Desalojo de sentimientos
Una vez, lejos, allá, en tiempo de enojos, fui Mara. Me secuestraba el insomnio cuando bajaba el sol. No había quien pagase el rescate, me terminaba escapando, de algún modo, siempre entre los barrotes encontraba uno flojo y me salía. Te conocí. Hombre sombrío, parecido a mí en ese entonces. Nunca me vi encantada totalmente por tu mirada tenaz que se devoraba – en lo más oculto de mi imaginación - mi boca y me dejaba sedienta de más besos. Hallaba en tu sonrisa, una razón más para no irme de acá, para seguir yendo, cada mañana y luego cada tarde, a verte. Solo a verte. Si llovía, me gustabas menos, en esos días el tiempo cargaba con mi atención, aunque me gustaban tus cabellos oscurecidos por el agua, que te mojaba pura agua de la llovizna camino a mi soñado encuentro. Se me olvidó recordar el día en el que te conocí. Ese día, que te vi poco, en desmesura, con palidez cargando el rostro. Creo que me gustaste. No te había incluido en mis sueños durante el insomnio que me acosaba. Pero te miraba detenidamente. Era de tarde cuando te busqué, parecía que había encontrado a quien asustar con mis locas ideas, sin embargo resultaste ser alguien más, nada especial. Si, ¿Qué digo? Eras especial, pero solo cuando eras vos y nada impedía que dejes de ser, con ese miedo a ser o a dejar de ser, encontrando una manera de ser que ocultaba lo que querías aparentar ser. Difusamente te hallaba en la oscuridad siempre, bastaba con solo mirarnos y entendíamos el sentido de las transformaciones de las personas, su género personal, su labia transparente. Y no pude negar, en ese entonces, que te quise como algo más. Sabía que te habían dejado desintegrado, sin rumbo aparente y con años gastados indolentes. ¿Cómo decirlo? Era evidente, al menos yo lo veía. No lo tenías y todavía la sangre hacía estragos en tu pecho, disparando chorros coagulados de padecimiento (creo que lo vi de esa manera, pero nada de lo que haya tratado de discernir acerca de vos resultaría certero, creo que lo refutarías de inmediato.) Te lo habían arrancado sin piedad, no estaba, el corazón, no estaba. Hueco, así estaba tu pecho, dolido… machucado. No sabía que decirte, empero gesticulaba mi desamparo al verte llorar en silencio. Lástima nunca sentí por alguien, solo te entendía. Vos sabías que yo te entendía. Entendías que yo sabía que te entendía. Nada pareció importar y aquel pasado sin ser un posible futuro se desvaneció al instante, sin siquiera mirar atrás, me fui. ¿Cómo ocultar mi arrogancia? Me había preguntado un día. Ese mismo día en el cual mi ego se dislocó cuando conseguí mirate al los ojos y decirte lo que me sucedía.El año pasado, el mes pasado, ayer, te vi en pensamientos exhaustos, me había prometido no volver a amar, y en vano, obviamente fue. Te encontré. No me esforcé e inevitablemente, fallé.
La charla
Esta noche que soy Cecilia, me presento, a vos que me conocés, a vos que no me viste y también ante vos, que me conocerás pronto. Es difícil tratar de dormir con tanto barullo a grillo suelto. Quisiera aniquilarlo con algún insecticida, sin embargo no duermo sola (Mara es alérgica al veneno para bichos, como digo yo, pero no digan que saben eso, podría mañana levantarme sin acostarme) En realidad no consigo dormir porque el grillo que se esconde en la oscuridad, me recuerda a vos. Sí, a vos, que también te escondes. Te ocultas detrás de algo que no distingo entre tanta música vana. De traje negro – ¡que bien luces de negro!- patas largas y molesto. Una y otra vez, tratando de encontrarte entre mis sábanas, entre los floreros y en el cajón donde guardo algo tuyo que encontré la otra noche. En realidad era mío y luego fue tuyo por una razón de pasaje de bienes. Una cajita roja, con un moñito plateado, muy “chido”, diría Helena. En ella, están los vientos que recogí con un colador, agua de mar que se evaporó, un barco que se hundió, un trozo de cielo que se deshilachó, tierra que el viento llevó. Los campos verdes de porcelana que solo en sueños hay, una canción envuelta en lluvia, un relámpago que no se escuchó, una bolsa con tres nubes, un reloj que no tiene agujas, una puerta sin llave, poesía de guerra y un blues añejo en placer.Te diría que te regalé minutos de imaginación y con voz seca, me dirías que no necesitas de mi imaginación. Cosa rara, mezcla de apatía y fluidez, eso siento cuando me hablás, con tonos graves y mirada altiva. Dejame. Sí, no me hables, no tengo ganas de discutir acerca de frases malhechas, de pueblos dejados y libros insípidos. Me gustaría mas hablar sobre estrellas y cosas que nunca veremos. Pero no, no te interesa en lo absoluto. Mezcla rara – otra vez – de silencio y gritos escucho cuando no emitís palabra alguna. No me molesta tu vacío de palabras, no me incomoda ni me da asco. Creo que me gusta, me hace sentir que puedo estar volando y vos, temblando en algún rincón. Aunque creo que el masoquismo está de moda, no lo aplico como tal. Te gusta verla, acurrucada en otros brazos, o tal vez no; ya imagino mucho o ¿por qué no?... No sé, últimamente me parece no saber nada, y el libro del que hablé casi se cierra, lo leo y releo, no encuentro nada nuevo, solo secuelas notables de desidia y tristeza que me tienen cansada. Y todavía me cuestiono la razón por la que no te hablo de esto. ¿Te tengo miedo? No creo, sería estúpido, carente de sentido. Digamos que sé todo, que ya no giran las ideas a tu rededor, que los espirales desembocan sin desembocar. ¿Qué me decís? Y escucho ese canto maligno debajo de mi cama. ¿Qué vas a decir? si ni siquiera te hablo. Deliro causado por el insomnio de hoy o de mañana, no sé. Apuntemos que es el de hoy.Ahí te veo, detrás del libro de filosofía. Qudate ahí que ya traigo la chancleta y te aplasto. ¡No! Esperá, no desesperes, decía alguna tontería para que mostremos los dientes. (Casi se da cuenta de que intento matarlo.) Sigamos hablando, o mejor dicho, sigo hablando entonces. Te decía, que me tenés algo atiborrada, harta. No tan harta ni atiborrada, solo saturada. Mirate por favor, te escondes detrás de un libro. Dejame que te vea de vez en vez y tomemos el té, de tilo obviamente para relajarnos y ser sensibles alguna vez. Creo que hemos perdido la calidez humana y ya trascendimos (ya no se si te hablo a vos o a tu comparación, te darás cuenta, ¿no? No sé… bueno vení, saltemos este paréntesis que me aprieta… vamos dale, no seas haragán, saltá o trepalo, me da igual, quiero que vengas… a ver a la cuenta de tres: uno… dos… ¡tres!) Bien, acá estamos, sigo. Sí, hemos pasado lo humano. Somos escoria, nos odiamos tanto que pasamos a pensarnos como monstruos o débiles pájaros, sin embargo yo te veo como grillo. Molesto. Dejá de cantar así que me entran las ganas de… ¡plas! ¡plas! ¡otro plas! Tomá, tragate mi chancleta. ¡Te moriste! ¡Te moriste! (Psicosis) ¡Uh, no! Seguís vivo, y bueh… vení, acercate, que te pongo una curita y te sigo hablando…
Pensamientos que serán inevitables
Mañana seré otra, mujer, niña o bebé, no tiene importancia y la cordura no estará de mi lado, lo he sentido y sé que mañana o en unos minutos me convertiré en Helena. Quizás no sepa con seguridad quién seré ni hacia donde iré. Sabré en ese momento, con precisión a quién amaré. No existirá otra persona que me pueda abastecer de amor incesante, de sensatez madura y de inteligencia potable como lo harías vos. No sé si estarás allí para darme todo lo que tenés a mí. Y únicamente a mi ¡y que los dioses griegos me condenen a amarte eternamente si no consigo besarte más allá de los años venideros! Te extrañaré y mis noches serán inmortales sin fuego que se compadezca de mi condición helada. No aguantaré no verte ni tocarte, me moriré pensando en tu mirada esquiva, seca de pensamientos espeluznantes. Y solo me consuela que sabré, que te encontraré en un campo inquiriendo alivio; en algún pastizal, buscando el verde; en la lluvia que nos gusta tanto o en el mar que me provoca llanto. Te buscaré en las montañas, seguro que estarás, allí, gritando o en un charco ahogando tu canto. No habrá relojes en mis paredes ni puertas en mi casa. Lo único que me entristecerá será verme como me convierto en una persona rancia, de esperar, mas madura de lo que creo estar. Desaparecerán los espejos y me sumiré en espanto cuando note que tu llegada es un sueño más, uno más acumulado en la mesa donde apoyo el velador, uno más guardado entre los libros de literatura que se llenan de tierra mientras te pienso descontroladamente. Lloraré y gritaré, te buscaré, te encontraré y volveré a fallar como ayer lo hice y como hoy lo haré.
|