-¡ Ufa, mañana, mañana, mañana!!! ¡Siempre lo mismo...!
Con esa expresión y un portazo Camila se fue a la habitación conteniendo sus lágrimas para que la mamá no descubra que lloraba.
En realidad el motivo de su enojo era comprensible, ella solo quería ir a jugar a la plaza con sus amiguitas. Pero la realidad era distinta a la de sus ilusiones. La mamá se había enterado esa mañana que la inseguridad rondaba el barrio. Un sujeto extraño merodeaba y los vecinos estaban preocupados.
Hacía dos o tres días que el comentario corría de boca en boca. Ese día lo habían visto nuevamente, camisa azul con rayas blancas, pantalón negro, barba crecida y cabellos desalineados. Con esos datos alguien fue a la policía.
Unas horas después la plaza estaba como de costumbre, muchos chicos jugando, andando en bicicleta, en las hamacas y los toboganes, y entre ellos la pequeña.
Entrada la tarde, sonó el teléfono en la casa de Camila.
Su madre atendió.
-Vive ahí la señora Florencia Parra? preguntó una voz femenina.
-Si soy yo, quien habla?
-La llamo desde la comisaría señora, mucho gusto.
Mientras escuchaba su expresión se modificaba, preocupación, sorpresa, duda, cada gesto que hacía tenía un significado diferente, la niña mientras tanto jugaba, en un rincón del living, sin prestar atención a lo que pasaba.
De pronto su madre colgó el teléfono, la tomó de la mano y rápidamente salió de la casa con su hija.
La dejó en el departamento de su suegra que vivía a una cuadra de distancia.
-En un rato regreso y le explico, le dijo Florencia y salió apurada hacia la comisaría.
La mujer se sorprendió pero ante la presencia de la nieta poco le interesó preguntar más. La recibió con un beso y se metieron dentro de la casa.
Pueblo chico, distancias cortas. Aunque agitada, se paró frente a un agente que a dos dedos tipeaba en una antigua máquina de escribir, repleta de ralladuras y magullones por tantos años de servicio.
- Soy Florencia Parra, alguien me llamó desde acá hace un momento.
- Un momento por favor, ya llamo a mi jefa, y señalando una oficina vidriada le dijo que tomara asiento.
Nerviosa, mirando todo lo que la rodeaba Florencia esperaba impaciente la llegada de la mujer policía.
Con una carpeta en la mano ingresó a la oficina una mujer uniformada que se presentó como la responsable del lugar. Se saludaron, y escritorio de por medio se observaron en silencio por un momento.
-La escucho, dijo Florencia. Me dijo que tenía algo importante que decirme…
La mujer policía comenzó a relatarle parte de lo anticipado telefónicamente. Mientras tanto sacaba papeles de la carpeta, fotos, fotocopias de recortes de diarios y los iba colocando uno a uno sobre el escritorio.
-Señora Parra, hace hoy exactamente tres años usted realizó una denuncia por la desaparición de su esposo, don Alberto Sánchez. Lamento comunicarle que ante la falta de resultados positivos en la investigación realizada, el expediente será archivado en forma definitiva, situación que ruego a Ud. se de por notificada en éste escrito.
Le alcanzó un papel en el que apenas podía leerse lo que decía, seguramente habían utilizado la máquina que ya había visto unos minutos antes..., encima con poca tinta.
Florencia miró a los ojos a la representante del orden y le dijo:
-No entiendo, ni siquiera sabemos si está vivo o muerto. Por qué no continuar, nada perdemos.
-Los plazos legales se han cumplido, lo lamento, si no lo firma Ud. cerraré yo misma el expediente dejando constancia de su negativa.
-¡Pues hágalo si quiere, yo, me niego! dijo Florencia y parándose de la silla, salió de la oficina furiosa como un rayo llevándose por delante a un policía que entraba con un detenido diciendo:
-¡Jefa! ¿Qué hacemos con el loco? Pudimos confirmar que escapó hace una semana del hospital donde estaba alojado.
Pese a su furia, Florencia no pudo evitar ver al sujeto. Era el merodeador, camisa azul con rayas blancas, pantalón negro, barba crecida y cabellos desalineados... Lo miró a los ojos como para no olvidarlo y el hombre le dijo:
-¡Florencia, mi amor, por fin te encuentro!
Atónita, al borde de un desmayo abrazó al sujeto y dijo:
- ¡ Ay, Alberto, mi amor, qué te han hecho...!!!
Hoy Alberto pasea por la plaza con Camila, Florencia, y a veces su madre. Una vez por semana concurre al hospital que lo contuvo tanto tiempo después de la explosión.
Parece, hay que esperar…, parece que mañana, le dan el alta.
|