12/01/2009
Consuelo y compañía.
Las personas a veces ocultan secretos y hechos de su existencia, que al oírlos de sus propias bocas dudaríamos nosotros de que cosas así sucedan en el mundo. Si son ciertas o meros monstruos que el sueño de la razón produce lo dejo al criterio del lector, yo solo me limitaré a relatar ahora uno de estos extraños casos que tuve la oportunidad de presenciar en una animada tarde de primavera en el bar de la esquina.
Estaba yo tomando mi lata de “Sprite” refrescándome del agobiante calor de una de las muchas tardes del mes de Mayo, cuando entró por la puerta un conocido parroquiano que se sentó al lado mío y al lado de otro también parroquiano. Se miraron y uno le dijo al otro “¿Qué tal Fermín?”. Muy bien Andrés ¿cómo te va la vida?. No tan bien como a ti, te veo hecho un chaval. ¡Chaval yo! Tenías que haberme visto en mis años mozos. Miedo me da pensarlo, debiste ser un buen castigador, ¿cómo le pegábamos ¡eh Fermín!?, ¡cómo funcionaba la cosa!. ¿Qué si funcionaba?, ¡de una forma brutal!. Mira, dijo Fermín a la vez que sus ojos se iluminaban en lo más hondo y esbozaba una sonrisa pícara, y continuaba, iba yo caminando el otro fin de semana, de vuelta a casa pasada una noche de juerga , cuando al tirar el cigarrillo después de haberlo terminado me di la vuelta y vi detrás de mi (como a unos 10 metros) a la mujer más despampanante que puedas haber visto en tu vida. Iba calzada con altos tacones negros, con un tacón finísimo de aguja (pero de los elegantes) no al estilo de los falsos zapatos de tacón de aguja importados de China que se venden en la zapatería “los Nuevos Guerrilleros”. Subí entones la mirada y me fijé en las piernas que eran delgadas, pero al mismo tiempo macizas, y que estaban cubiertas por unos pantis, también negros, que realzaban aún más esa delgadez y macizez de las piernas. No quise mirar más, tiré finalmente el cigarrillo y continué mi camino, crucé por la calle Villadiego, para meterme luego por la calle Adonis. Al cabo de un rato y cerca ya del portal de mi casa, me dispuse a sacar las llaves de mi bolsillo, pero como andaba yo calentón a causa de los cuatro cubatas que me había bebido, se me cayeron y al ir a cogerlas lo que vi me sobrecogió. Ahí estaban las dos piernas delgadas y a la vez macizas plantadas en esos interminables tacones. La mujer se agachó y al recoger ella las llaves, me dijo “se le a caído esto”. Me fijé en su cara y pude apreciar unos labios finos (pero sensuales), y todo esto hizo que me pusiera nervioso como un niño. Con voz insegura le dije “gracias, que descuidado, un día voy a perder la cabeza”. La mujer sonriendo dijo “la verdad es que hace frío en la calle y me apetecería tomarme algo y además, debo decírselo, me parece usted un hombre simpático”. Al oír estas palabras mis ojos se iluminaron en lo más hondo Andrés, y vi la oportunidad de mi vida “algún bar habrá abierto por aquí, aunque a estas horas” le contesté yo. “¡Bah! Para que un bar, mi casa está aquí al lado, seguro que ahí estaremos más cómodos y podremos charlar más tranquilamente” exclamó ella a través de sus labios finos. ¿Cual es su nombre?. Fermín para servirle. Encantada, yo me llamo Consuelo, sígame es por aquí. Y yo la seguí sin poder apartar la vista de esos tacones interminables, que me iban excitando a cada paso. Llegados a un portal con la puerta verde, ella me miró, dejó escapar una pequeña sonrisa, abrió la puerta, y subimos hasta el primer piso. Al entrar en la vivienda pude oír yo unas débiles voces. Entramos al salón, y de repente salieron 3 mujeres (todavía más despampanantes que Consuelo) con parecida macizez y delgadez de piernas y con los correspondientes tacones de aguja. ¡Andrés!, ¿eres capaz de imaginar el brillo de mis ojos al presenciar todo aquello que ahora te relato?. Un fulgor mil veces mayor del que ahora contemplas en mi, ¡creélo!. Entonces, nos sentamos los cinco en el sofá del salón, y ella me presentó a sus hermanas o amigas (jamás llegué a saberlo), que se llamaban Patricia, Vanessa y Lolita. ¡Lo demás es fácil imaginarlo!. Practicamos los cinco el sexo de todas las formas inimaginables. Las diversas piernas me rodeaban, acariciaban, estrujaban y me hacían sentir toda clase de sensaciones, a cual más placentera. Todo esto es lo último que recuerdo, luego, de repente me encontré acostado en la cama de mi piso y sonriendo supuse que todo había sido un sueño. Salí del cuarto desperezándome al salón, cuando en la pequeña mesita de centro vi algo que brillaba, encendí la luz y pude ver que era uno de los zapatos de Consuelo, la alegría me inundó de pies a cabeza y pensé que ella debió haberme traído a mi casa . Lo cogí y palpé para cerciorarme de que era real, y besándolo me dirigí, finalmente de nuevo a la cama. Así me quedé todo el día, acostado y acurrucado al lado del zapato de Consuelo.
Se hizo un silencio en el bar y Fermín fijó su mirada en la luz que entraba por las ventanas, haciéndose aún más sonoro el silencio.
Todo esto se lo he oído yo a un parroquiano del bar de la esquina.
Elcarpi.
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