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PAULETTE



“¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera, y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma,
brotará el agua de la estéril roca

Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda:
que es una estatua inanimada…; pero…
¡Es tan hermosa!”
Gustavo Adolfo Becquer




Hoy… hoy solo me queda verte así, pequeña y desvalida, como lo eras antes de todo nuestro tiempo predestinado.

Pero, Paulette, tú, pese a que perteneces de forma entera a mis recuerdos, hoy veo que mi presente esta más atado a ti que en los tiempos ya extinguidos.

Tras de ti ¿qué has dejado, mi niña?

Tan solo la melancolía reinante en ese mi espíritu ya deshecho, sufriendo del mortífero mal de la vida… ese mal gris donde no queda lugar a murmullos acompasados ni rítmicos, donde los fantasmas se mezclan en esa danza que les pierde de su propia posición de seres desconocidos y les devuelve por un momento la ilusión de saberse observados…

Las visiones penosas, los enojos casi cotidianos, insensibles a la menor caricia de la oportunidad, y todo ese peso que el tiempo acumula en los parpados caídos y arrugados, cenizos por el polvo de ese aún inexplorado camino… todos esos humores guardados sin lavarse, sin sacarse ni un momento a los vientos… todo eso, acumulado prácticamente sin sentido alguno pero, ante los desconocidos, todo se acomodaba con un orden que no dejaba lugar a dudas…

Pero, para mi, con un espíritu marcado por los surcos del infortunio de la belleza y la sensualidad, pude ver mas allá, y aun asi, mi visión al momento quedo turbada por la penumbra de un terror y un placer indescriptibles…

Nada más tenebrosamente bello y sobrecogedor que la belleza de niña de Paulette.

Un débil tono a sortilegio se atisbaba proveniente de sus ojos como no los tuvieron otros antes o después; y aun así, en ella, no es correcto decir que se percibían los sortilegios, sino que ella era en si el sortilegio. Provista del brillo de los pétalos de un lirio negro, encontrabase en la profundidad de su iris el resplandor de la esmeralda y el jade, la luz de verdor y frondosidad de los tallos de lirio sumergidos en el liquido comunicante universal… cual flor imposible que se desenvolviera a placer dentro y fuera, un augurio viviente como jamás oráculo alguno fue capaz de predecir…

solo los corazones de madreperla que eran sus dientes perfectos refulgían entre la copa de sangre que era su boca roja cual grana madura, con toques de vino tinto en la humedad de sus labios, ligeramente hinchados y temblorosos como pequeños gorriones, invitando a perderse en ellos con ósculos torturadores…

solo uno de esos engaños, a mas persuasivo y de apariencia inofensiva, tendido por esa seductora red de oro claro de su piel, bañada entre las arenas de un tiempo inmemorial de soberana seductora, y reafirmada por la música propia de una Calipso carcelera que hipnotizaba las olas de los temporales, encerrando y deshaciendo el espíritu de cualquier Odiseo ingenuo.

Solo una voz, la voz de maestro divino que nunca deberá ser olvidado, podría decir con el mismo tono profético que empleara yo, que ella no podía ser mas que la hija de un crepúsculo rojo y maldito, aprisionadora de deseos y asesina de anhelos, cuyos labios expelían el liquido mas puro de la cicuta amarga y tentadora, destilada y combinada en los mas delicados de los perfumes, envuelto en esa tesitura de su voz que encadenaba a los sueños, inocentes o prohibidos, que para siempre habían dejado de ser de su soñador primario, y convertirse tan solo en un sueño de Paulette; amorfo y desquiciado quizá, pero ya solo de ella.

Es pues, por tan semejante obra, que debió requerir de los trabajos conjuntos de todos los dioses del vino, del amor y la sensualidad, que Paulette cobró la forma y la vida que tiránicamente reinaba.

Solo una breve contemplación, y eso basto para declarar subyugada la voluntad, turbando con brevedad la antes fuerte corriente del pensamiento que decía pertenecerme solo a mi… pero, ante Paulette, ante esa mirada sortilegiada que parecía mostrar su alma desnuda y recelosa, no había una defensa posible…ella, ella, solo parecía un corazón tristemente desfalleciente y ensangrentado.

Pero ¡oh! ¿Quien puede saber lo que encubre el filo de la inocencia fingida, el velo de la amargura aparente, la niebla del desamparo actuado?

En cada cúpula negra donde resplandece una antorcha solitaria, la luz es sepia, pero a nuestros ojos es siempre más brillante y benigna, como ese hielo del corazón que nos impide sentir la empatia en el otro… e, ilusamente, la protección nos viene como una certeza…

Ante ella, una noche moral envolvía mas que la mas negra de las oscuridades, mas profunda que la noche carente de estrellas y de luna vacía disimulada en nubes de tempestad…y en el seno de esa lúgubre noche, perdiase el mas mínimo brillo de los sollozos de esa inocencia de niño perturbado en sus delirios.

Paulette… ¡si al menos pudiera ver de nuevo en ese rostro hermético de ojos profundos e inmóviles a la niña que se envolvía la cara en las manos para disimular las lagrimas que corrían a raudales, con el gesto alucinado y de voz entrecortada!… ver de nuevo a la niña de ojos entrecerrados, de palidez mortal y de brazos apretados al pecho, con las manos heladas y temblorosas sobre el corazón.

Lo recuerdo tan bien, lo recordé desde el momento en el cual cruzaste la puerta de la galería que en tu infancia habías recorrido palmo a palmo, y en la cual jugabas a infinidad de juegos de desbordante imaginación; la misma galería en que hoy, al verte de pie en el umbral y semioculta por la luz que proveniente detrás de ti, formando una imagen casi fantasmal en tu ceñido vestido de vaporoso color carmesí, me enceguecía y solo me dejaba admirarte en el contraste de la luz y las sombras, clamé para mi interior:

--¡Piedad! ¡Por piedad Paulette! Déjame, ten compasión de mí, ¿Qué deseas aún de mi corazón? ¿Por qué tu afán de torturarlo? Te ha dado ya todo lo que era suyo… déjalo agonizar solo y vencido; no soy capaz ya de pedirte amor, pero si el respeto que merece un moribundo… lo has matado ya y de él no obtendrás jamás nada… Paulette, solo déjame amar tu recuerdo en mi agonía, no me enfrentes de nuevo a la frialdad de tu amor.

Sobrecogedor y terrible un momento que nunca debió de pasar… bendecía las plantas de los pies que destrozaban mi alma; mi espíritu aventurero finalmente domado y confinado a la jaula de la quietud incierta, se movía en acompasados movimientos; le veía y solo contemplaba la imagen de mi propio Apocalipsis, de mi condenación absoluta e irredimible que me enseñaba a amarte en el dolor y la fingida indiferencia.

Y, mientras murmuraba la plegaria expositora de mi agonía, ella cruzaba ese umbral de luz y de sombra que pareciera la frontera invisible que separaba nuestras vidas… veía en su movimiento cadencioso y de compás bien establecido, la rigidez de su propio ser; el paso seguro y a la vez ingenuo, pero imponente y subyugante… y, en esos ojos de infernales presagios, enmarcados por el colorete rojo del deseo carnal que se expelía por todo su cuerpo, las fosforescencias de su verdor aun mellaban las barreras de mi ser.

Paulette… mencione su nombre como único saludo que sonara familiar y cortes pese a que estuvo carente de volumen y solo la forma de la palabra se formó en mis labios. Un saludo para la mujer que ahora estaba frente a mí.

Su sonrisa tan franca y fría, y la dejadez de sus movimientos al caer sobre el diván de terciopelo púrpura, fueron la única respuesta que obtuve de su mutismo… seguía utilizando la misma estrategia de la indiferencia para que el entorno se moviera a sus delicias e hiciera sus antojos y deseos mas mínimos. Y mi mirada que no dejaba de seguirle, de registrar cada movimiento y compararlo con el contenido de la memoria que repentinamente regresaba.

Veredicto final: Paulette regresaba, con la misma fiebre excitante y malsana de su deseo inextinguible, el mismo que sus ojos revelaron en el primer beso dado por sus labios a los míos. Y, entonces, había yo probado por vez primera un estremecimiento nuevo, que ya no olvidaría jamás: sus labios de niña-mujer me habían tocado con un beso de deseo y que habían sido el medio por el cual, en mi ser se inoculo el ardor inexorable e inextinguible de la carne y la pasión. Y, más aún, ese beso era como un veneno que los labios que lo hubiesen probado aspirarían hasta morir. Ese, fue el sortilegio por el cual se venció mi alma……………………………………………………..
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Tras un breve descanso de mi alma en tormento, y de reponerme de la sorpresa inicial de verle después de tantos años de ausencia mutua, reconcilie el presente con la memoria, y por un momento creí tener todo en la tranquilidad acostumbrada.

Su llegada, así como lo inesperado de la misma, no tenían una justificación plenamente aceptable, empero, no seria yo quien desdeñara su presencia… quizá, acaso la imaginación febril aun me tendería nuevas jugarretas y trampas tan dulces como abominables, ante las cuales no podría detenerme.

Así, los días se sucedieron lentamente, casi a cuentagotas… y, cada noche se convertía en un martirio, al estar ella tan cercana a mi alcoba.

Mi padre, hombre de gran sentido del acogimiento, designaba habitaciones para nuestros huéspedes con todas las comodidades posibles, incluyendo la asistencia de algún miembro de la familia en caso de necesitar ayuda. Paulette, por ser casi de mi edad, fue instalada cerca mió, donde una delgada pared falsa nos separaba… entonces, cada que el sopor reinaba en la casa, yo permanecía por horas despierto, reconociendo de memoria los contornos de su cuerpo húmedo al salir de la tina de mármol blanco en la cual se bañaba; el roce de las suaves toallas que la envolvían temblorosa y perlada de agua; estudiando la variación de su respiración, sus compases, sus diferentes volúmenes, sus estertores y suspiros… y, me desvivía por tener a mi lado ese aliento exhalado por su boca y fundirlo con el mió… tal como lo hiciera en nuestros tiempo de inocencia próxima a la agonía…

Ella, en cada día que la luz acariciaba sus pupilas y tostaba dulcemente sus mejillas dándole ese tono sanguinolento de eterna agitación, huía de mi presencia anhelante de la suya… y, cada nuevo día que se alzaba con alboradas doradas y nubes desesperadas cargadas de ensoñaciones grises y húmedas, pesadas igual que mi deseo, yo me preguntaba el porque su corazón permanecía cerrado a la piedad, cerrado como una flor sobre la cual ha llovido llanto y que no quiere abrirse, a causa de las tristezas pasadas y de las venturas ofrecidas.

¿Por qué volvía el rostro y apartaba los ojos de mi alma, que necia en volver a ella lacerada, mendiga de ternura, le gritaba su naufragio en la noche negra, y esperaba de sus ojos divinos el esplendor de la resurrección?

¿Es que acaso, Paulette, fue tan grande mi error de haberte amado antes de saber lo que era el amor? ¿Fue un error el haber fijado en ti mi corazón y mi celo, mi pensamiento entero y amarte de la forma irracional y primitiva tal como lo hice? ¿Paulette, fue ese amor lo que te paralizó y te hizo tan bella, dura y fría como el mármol, o como ese jade verde que colorea las pupilas de tus ojos?

Recordé por un momento esa tarde primera en la cual nuestra inocencia se perdió entre las filadas astillas de ese antiguo monasterio al pie de nuestra colina, el mismo sitio en el cual ella me salvó, mas niños, de ser aplastado por las enormes vigas de cedro… rememoro aun mientras caminábamos entre los viejos patios el olor a madera que se impregno en sus cabellos, con las motas de aserrín revueltas entre ellos, cual copos de nieve suspendidos en el follaje de un pino de oscura corteza y negros ramajes, las manos lastimadas por arrojarse al suelo y detener mi marcha… fue entonces, cuando vi el dolor derramado en su sangre, llorando las palmas de sus manos las lagrimas carmesí de vida, envuelta en el blanco sudario de la divina muerte.

Recuerdo haber tomado en mis manos las suyas para revisarlas y quitar los restos de astillas cruelmente encajadas en su piel y carne, llorando sobre ellas para enjuagarlas, pues tal era mi congoja por el daño que habías sufrido al salvarme. Saque mi pañuelo blanco de seda para partirlo en dos, y vendarle con los pedazos…

Después, quizá por consolar su dolor, o quizá mayormente por suprimir el mió, gire y le atraje a mi; al tenerla en mis brazos, no sabia que los actos propios de un adulto me estaban vedados, pero aunque lo supiera, jamás hubiera podido, por medio alguno, alejar de mi el deseo que me cegaba, y me perdí en los abismos de aquellos ojos cerrados, en el salvajismo de su boca, en la ternura de su cuerpo lleno de delicias aun prohibidas y no descubiertas, con piel de seda, suave y nívea, bañada en el mármol opaco y pálido de las viejas mitologías… la poseí entre dolor e inmenso placer. Le arranque de un solo tajo de la pureza de su alma de niña, y la deposite burdamente y sin destreza en el cenit del amor temprano, entre interminables estertores de placer, de caricias agotadoras y de interminables besos, de palabras ardientes y de reposos entrecortados… terminamos ahí, tendidos sobre nuestros ropajes, exhaustos y bañados de sudor, con el cuerpo moteado de besos y caricias crueles… y casi me pareciera ver aún en su piel las marcas de ese primer amor ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………...


Finalmente, después de interminables noches, oí su llamado, acudiendo al lecho, arrodillado ante ella, en la noche tormentosa de lamentos etéreos y de luminiscentes relámpagos que cruzan raudos el cielo… y sentada entre los pliegues de la cama, oculta por la tela delgada del mosquitero que pareciera formar un halo de niebla, temblorosa y acosada por una fiebre extraña y un terror inexplicable… los ojos desorbitados, fosforeciendo en resplandores fríos de fuego fatuo, indicaban al vació, mientras con las manos atenazaba las sabanas satinadas que cubrían su cuerpo, como si estas fueran el único escudo ante un terrible embate.

Contemplándole por un momento, me acerque lo más cautelosamente posible y pase mi brazo sobre sus hombros. Rígidamente volvió el rostro a mí, y acercando la boca a mi oído, murmuro en forma casi ininteligible, que necesitaba de mi compañía…

Paulette… mas fácil hubiera sido arrancarme de los brazos de la muerte alada y blanca, que de tu boca posesiva.

Y, ofreciendo tus labios a los míos, tan vehementemente como hace ya tantos años lo hiciste en esa capilla oscura y húmeda, intentaba resistir, pero solo el dedo del dios pagano podría darme el valor de hacerlo, y, ya es bien sabido que por sus frivolidades, nunca haría algo semejante. Antes bien, te puso en mi camino, al lado de mi habitación, para enfrentarme a un destino detestable e ineludible… amarte aunque en ti jamás brotara ni la mas mínima semilla de ternura y de amor… solo serias una amante incansable esclava de tus propias pasiones, nunca la compañera que mi ser anhelaba…

Había despertado al fin a una nueva alborada… sentía sobre mi pecho el rumor de su respiración tranquila y acompasada. Los cabellos cayendo en desorden por su espalda blanca y esplendida, el temblor de todo su ser, satisfecho y cansado de lujuria y repuesto ya de mi doliente brutalidad, apresándome entre tus miembros…

Con esa alborada de rojas filigranas producto del sol naciente y del capricho de las nubes, sentí sobre mí ser su cuerpo amante y enloquecedor, y con ello, me vino una revelación……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………

Comencé esa mañana alistando mi barca, ese viejo y endeble velero de dos mástiles, con provisiones para un par de días en alta mar, varias vigas sólidas de roble, cuerdas y una suave colchoneta de algodón y plumas.

No era extraño que yo saliera a navegar por unos días en la apoca veraniega, para aprovechar las frescas brisas del mar que se abría frente a los linderos de la casa, que terminaban en abruptos acantilados en la mayor parte, y solo unos cuantos cientos de metros de playa de fina arena clara, mas un pequeño atracadero construido en una caleta. Ahí, la barca quedo preparada para mi pequeño viaje, pero, bien sabía yo que este tendría mucho de diferente a mis anteriores excursiones.

Esa misma mañana en la que pensaba partir, comprobé que su recorrido matutino por la playa de la propiedad, iniciado desde el día siguiente de su llegada, se cumpliera como un ritual, saliendo muy temprano y regresando casi a mediodía… y esa mañana no había sido la excepción, caminando por las suaves arenas bañadas del fresco roció matinal, manchando de barro las plantas desnudas de sus menudos pies y los pliegues del ligero vestido blanco de gasa que la cubría.

Me dirigí nuevamente al puerto, donde quite las amarras que ataban la barca a los pilares del muelle, y con la habilidad que mi experiencia me daba en el control del navío, rápidamente desplegué las velas y lo dirigí a corrientes que me llevaran a mar abierto, mas lo suficientemente cerca de la playa donde Paulette caminaba como para verla y llamarla… fingí la casualidad de nuestro encuentro con una sorpresa muy creíble, y, ya que hacia tiempo le prometiera un paseo a bordo del velero, la llame para que se acercara al bote y lo abordara, pues como las aguas eran de escasa profundidad, no presentaba mayor problema para acercarse y saltar dentro de cubierta apoyada en mi brazo… un gesto que despertó en nosotros el deseo de poseernos y lacerarnos como las bestias que éramos, presas de los instintos…

Sin las mas remota idea de cuanto tiempo había ya transcurrido desde que nos alejamos de la playa y nos internáramos en la claridad de la espuma de ese mar inmenso como el pensamiento… se que poseí su cuerpo antes de desvanecerme, respirando del perfume de violetas que se desprendía de sus cabellos de ébano y del sudor de su piel doliente y ardorosa, impregnada de salada brisa marina, con ese rictus de doloroso placer en la carita menuda de ninfa inocente y de claridad etérea, con la misma belleza amarga y dolorosa como un poema de lagrimas, coronada por los ópalos de oro y ámbar de sus ojos, dos ascuas vivas de penetrante mirada felina, los cabellos hechos un torbellino de negrura y las manos claras y diáfanas como la cera, que resplandecían en contraste con el color de mi pecho…

Me desprendí suavemente de su abrazo, cubriendo con las mantas la desnudez de su espalda, me dirigí hacia la cubierta para respirar el aire del atardecer, frió y lleno de los olores de los corales que, como escollos, salían de la superficie del mar, arrojando al aire las burbujas de la espuma que el agua marina dejaba sobre sus dolorosas y pulidas puntas… y absorto en esa contemplación, que imagine digna de los recuerdos de Odiseo al cruzar el Helesponto, comencé de forma automática con la tarea final que tenia para ese día.

De la bodega de carga extraje las vigas de roble, con las cuales fui formando una rustica base rectangular, de tamaño y forma similar a una cama, solidamente anudado en las esquinas por el rudo lazo marino, y vertiendo grasa y betún para que el agua no las carcomiera tan deprisa. Forme un entramado con las vigas mas cortas que coloque sobre el sólido cuadro de manera que formaran una plataforma, toda ella anudada y cuidadosamente engrasada, rellenando los huecos con las lonas que llevaba de repuesto para el velamen, y encima coloque el mullido colchón de plumas, mas algunas sabana de suave satín y una gruesa pelliza de invierno, de forma que en escasa horas de trabajo, concluí un pequeño pero confortable lecho.

La noche ya perneaba el mar; en el horizonte se atisbaban los resplandores de la luna fundiéndose con el moribundo ámbar del sol, cuyas últimas luces se multiplicaban en los vértices de las olas, cual llama chispeante que salta del acero fundido al ser vertido. Una calma falsa se cernía en esa parte del océano, sin que la más mínima nube opacara la soberanía de la luna que paulatinamente se acercaba al cenit de su expresión.

Permanecí absorto en amargas y confusas reflexiones por horas, hasta que el rumor de la tela en contacto con la madera de cubierta me hizo apartarme de las cavilaciones. Paulette se desperezaba torpemente, como si no quisiera salir de su sueño, frotando sus ojos con una mano, en un gesto sumamente infantil, mientras con la otra sostenía las sabanas que la cubría, dejando solo visibles sus hombros blancos y delicadamente torneados. Dirigió sus pasos a mí, cerca de la barandilla de babor, muy cerca de la proa, y pasó su mano derecha sobre mis hombros, cubriéndome parcialmente la espalda…

Quizá buscaba una platica, algo que referirme sobre las experiencias que teníamos en común, una señal que yo pudiera interpretar como una suplica… pero su alma altiva y orgullosa no le permitía mas que la exclamación de sus deseos, contrastando con la naturaleza de mi espíritu, doliente y humillado, que atendía solo al llamado de una amor que nunca seria palpable ni correspondido… solo acertó a murmurar temas sin sentido, quedando por momentos embelesada con el rumor del mar, y el vaivén de las olas, los ojos fijos devolviendo los destellos del mar y la luz de la luna, con ese aire dubitativo y perdido que en ocasiones la arrancaba de su cuerpo y la transportaba mas allá de donde mi imaginación o mi alma pudieran acompañarla… ese, era el único rasgo de Paulette que podría considerar digno de explorar sin el temor de ser decepcionado o engañado, y era justamente el mundo que jamás conocería………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………..

La madrugada se cernía con una brisa fría del norte, y un ligero agitar en las aguas… las corrientes hacían que se agolpara la espuma por los costados, haciendo que la visibilidad fuera muy nítida a una distancia considerable… en esa misma distancia donde perdiase, como una exclamación, la niebla de la madrugada y los destellos de las estrellas que se marchitaban de forma acelerada. Ya lo había visto en innumerables ocasiones, pareciéndome un espectáculo bello y sublime.

Ya estaba decidido, y esta vez, aunaría a ese espectáculo la única de las estrellas que siempre brillo con luz estéril en mi firmamento, y que fue mi opaca luz en lo que era la penumbra de mi vida…

Recuerdo que me parecía estar meciendo a un pequeño infante en su cuna, mientras acomodaba a Paulette dentro de la balsa que construyera el día anterior, arropándola con todo cuidado y esmero en su vestido de gasa, acostándola entre sabanas satinadas, gruesos edredones y grandes y mullidas almohadas… Es cierto que frente a semejante acto que estaba cometiendo, mi conciencia hipócritamente trataba de verse amable y buscaba algo similar a un consuelo, y para ello trataba de proporcionarle tanta comodidad como fuera posible, y para mi placer, estaba consiguiendo el mas cómodo y espacioso de cuantos féretros se hallan construido jamás…

Aun me parece ver su rostro con una blancura nívea y un gesto dormido que parecía gozoso, los labios húmedos sugiriendo una débil sonrisa, con los parpados inmóviles y las mejillas inyectadas con un ligero rubor que resplandecía como un adorno escarlata en medio de tanta blancura…

Aún lo veo mientras descendía de la barandilla suspendida del pescante de popa, meciéndose lentamente, mientras la cresta de las olas lamía los maderos y chocaba sordamente contra el casco, hasta que fue posada la balsa en la superficie de la mar, alejándose por momentos sobre la marea dulce y acompasada, arrullando con suavidad aquellos cuerpos que se separaban, despidiendo a esos seres que por el fruto del acto prohibido que alguna vez tontamente llamaron amor, ahora se veían obligados infligirse a si mismos un castigo mas lamentable y espantoso de cuantos se pudieran experimentar… solo un “adiós” murmuraron mis labios, y fue todo lo que se escucho diferente a la canción eterna de las aguas, mientras las corrientes marinas y aéreas llevaban por rumbos distintos aquellas masas que se zarandeaban… mis manos aferraban el cable que actuaba como la única línea de unión entre nosotros, hasta que la fuerza de la implacable e infalible naturaleza me lo arrancó, llevándonos a encontrar nuestro ineludible destino.



FIN.

Texto agregado el 27-02-2009, y leído por 82 visitantes. (1 voto)


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