Creía que escribir cuentos era fácil, iluso de mí. Todo sucedió cuando era adolescente, mi mamá no creía nunca en esas mentiras que le decía cuando llegaba tarde a la casa, me soltaba el consabido, “échale el cuento a otra, a mí no”. Ese fue mi primer encontronazo con los cuentos. Con el tiempo me casé, e inventé todo tipo de cuentos, bien elaborados, con maquillaje, adornados, que se los decía a mi esposa. Quiero confesarles que nunca funcionaron. Por ejemplo, aquí está uno: “Me encontré un amigo de la infancia, por eso no pude llegar temprano a la casa”, le decía a mi esposa, la macaurel, ofidio, serpiente, o como quiera llamársele, me miraba a los ojos, y me replicaba: “Tu crees que soy bolsa”, y así por el estilo, todos estos cuentos no funcionaron. He llegado a la conclusión que era por esa mirada a los ojos. El secreto no está en la letra, ni siquiera en la historia, está en la mirada que te lanza el contrario, la victima de tu cuento. Pero quiere que le diga algo, cuando logras burlar esa mirada o la disfrazas, ¡como lo disfrutas!. Luego, con el tiempo, busqué ayuda profesional, nada mejor que un diccionario, busqué conceptos, definiciones y todas esas porquerías importantes. No me sirvió de mucho, no me decían lo que buscaba: ¿cómo hacer un cuento creíble?, que no te lancen esa mirada consabida y te digan: “¿Tu crees que soy bolsa?”. Más adelante descubrí uno de los elementos importantes de los cuentos: los personajes, pero a mí realmente me desesperaba definir personajes y crearlos. Cuando fabricaba uno de ellos, se salía del cuento, se ponía majadero, jodedor, me gritaba a la cara todas sus contradicciones y temores. Por eso terminaba matándolo, eliminándolo, por gritón y escandaloso. Debido a los frecuentes conflictos creados con estos egos parlantes, preferí hacer los cuentos sin personajes. “Eso no es un cuento, amigo, no sea ingenuo”, me dijo un echador de cuentos profesional. A mi qué me importa lo que diga un profesional, es mi cuento, en definitiva, soy el escritor, el que defino los acontecimientos. Esa es una de las reglas, para mi vitales: el que escribe un cuento en ese momento es un creador, aunque su cuento sea chimbo. Es su experiencia, vívala, si tiene que equivocarse, hágalo, pero disfrútelo. La otra alternativa era crear pocos personajes en el cuento de tal manera de tener control de ellos, no dejarlos ni a sol ni a sombra, que se puedan escapar ni salirse del cuento, que puedan sacar sus manos de fantasía y ahorcarte para vengarse de ti. El otro elemento del cuento: una historia creíble, un mensaje. No estoy de acuerdo con eso, prefiero los anti cuentos. ¿Por qué tengo que darle un mensajes a la humanidad, bien masticado, digerido y ensalivado?, si no entienden el cuento, problema de ellos, que lean otro.