El cielo desciende bordeando mis paredes, con el aire de las rosas tildando los aromas. Bajo una cúpula de verdes el aliento de las hojas se adentra en esta piel añeja que trepa la ancianidad. Aún conservo el bostezo de las lunas temblando en estos tallos, el rocío amaneciendo entre mis ramas o el oro de los soles flotando con mis savias, aún los brotes desbordan su memoria ascendiendo entre los hierros que devuelven tu mirada. El sonido de los pétalos quiebra su virginidad para abrirse con mi sangre, ahí estas de nuevo con lo punzante de tu amor, cautivante y extremo zumbando mi semblante, acariciando con tu brisa las heridas, hurgando los cantares. Vuelves a mí como ese soplo misterioso, bañando con tu lluvia lo desnudo de la vida, agitando y no, los límites de mi felicidad. Y aquí estoy como el patio interno de tus sueños tendido en el correr de los semblantes, plasmado en la concavidad de tu avidez, de lo eterno y lo difuso, como una plegaria que cuelga de tus manos. Nunca dejarás de ser mi amante, porque si no estoy, te mueres, pero si no estas, también me matas.
Ana Cecilia.
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