--¿Seguro que no dolerá? --Preguntó Isabel. Se sentía terriblemente asustada, y es que, era su primera vez. En esas condiciones no era capaz de decidir entre seguir adelante o detenerse; en el fondo deseaba incorporarse y salir huyendo de aquella horrible habitación usada antes que ella por quién sabe cuántas más y no volver a ver a ese hombre; por otra parte, dentro de sí había algo que le decía: Hazlo ahora, no dudes más.
Entonces recordaba las palabras de David:
--Mira, si no te decides no me vuelvas a buscar, no tiene caso --Isabel lo escuchó y se sintió indignada.
--Tal parece que eso es todo tu interés --dijo molesta.
--¡Isabel... me ofendes! --respondió David, y eso fue suficiente para doblegarla; hasta se apresuró a ofrecer una disculpa.
--Perdóname, es que... trata de entender, todo esto es tan extraño para mí...
--Bueno, bueno. Está olvidado. Pero no vuelvas a tener esos pensamientos, y toma una decisión ahora mismo, que no pienso seguir perdiendo mi tiempo contigo.
Entendió claramente lo que implicaba tal amenaza; fue por ello que decidió aquella tarde, ya casi entrada la noche, acudir a la cita.
Al menos Isabel puso una condición: que le contara todo con detalle, quería saber paso a paso lo que iba a ocurrir, y David tuvo que aceptar a regañadientes. Mientras explicaba veía el reloj con insistencia, ya había transcurrido media hora desde que tomó la pastilla, si se pasaba el efecto no podría hacer nada y estaría en un verdadero embrollo ¿una nueva toma? ¿esperar de nuevo a que haga efecto? o de plano mandar todo a volar, total, Isabel no era la única.
--¿Ocurre algo? --preguntó Isabel.
--No, no, nada... sólo que... el tiempo transcurre y seguimos como al principio. Yo no puedo esperar más, esto ya se tiene que decidir.
--Perdóname, he sido muy injusta contigo... te he hecho esperar demasiado. Creo que tienes razón, debemos hacerlo ahora --dijo.
Isabel se caracterizó siempre por una gran debilidad de carácter. Era capaz de hacer cualquier cosa con tal de no incomodar a alguien. Cuando, en su infancia, se sentaba a merendar con sus hermanitos y tomaba de la bandeja aquella rosquilla de chocolate que tanto se le había antojado, bastaba con mirar carita de desilusión en cualquiera de ellos para dársela de inmediato y se conformaba con la de azúcar que nunca le había gustado, pero era la única que quedaba. Así había sido ella desde siempre, era algo que no podía superar. Por eso, finalmente daba el sí.
--Bueno, pues... no te vas a arrepentir, ya lo verás --dijo David.
--Dime qué tengo que hacer, tú sabes que no tengo experiencia en esto, supongo que tú si la tendrás...
--Es que... pues... bueno... sí, algo.
--Dime ¿cuántas veces lo has hecho?
--¡Por favor Isabel.. no es momento para hablar de eso!
--Sí, sí.. claro ¡qué tonta soy!
--¡Ya, ya... tampoco es para tanto! pero ¿lo vamos a hacer o no?
David comenzaba a perder la paciencia.
--Va... va... --tomó aire muy profundo y lo soltó lentamente --ahora, ya... ¿qué hago?
--Sólo recuéstate, relájate y abre bien, de lo demás yo me encargo.
Y así llegó al momento tan esperado. Por fin, allí estaba ella, dispuesta, tal como la quería tener, esperándolo. La miró por un momento, secó el sudor de su frente y se dispuso a comenzar. Se agachó y... lo introdujo.
Isabel hizo un movimiento instintivo, como queriéndose zafar.
--Tranquila, tranquila... no te va a doler; tranquila...
David no esperó más, accionó el taladro, pero en cuanto tocó la muela picada de Isabel ella gritó con fuerza.
--¡Ayyy... me duele mucho! ¡Dijiste que no me dolería!
--¡Lo sabía, lo sabía! Pasó el efecto de la maldita anestesia... Sabía que esto iba a ocurrir...
Colmada su paciencia, David lanzó el instrumental sobre la bandeja y abandonó el consultorio. Era todo por ese día, no recibiría a más pacientes.
En la costa del Caribe mexicano, Cancún, México.
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