Joder, que cara tan bella tiene. El pelo es tan lacio como una delgada tela que al contacto con esa diminuta ráfaga de sol lo transforma a un color más cálido.
Estoy viéndola a través de una ventana, ella va sentada dentro de un ruta sur, estoy viéndola, si, de eso estoy seguro, pero no sé si ella me ve a mí. Puede ser que lo este haciendo pues su cabeza voltea hacia la banqueta y precisamente apuntando hacia donde me encuentro, pero las gafas oscuras que usa me impiden saber la intención de sus ojos.
Yo no he apartado mi mirada de su cara, al contrario de lo que me pasa con otras mujeres que me observan detalladamente y que con sus ademanes lujuriosos provocan que baje o voltee la cabeza, instintivamente, como un reflejo penoso y hasta cierto punto cobarde. Pero ahora no, sus gafas oscuras me liberan de su mirada y me invitan a seguirla viendo, me invitan a detallarla, a imaginar mi boca derritiéndose en su cuello, tomando con ambas manos su cara o ese para de pechos que al compás de una respiración honda y tranquila, se asoman y se esconden juguetones a través de esa diminuta ventana.
Tal vez tenga el mismo padecimiento que yo y sus gafas le dan el valor para no apartar su mirada de mi, dejarla fija en mí (supongo), impávida hacia mí (¿qué me observa?). Aprovecho esa seguridad compartida y sin pensarlo mucho le mando un beso al viento que de inmediato es contestado con un gesto positivo: asiente con la cabeza. De repente lo confirmo: me esta viendo. Me impresiona su respuesta pero me impresionan más mis impulsos, pues no bajo ni volteo la mirada, así que repito el gesto y ahora ella tarda un momento que me parece eterno, como el momento que tarda un equilibrista en recorrer la cuerda floja, así me siento, recorriendo la cuerda del riesgo, no sabiendo cual será su reacción y dependiendo de su respuesta para saber si caigo en la red de la frustración o llego al otro lado del deseo... repite su afirmación de igual manera (dice si con la cabeza). Ahora me pierdo totalmente y pongo mi mano derecha sobre el tuerto tieso a medio despertar y le mando un gesto de interrogación... ¡no jodas! ¿Qué hice? ahora si lo he arruinado, exageré, ¿qué me pasó? ¿Por qué hice eso? Cuando estoy a punto de repetir mi gesto cobarde ella asiente dos veces seguidas invitándome sin duda a... a... a el paraíso.
¡No! el semáforo maricón cambia y el camión empieza a andar; se va, se esfuma de mi mirada, ella está impávida, con sus labios fijos como sellados (¿porque no me habla?), retándome, esperando a que me atreva a algo, no más asentir, no más gestos para darme confianza, ahora incluso se recuesta en el asiento en claro gesto de desilusión, de decepción... cierro los ojos y volteo hacia otro lado...
¡NO!, no más de esto, es suficiente. Corro detrás del camión, sin gritarle nada al chofer, sólo corriendo y confiando en mis piernas ágiles y fuertes. Piso por fin el estribo y subo al camión en movimiento. Me tomo unos segundos parado detrás del chofer para recuperar el aliento, pago y volteo a verla, el asiento de un lado está desocupado, hasta ahora me doy cuenta de eso, pues antes no pude observar otra cosa que no fuese ella.
Me siento a su lado a un ritmo ridículamente lento, pues empiezo a razonar que al ser todo instinto, no pensé que podría decirle. Ella sigue inmóvil, tranquila, esperando recostada en este motel móvil de parejas, a que yo haga o diga algo. Tardo en cruzar otra vez la cuerda, pero al fin lo tengo y creo que es preciso que sepa todo lo que pensé desde que la vi allá abajo, de cómo sin pensarlo perseguí este camión sólo para poder seguir viéndole, de cómo imaginé una tortura personal el hecho de dejarla perderse y no disfrutar más de su tez tan clara, de como hizo surgir un deseo repentino en mí que ninguna otra mujer había causado y cuando mis ideas están a un paso de transformarse en palabras llenas de toda la miel que puedo escurrir, el camión hace su parada obligatoria en el checador y de repente ella deja su cabeza colgando hacia adelante, meneándose como una gallina con el cuello roto, oscilando esa cara tan clara ahora cubierta por su cabello... todo el tiempo estuvo dormida, y esos gestos tan comunes en los soñolientos que van sentados en el camión y que parecen afirmaciones fueron mis esperanzas. No alcanzo a reírme de mi mismo (triste salida), pues despierta y después de un tierno bostezo retira sus lentes y me enseña que sus ojos son realmente lo bello de su rostro, opacando con luz miel su cara, cabello y cuello.
Yo ya no puedo apartar mi mirada de ella, sé que no podría hacerlo ya. Así fue como conocí a mi esposa.
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