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Roberto me hizo ver el videoclip de Katy Perry, "I Kissed a Girl", que no conocía. De seguro, digo de seguro porque no sé nada de ella, es un éxito, y debería. Tiene un ritmo pegajoso, y salen escenas con chicas muy lindas luciendo lencería incitante (para captar al target varonil que fantasea con que una chica bese a otra). Escribo al respecto por algo que pensé mientras visionaba el videoclip y es que lo que lo hace pegajoso es, obviamente, esa suerte de porno-softcore musical que también creo tenía el "Gimme More" de Britney Spears. Softcore, digo, porque en ese video ella se retrataba casi como una puta, y este otro, la Perry se retrata casi como una lesbiana. Lo interesante surge de la concepción limítrofe con la que juegan estos videoclips. Antiguamente hubieran sido escándalos, pero hoy no, porque se van expandiendo las aceptaciones y las películas que antes eran mayores de 18, hoy son todo espectador. Pero esta apertura no es total. Existen límites. Spears sugiere ser una puta como Perry insinúa ser una lesbiana, pero la explicitez no se logra del todo. Sé que sería traspasar el límite mostrar a la Spears follando, o a la Perry cantando, en vez de "besé una chica y me gustó", un "me gusta lamer los clítoris de las mujeres maduras". Por alguna razón existe una graduación bastante suave en esto, se juega con el límite que el mismo target al que está dirigida la música plantea, pero también ufana cierta moralidad.

Teniendo esto en consideración llegué a la noción de que eran videos sumamente conservadores. Hay un montón de elementos que no se pueden traspasar, que no van asociados tan sólo a la estética que busca ser llamativa, aparentemente abierta, sino también a la forma. La configuración de la música está cimentada por varias reglas que no pueden, o no quieren, ser traspasadas, como el uso de baterías electrónicas aún cuando la canción podría verse enriquecida si se abandonaran estas insistencias: podría surgir, quizás peligrosamente, una identidad. Sin embargo no es mi intención demonizar el pop masivo internacional, que me parece de una calidad superior al cutre pop nacional, por ejemplo, porque creo que es un problema tan arraigado como extendido, el de los límites. Pienso que desde el momento en que un estilo de música es catalogado como tal, es propuesto bajo una etiqueta, es el principio de su muerte, porque el mismo hecho de pertenecer a una clasificación le rigidiza lo que puede hacer. Si vas a hacer pop masivo internacional vas a tener que asumir las reglas del juego, vas a tener que aparentar que eres muy rebelde, porque tu target lo desea, pero tampoco puedes espantarlo, porque tu target está formado por personas de pensamiento muy convencional, o sea, rígido, lo que te lleva a las siempre exquisitas contradicciones discurso/acto: finge ser rebelde, pero no cometas el cándido error de realmente serlo. Sé un rebelde softcore, una puta pero sin ser puta, una lesbiana pero sugerida, porque debes mantenerte dentro del rango que tu etiqueta así direcciona: música pop que puede ser colocada en las radios, y videoclips que se pueden dar a toda hora en un tiempo que tiene sus reglamentaciones al día. ¿Habrá sentido algo parecido Bob Dylan cuando era un honesto cantante de folk y prefirió volverse el payaso visual en que se transformó luego? Posiblemente. Dylan experimentó esa limitación, o quiso explorar nuevos terrenos, para terminar tristemente prisionero del rock. La libertad es un concepto tan ambiguo visto en estos términos, porque pareciera ser que del momento en que comienzas a definir lo que eres, lo que tienes, o lo que puedes alcanzar, al mismo tiempo te cierras a la posibilidad de lo opuesto: ya no puedes ser lo que no eres, ya no puedes tener lo que no tienes, estás condenado a ser tú mismo (a ser alternativo, a ser jazzista de bebop, a ser cantante de pop masivo).

Varios artistas se niegan a aceptar las etiquetas quizás por lo mismo. Algunas veces las etiquetas son absurdas, como por ejemplo cuando se cita a Mogwai, Tortoise y Godspeed dentro del post rock, cuando que las bandas entre sí no podrían ser más diferentes. Probablemente la etiqueta post rock sea la más absurda de todas (y nunca tan aceptada como "blues" o "tango"). Sin embargo la indefinición no me parece una panacea, ya que entraña una pérdida de objetivos, un no saber lo que se tiene y la limitación a un vadeo en torno a la inseguridad, aunque también al descubrimiento. De todas maneras creo que le otorgo mucho valor a la expresión individual y a la libertad de acción, pero no me pondría un par de medias rosa por justificar mi libertad. Creo que no es necesario que aprenda chino mandarín y toque la cítara para quebrar los preconceptos y avanzar hacia la realización artística última. No va por ahí la cosa. Es cierto que querer ser como Britney Spears, emular su éxito o su impacto, hace que Katy Perry intente jugar con las mismas reglas (y con esto no estoy diciendo que Perry le copie a Spears, es tan sólo un ejemplo ilustrativo). Me gustaría dejar en claro que no valoro la expresión rupturista vacía, o la radicalización porque sí. Por ejemplo, no valoraría más el video de Katy Perry si ella dijera que quiere chupar conchas con vigor, aunque quizás me causaría gracia. Porque creo que el asunto de la ruptura, el anarquismo en general, está tan sobrevalorado como es, objetivamente, impracticable. Lo que sí valoro, y esto no es la primera vez que lo escribo, es la sinceridad, o la franqueza de acción. No digo inocencia, porque además de que puede prestarse para tergiversaciones, es demasiado fácil y no hay culpa en contaminarse, en perder la virginidad.

Y creo que en eso sí que me atrevo a ser taxativo. Katy Perry no se la juega. Katy Perry hace su tarea como la tenía asignada de antemano, y le resulta muy bien, se saca un siete. Katy Perry, entonces, va a entonar perfectamente a donde ella quería entonar, pero nunca va a ganarse el respeto de la gente que sobrevive fuera de sus límites. O en otras palabras, es parte de una moda: de un tiempo en que cierta parte de la población estaba prendada de las baterías sosas y de las modelos con cierta afinación y la voz absolutamente arreglada por estudios, jugando a ser cantantes. Katy Perry, luego, va a ser ridiculizada el 2015 así como nosotros nos reímos de la estilización del glamour ochentero, de esas hombreras tan payasas, o esos cortes de pelo francamente horribles. Sé que más de algún hijo del futuro va a sentir vergüenza de que sus padres se hayan definido como monitos animados japoneses en el pasado, como parte de una extraña moda que sacudió el país durante escuetos y aspaventosos meses. Y les va dar vergüenza o se van a reír, porque va a resultar absolutamente evidente que el asunto era muy limítrofe, muy consensuado a la estética y hueco de fondo, o conservador de fondo. Y esa conservaduría, esa conservaduría que tenía el glamour de espejuelas de los ochenta y que te impedía hacer otras cosas, es algo que te pasa la cuenta cuando se cobran los cheques, es algo que a Katy Perry le van a reclamar los vástagos del mañana: ¿quieres besar a una chica y lo hiciste? ¿y qué? Chúpale la concha mejor. O no lo hagas. Mejor aún: dime que quieres ser estrella de farándula y ganar mucha plata, que muchos tipos te deseen, tener una historia en los tabloides, que los paparazzi te persigan, que las dueñas de casa hablen de ti, dime todo eso, dímelo de frente, y deja a las lesbianas tranquilas.

27.8.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 305 visitantes. (0 votos)


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