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Inicio / Cuenteros Locales / truefaiterman / El fin de la historia de Caperucita Roja

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Dedicado a Marina Abril, porque se que te encantan estas locuras.

Historia no autorizada para menores de 18 años.


Siento calor… siento dolor… siento tristeza, tensión… mi rostro palidece, mis manos tiemblan, el sudor sale de cada glándula de mi cuerpo mientras escucho el entrechocar de mis dientes, aún más nerviosos que yo, y mientras noto como ese ser repugnante exhala su fétido aliento sobre mi cuerpo. Esa bestia inmunda que me engañó con falsas sonrisas, me encandiló con bellas palabras. Ese monstruo que se acercó a mí en mitad del bosque y me sedujo con su pérfida labia.

Noto el sonido de mi blanca camisa al rasgarse, ese lobo que momentos antes me había desnudado con su fría mirada ahora lo hace con sus húmedas garras. Sigue echando ese aliento apestoso sobre mí, ahora en concreto sobre mi vientre desnudo, y susurra palabras que me hacen echar horribles mares de lágrimas. Todo el rato repite las mismas frases atroces, frases como la que me dice al oído en este momento:

-Abuelita, abuelita, para tu edad estabas muy rica.

Me sonríe sádicamente mientras me enseña esos repugnantes colmillos manchados de sangre: la sangre de mi abuela, cuyos huesos roídos y piel desgarrada yacen aún en la cama. Ese engendro ha empezado a lamer mi cuerpo, y yo siento náuseas, pero no me atrevo a vomitar por el miedo a lo que él me hiciera… miedo… miedo… eso es lo que siento… no solo calor, dolor, tristeza, tensión… odio… rabia… sino también… miedo.

-¿Qué comer primero, mi pequeña Caperucita?

Dijo el lobo mientras me arrancaba la camiseta y sobaba con su frío hocico mis pechos. Empezó a chupar de nuevo mi cuerpo, sin importarle el sudor que desprendía, sin importarle lo que pensara yo de ese asqueroso rastro de saliva que dejaba por todo mi torso. Quería escapar, quería huir, librarme de esa criatura infernal para siempre jamás, pero no sentía mis piernas, ya dormidas bajo las enormes patas de esta abominación canina. Tampoco mis brazos tenían fuerza, mas la sangre no corría por sus venas ya, puesto que toda ella salía a traves de los brutales zarpazos que me hizo el lobo feroz.

El monstruo ha descendido sus fauces hasta mi cadera… no, más abajo, en ese lugar, donde no debe acercarse siquiera. Está llevando la garra a mi entrepierna, no quiero que lo haga, no quiero que me haga eso. El engendro me está arrancando la falda roja, la arroja por ahí, olisquea mi ropa interior, muerde mis bragas asegurándose de no dañar mi piel y me las arranca de un tirón. Intento mover mis manos, llevarlas a sus ojos para arrancarlos, a su cuello para estrangularlo, hacer lo que sea con tal de que no me haga eso, no… no puedo moverlas… mis manos, antes blancas y calidas, ahora estaban rígidas, amoratadas por la falta de sangre, heladas. El lobo pone su entrepierna sobre la mía, con sus monstruosas patas traseras abraza mis piernas, empieza a moverse, a moverse, a… a… aaaa…

Está… gimiendo… está… gimiendo… de… placer… mientras él… me… me… siento dolor… no solo mi vagina, sino mi orgullo… está herido de muerte. El monstruo me lame el rostro, sus garras manosean mis pechos con fuerza, me araña… muerde mis labios, mueve mi lengua con la suya. Al fin suelta mi boca: me ha hecho sangre, siento el calor de la sangre recorriendo mi rostro en forma de pequeños hilillos bermellón.

-La abuelita no era divertida. Era vieja, arrugada, incómoda de agarrar, ese tacto era desagradable, esa piel sudorosa y llena de pelos era asquerosa. Tu eres perfecta, eres la diosa a la que recé tanto tiempo para darme el placer que deseaba.

Me toma por una diosa, me susurra su devoción hacia mí mientras hace penetrar su asqueroso pene en mi vagina. No se cuanto tiempo pasa mientras el lobo continúa con esta atrocidad. Ya no deseo liberarme, no deseo escapar, no deseo arrancarle los ojos ni estrangularle: quiero que esto acabe ya, quiero dejar de sentir lo que siento, quiero… quiero… quiero… yo… quiero…

-¿Quieres morir, pequeña Caperucita?

El engendro lee mi mente, me pregunta por mi deseo. ¿Me está dando una oportunidad de salvarme? ¿O es otra de sus asquerosas burlas? No tengo nada que perder, mi muerte nadie la va a llorar. Mi madre no echará de menos a su hija no deseada, mi padre seguirá viviendo con esa otra mujer felizmente, sin recordar siquiera mi nombre. No tengo nada que hacer, no tengo motivo para vivir… asiento lentamente con la cabeza, abriendo mis ojos azules lo más que puedo para que se vean mejor las lágrimas al brotar. Le suplico mi muerte sin tan siquiera hablar, pero él capta el mensaje, entiende mi deseo. Pero no detiene su brutal violación, sino que empieza a mover su peluda cadera más fuerte, a moverla más rápido. Ese monstruo deja caer sudor y babas sobre mi capa roja mientras jadea sin parar con esa horrorosa expresión en sus ojos saltones. Mi cuerpo está caliente, pero no tengo esa sensación que tenía cuando metía mis dedos ahí abajo. Esta vez no solo no lo hago yo, esta vez no quiero que pase, no quiero, no lo deseo… pero es demasiado tarde: noto ese repulsivo líquido blanco salir de su pene, entrando en mi cuerpo e invadiendo todo mi interior. Esa bestia obscena gime de placer, aulla de felicidad mientras yo lloro desconsolada.

-No desesperes, mi adorable Caperucita, al fin cumpliré tu deseo.

Dice el lobo observándome de nuevo, encarándose a mí: vuelve a tener esa cara de sádico que tanto miedo me da. Finalmente abre sus fauces, me muerde… noto un dolor indescriptible en mi estómago mientras veo a ese bastardo desgarrando mis entrañas con sus sucios colmillos. Empiezo a expulsar sangre como si fuera una fuente, el líquido salpica mis ojos llorosos, lo veo todo de color rojo, finalmente empiezo a gritar, estoy desesperada, estoy hundida, aún duele, duele demasiado como para poder soportarlo. Y ese monstruo hijo de puta sigue comiéndome, me arranca las costillas, se acerca a mi cuello. Empiezo a dejar de ver el mundo de agresivo rojo para percibirlo del terrorífico negro. Se cierne sobre mí la noche eterna, el sueño sin fin. Aún siento el dolor, pero sé que acabará pronto, que al fin dejaré de sufrir... hasta que el lobo me mira con malicia y me susurra esas últimas palabras, esas palabras que hacen que toda esperanza se derrumbe, que me haga gemir, suplicar, ese cabrón va a hacer lo que no quería que hiciera ahora, va a hacerme sufrir hasta el final:

-No me siento con hambre, pequeña Caperucita. Pero no temas más, eres libre, pequeña, me iré de esta casa y no me verás más. Esta será la última vez que escuchas mi voz, la última vez.

A pesar del dolor, noto como esa bestia inmunda se levanta, oigo vagamente sus pesados pasos y su risa maligna. A pesar del calor de la sangre tengo frío, mucho frío. Oigo la puerta cerrarse. Aún me duele, pero intento moverme: un río de sangre sale de mi boca y mi vientre, y todo movimiento se torna en pequeñas convulsiones. Todo se ve negro. Tengo miedo. Siento dolor. Siento frío. Siento tristeza. No pienso en cielo ni infierno, sé que veré siempre el mundo de negro, sé que no sentiré nada, que permaneceré para siempre así, viviré en una nada recubierta de sufrimiento, viviré… en la nada… viviré… en… la… muerte…

Este es… mi último suspiro… el fin de mis historia… el fin… de mi vida.

Texto agregado el 28-02-2009, y leído por 189 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-03-2009 !! Que asco ¡¡ Será mucho talento, pero no es mi estilo. avefenixazul
 
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