Lo pusieron entre alambres junto a otros en sus mismas circunstancias. Fueron empujados hacia el área de limpieza sin miramiento alguno. El enjabonado fue más largo y el agua caliente tenía varios grados más de lo habitual. Después lo sumergieron en aquel engrudo tan pastoso que le cubría todos los poros. Seguidamente fue transportado hasta el túnel de planchado donde el vapor invadió todos sus rincones. El recorrido terminó cuando lo colgaron. Otra vez estaba impoluto, apto para volver a la calva del nuevo chef italiano.