Les voy a decir la verdad, mens. Quiero escribir, pero no quiero decir nada relativo a las inseguridades propias e idiosincrásicas por las que paso antes de escribir. El otro día había hecho un texto, que según yo, iba muy bien encaminado. Incluso anoté: "estoy seguro que este lo voy a mostrar", pero no lo hice. Y dije que les iba a decir la verdad porque para mí es importante mostrarles los textos que hago. Ustedes ya saben, llevo un buen tiempo acá, llevamos un buen tiempo acá. No se trata de hedonismos, de exhibicionismos, nada que ver. Se trata de otras cosas. Es como irse afirmando, validando. Es como ir marcando la tarjeta de que sí, sigues vivo de la misma forma que antes. Porque no hacer patencia de eso es como irse muriendo, enterrando. Así lo veo yo al menos.
Por eso quiero escribir. Ahora me aseguraré de que esto sea publicado. Estoy escribiendo estas palabras en el menú del blog, no en un word, o en un mail como borrador, porque esos no sobreviven. El texto anterior, que juré viviría, quedó empantanado en un word, con el perfecto avisaje de su creación, la fecha clarita en la parte de arriba, todo en orden, los papeles al día. Pasaré de la tentación de entrar al messenger a ver si anda alguien con quien hablar. Si hago eso no anotaré nada, me conozco. Gastaré el momento y me sentiré como se deben sentir esos que se quedan dormidos frente al televisor. Entraré en un rato más, luego de haber puesto la palabra del código de más abajo, y haber apretado el "publicar entrada". Sé que esta entrada es una mierda, pero es mejor que nada, creanme. Obviamente, para mí, digo.
Escribí un cuento el otro día, para el Felipe. Creo que esa frase ha sido el motor de muchas conversaciones esta semana. Es una buena frase, me llena de optimismo. "Escribí algo"="Hice algo", y todavía más, "hice algo y lo terminé, y está listo, sea como sea que haya salido". Fue una especie de hito que me mantuvo feliz. Mi cuento sólo lo leyó Mac, pese a que lo dejé aquí en el blog, es la entrada anterior. Está bien que haya sido así, creo. Igual, mientras iba al baño me detuve un momento para mirarme el pelo revuelto en el espejo y pensar que el post anterior al cuento, "La Foto", tenía como quince comentarios. Quince comentarios que no hablaban del texto, pero bueno, es mejor que nada. Después pensé que los comentarios se los debía a Víctor, que se puso a payasear y tunear los mensajes de la gente, y la gente volvía a tunear sus propios mensajes. Era un juego divertido.
Luego mi amigo se dio cuenta del hecho más que evidente que todos la estaban pasando excelente y en realidad nadie hablaba del texto que había escrito. Entonces se hizo patente el patetismo del mismo blog. Un montón de personas pasándola bien. Todos menos yo, claro. Yo y el texto, que no tenía nada de gracioso (ni de penoso, pero bueno). Luego, cuando mi amigo dejó el comentario sobre esto que estaba diciendo, se creó una pequeña polémica, o pseudopolémica, o farándula. Entonces ahí recibí comentarios largos, intensos, profundos, inteligentes, extensos, pero sobre la farándula, no sobre el texto. Incluso comentarios que decían que eso de que los comentarios no decían nada ya lo había dicho antes, imagínense, mens, metacomentarios analizando el pasado del mismo blog, y aún así nadie hablando nada sobre el texto en sí.
Decidí no decir nada, hubiese sido un poco seguir la farándula, preferí dejar el cuento que había postergado un día para que el comentario de mi amigo se viera, a ver si pasaba algo (algo pasó, el problema fue que el "algo" en sí no habló sobre nada más que la farándula). Y bueno, el cuento no fue comentado por nadie. Cero. Nada. Ni que es el cuento más malo que hayas leido, o que tiene partes buenas y otras mediocres, o que está bien pero no es una maravilla. Nada de nada. Ni aprobación ni desaprobación, sólo una lisa y llana indiferencia. Mientras estaba en el baño, mientras me veía el pelo revuelto, pensé en eso y creí que algún día tenía que decirlo, porque quizás me iba a pasar siempre. O sea, evidentemente iba a estar pasando todo el tiempo, entonces la pregunta era si este "mostrar" lo que escribía era realmente necesario. En algunos momentos creía que sí. Con mi amigo comentaba que al final te influyes por quienes te van a leer, y esa era mi filosofía. Pero en cierta medida, al abrir los ojos, te das cuenta que no tiene ningún sentido real.
Todo es una imaginería. Yo imagino que entra una persona y en algún momento conecta con lo que hablo. Tengo que imaginármelo porque jamás se tiene la certeza de que eso ocurra. Se tiene la idea de que sucede, como se tiene la idea de que en China existe gente, por ponerlo en perspectiva, porque nunca he estado en China. Y eso con el pasar del tiempo se vuelve desgastante, porque es como soñar y soñar y que nunca pase nada en la realidad. O que la realidad siga su curso con una tranquilidad parsimoniosa, establecida, y que eso no se fuera a quebrar jamás. Y a veces escribo sobre eso mismo, pero es como revolcarse en el mismo barro, o intentar ducharse con tierra, porque no pasa nada nunca. Y quizás está bien que no pase nada nunca, y que esa inacción sea en el fondo una especie de lección o moraleja; el problema es que nunca he entendido cual sería la enseñanza.
Supongo que todo lo digo porque estoy un poco cansado, o porque no he hablado con nadie hace un buen rato. Debe ser eso, o la noche, o el recuerdo de ayer que lo pasé bien. Ensayamos en la casa de Isidora, Víctor andaba medio aturdido por dolor de cabeza. Creo que lo mejor fue tomar once, hace tiempo que no conversaba con nadie en vivo (con Víctor, de repente, en las micros, pero nuestras conversaciones individuales suelen ser un poco depresivas). Hace tiempo que no conversaba y de verdad me sentía bien así. Y poder reírme. El día anterior también me reí, en clases, cuando me equivoqué al escribir la autoevaluación, y Mac me cachó desde la otra esquina de sala y sonreía con el rostro como de satisfacción, porque él se da cuenta cuando ando raro, o tuneado emocionalmente. No como Ignacio, que suele preguntar directamente que qué me pasa. Me pregunta "qué te pasa" si me ve extraño, pero no se da cuenta que es la pregunta más indiscreta de la vida. Porque si la respuesta fuera: "siento un problema existencial" sería pura talla, sería para la risa, y tampoco lo entendería, y además una frase así es una reverenda mierda; la única respuesta sería que le recitara, por ejemplo, todo lo que llevo escrito aquí. Porque o si no, ¿qué quiere que le diga? Mira hombre, no se me ha muerto nadie, no tengo razones objetivas para este estado, pero qué quieres que le haga, me siento como si de verdad se me hubiera muerto alguien pero tampoco lo pedí. Me pregunta "qué te pasa" con el rostro casi con una sonrisa, o con los ojos bien abiertos, como esperando que mi respuesta sea una risotada y un "NADA, VAMOS A UNA FIESTA? YES".
No tendría sentido. Pienso en Mac otra vez porque en algún momento me llenó de satisfacción el que haya leido mi texto, de corrido, sin que yo se lo haya pedido, y hayamos conversado al respecto un rato. Fue crítico, y le gustó mucho una parte, y otra no le hizo nada. En ese momento sentí que sí tenía sentido haberlo hecho, porque servía para algo, incluso para entender qué era lo que funcionaba o no funcionaba en un texto formalmente establecido. El día anterior le había comentado a Pola e Ignacio lo de mi cuento formal, y ella me dijo: "ah, entonces es como que tú hubieses sido un adolescente pokemón dedicado a poncear, y ahora maduraste y estableces una relación estable" porque para ella esa era la noción de un texto formal. Un texto formal= un texto maduro. Yo le dije que no, e Ignacio me secundó: "no necesariamente, porque él escribe como NECESIDAD", dijo, pero pronunció la palabra "necesidad" de una forma extraña, como marcando bien cada sílaba, como evidenciando cierta malicia de fondo que por alguna razón me hizo sentir mal. Luego seguimos haciendo la disertación de Cuanti.
Eso fue el jueves. Esto de la lectura de Mac fue el viernes. Y no sé por qué creo que si él no lo hubiera leido, y no hubiésemos hablado de eso tomándonos un té (conseguí plata a Víctor para eso), durante más o menos una hora, creo que hubiese borrado definitivamente el blog. Supongo que ese hecho por sencillo que parezca fue una especie de salvavidas de una parte de mí que necesitaba desesperadamente una voz distinta a la mía, aunque no pareciera que lo necesitase. Supongo que al menos en cierta parte, y quizás en gran parte, estaba absolutamente cansado pero no lo entendía o procesaba del todo. Por la tarde creo que me volví con Víctor en la micro, y hablamos algo al respecto. Lo que sé que está bien es lo que pasó ayer. Me gustó tocar, y en algún momento creo que me excedí con los arreglos de la traversa, pero está bien, porque era un simple ensayo. Me agradó haber conversado con Rayén, y haber tenido que llenarle de agua la taza dos veces. Tenía ganas de hacer eso por una mujer hace tiempo. Me gustó tocar y que Isidora se balanceara cantando en el tema que Rayén toca el trompe. Me gustó toda esa imagen, incluso cuando veía que Víctor realmente tenía la cabeza destruida por un dolor no especificado.
Me gustó todo eso porque fue tan real, podía palparlo y saber que estaba ahí. Me sentí lleno y descubrí que no había estado bien antes, y eso que no me había dado cuenta, como si en la contingencia olvidara todo. Aún así estaba mucho más íntegro que muchos años a estas alturas, comentaba con mi amigo el día anterior. Pero bueno. Me sentí tan bien en ese momento que en el viaje de vuelta casi ni pude concentrarme en la canción que escuchaba de Mt. Zion y que había puesto Héctor. Me sentía bien pero aún así no pude dormir hasta un buen rato. Y en la noche tenía hipersensibilidad auditiva, y me llegaba a lacerar los oidos los perros que ladraban. Pero no importa. Porque no importa, realmente, lo demás, cuando tienes un momento en que todo parece correcto. Correcto en una tranquilidad que se vuelve luminosa apenas la has vivido. Por ponerlo, así, en palabras.
13.7.08 |