Ya se lo dije, no conozco a ningún Ricardo Martín y me llamo Rolando Gómez.
La vida de Rolando cambió de plano el día que en plena Gran Vía, dos policías de paisano le solicitaron la documentación.-Tendrá usted que acompañarnos,- le inquirió el mas pequeño, mientras el otro no dejaba de mirar hacia todas partes, como si esperara una sorpresa desde cualquier esquina. Era la primera vez que montaba en un Mil Quinientos desde que llegara del pueblo a esta ciudad triste y pacata, donde vivía su tía y donde había decidido recalar después de que el último invierno arrasara con la poca agricultura que quedaba en pie. Veía a los dos policías charlar, mientras apoyaban el codo en la ventanilla y miraban a ratos a los coches que subían y bajaban, mientras expulsaban el humo de sus cigarros a golpes, como quien intenta expulsar la rabia interior de su cuerpo de un solo golpe. Le empezaba a poner nervioso que ninguno de ellos se dirigiera a él ni tan siquiera para revelar el motivo de su visita a la comisaría del este, y solo realizaran comentarios superfluos sobre las más variopintas y estúpidas aficiones, entre las que destacaba la disección femenina, como pudo comprobar desde el primer instante que lo introdujeron en ese vehículo, maldecido mil veces después.
A Rolando lo subieron a la segunda planta, dedicada a oficinas. Era una habitación austera de unos quince metros, oscura ,con una fotografía del jefe del estado presidiendo la sala, una mesa con varios expedientes sobre ella y dos sillas, en una de ellas se encontraba él aguardando no sabía muy bien qué.
-Señor Gómez, buenas tardes, soy el subinspector García, espero no haberle hecho esperar demasiado, acabaremos pronto, puro formalismo créame.
La primera impresión que producía el subinspector García no hacia ,precisamente, tranquilizar a Rolando. Demasiado distanciamiento si se trataba de algo rutinario, lo que empezó a intranquilizarlo mientras miraba a través de los cristales opacos de la puerta, observando la silueta de sus guardaespaldas particulares, apoyados en el pasillo. García ojeaba unos folios y levantaba la vista hacia él. Se sentía insignificante y sobre todo aburrido.
-Verá; tenemos un problema con su filiación. Hemos encontrado el cadáver de un hombre en la calle Riviera y si no fuera por que le tengo a usted delante, creería a pies juntillas en la resurrección de los muertos. Si solo tuvieran asignado el mismo número de carné de identidad no acarrearía demasiados problemas, pero comparten algo mas que ocho dígitos. El hombre que hemos encontrado es exacto a usted y nos gustaría hacerle unas preguntas.
Rolando quedó atrapado en una telaraña de sentimientos extraña.
-Tengo un doble y esta muerto, muy bien. ¿Y que tiene que ver eso conmigo?. Eso es exactamente lo que estamos intentando aclarar señor Gómez, ya sabe; si tiene que salir de la ciudad comuníquelo a Hernández y a Ramírez, creo que ya se conocen.
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