudiar, o trabajar, o vivir y tener un futuro. No me da rabia tener un pasado porque el pasado es como la historia del mundo pero con uno como protagonista, y a mí me gusta la historia desde que tengo uso de razón. Me da rabia tener un ahora, y que el ahora siempre sea tan contingente, tan alienante en su inmediatez y que de todas formas, el único estadio de tu vida que realmente puedes vivir sea el presente. Y suele suceder que la conciencia del presente siempre te dice que es inferior al pasado o al futuro. Porque en el pasado pudieron haber cosas terribles por las cuales pasar, pero listo, ya lo hiciste. Y el futuro, bueno, aunque seas pesimista no puedes dejar de tener la noción de que el futuro lo construyes en gran medida de acuerdo a ti mismo. Pero el presente. Maldito presente. Maldita inmediatez y falta de posibilidades. Es lo peor de todo.

Es la decadencia en su máxima expresión. Este texto es el presente, y este texto, decrépito, neurótico, es realmente malo. Malo desde el inicio, anecdótico, irrelevante. Como yo, ahora. Pasajero, banal, televisivo. Afuera llueve y yo paso en mi vida como si fuera las propagandas de mi futuro, o los créditos de ayer (del ayer cercano, conste). En todo caso la deblace no es sólo de hoy, se nota hace unos días. Se nota en las intrascendencias de las que he hablado, de textos absurdos como Bretón, Moho, Katy Perry, Apablaza y Espinosa o Greco. Los pobres no tienen culpa de ser textos borderline que aparentan una tranquilidad racional tan totalizante. Textos insuflados por opiniones que en realidad dejan de importarme temprano por la noche, antes de que comience la nada habitual, el estado de absoluto desconcierto y de indiferencia fundamental conmigo mismo. De aburrimiento vivencial, de colapsamiento profundo.

¿Dije que estaba lloviendo, cierto? Siempre digo si está lloviendo cuando escribo. Si está soleado no lo digo. Si está lloviendo, creo, o siento, que es un deber de parte mía mencionarlo, darle crédito a la lluvia como matriz de la inspiración. Bueno, ahora no me causa nada. Está lloviendo, a secas, y chocan las gotas contra la ventana y me daría lo mismo si no lo hiciera. Me doy lo mismo en general, aunque a ratos recobre la lucidez y pueda avanzar a esos sitios tan hermosos que alguna vez vislumbro. A los lugares en donde hay de esas fogatas pequeñas, de combustión, piezas sin luces en donde se refleja el crepitar de las llamas y ese sonido tan fundamental, el chispear de la madera consumiéndose: una especie de ritual antiguo, que para mí tiene un gustillo esencial, como que en la combustión de la materia se encerrara una especie de verdad escabrosa y pacífica. Un algo que me tranquiliza.

Siempre digo que está lloviendo porque decirlo parece ser una esperanza en sí misma. Una tormenta, un arrojo gigante a lo insólito, una llegada a los sitios que no entiendo, que me sobrepasan, que me abruman. Pero no. Desearía que todo eso pasara y reemplazara la insipidez. Desearía avanzar rápido, adelantar un par de siglos, justo al tiempo en donde el último rastro de mi cuerpo pasa a ser polvo del polvo. Tierra pura, pero no de cosecha. Tierra inútil, en un basural como esos que mostraban en WALL-E. No estaría mal. No quisiera ser tierra fértil y que desde mí nacieran flores y pasto. No quisiera eso. No me merezco eso. Tengo que ganarme ese derecho haciendo o destruyendo. Pero tampoco sé si tengo la motivación para intentar ganármelo, o incluso, si deseo ganármelo. Sólo sé que nada sé, y ni siquiera de eso estoy seguro. Sólo sé que nada sé, y que nada soy, le agregaría, querido y sodomizado amigo Sócrates.

01.09.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 205 visitantes. (0 votos)


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