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Cuando la movida empezaba su primer apogeo, Lima era una ciudad sitiada, el miedo envolvía a la ciudad gris como su manto gris perenne, la contaminación, la suciedad y los ambulantes. El terror estaba en cada aspecto de la vida cotidiana, que transcurría al compas de las bombas y las ráfagas de disparos, el toque de queda, el estado de emergencia, los muertos que anunciaban los periódicos y los noticieros, por miles, y las pintas avivando la lucha armada, la guerra popular.
Y vivir en Lima era estar anestesiado contra la perspectiva del terror y la muerte, los apagones constantes, los estallidos y los gritos en la noche.
Y la universidades estaban tomadas, de noche en los cerros que circulaban nuestra anacrónica y ridículamente llamada, “ciudad de los reyes”, iluminaban la hoz y el martillo en terroríficas hogueras resplandecientes. Y por otro lado estaba la policía y los militares reprimiendo con crueldad y disparando a fantasmas que se agazapaban en la noche, ysi el terror estaba en todos lados, también merodeaba acechante en la movida subterránea. Fue entonces cuando llegaron los intelectuales de izquierda, botas militares y militantes, bolsa artesanal y lentes, una mezcla de punk e intelectual del materialismo dialectico.
Estos tipos sabían hablar, se metían en los grupos a compartir un trago, generalmente hacían muchas preguntas y se hacían simpáticos. Fue así como paso, lenta y sigilosamente los cuadros infiltrados fueron capturando adeptos, eligiendo de manera muy sutil, espíritus atribulados y rebeldes, encauzando la rabia hacia fines ulteriores.
Y tenían un caldo de cultivo perfecto, una energía juvenil y contestataria indoblegable, idealismo sin dirección aparente, y es que en medio de la vorágine del Perú en los 80’s, en la que no se sabia en que crecer y sin la vida garantizada, un pensamiento estructurado, un fin superior y la seducción de la palabra “revolución” envolvería a todos en la vorágine que ellos mismos habían creado.
Fue en un concierto memorable en “La Pena Huascaran”, un local cayéndose a pedazos en el centro de Lima, “Los Cholos” tocaron junto a otras 8 bandas, en uno de los festivales auto organizados del rock subterráneo, el local estaba repleto, el pogo generalizado, botellas de pisco barato rodaban en el piso, el ambiente a sudor de cuerpos y mixtos de pasta y marihuana.
Cristo pobre y los muchachos salieron a tomar aire en la esquina, comentando lo fantástica que había estado la tocada, y entre risas vaciaban en rueda solidaria una botella del “licor de fantasía imita a pisco puro” pisco con tres pasitas solitarias al fondo de la botella…-Porque le llamarían licor de fantasía?- Es que te hace ver huevadas alucinantes. No te acuerdas de los elefantes rosados? Ja,ja!...
Una vez allá en el barrio, en la quinta, los muchachos habían iniciado al soperito en los ritos del pisco con pasitas, este había salido a vomitar afuera de la quinta y regresado histérico gritando que había visto elefantes rosados, los muchachos se rieron en su cara, pero al poco tiempo escucharon una fanfarria de trompetas y tambores y una voz en altavoz…cuando salieron afuera a ver lo que pasaba había una procesión en medio de la calle, danzantes y payasos marchaban, una chica en mallas encima de un caballo, y en medio del grupo dos elefantes primorosamente cogidos de cola y trompa, un vozarrón de feria anunciaba circo en Magdalena para las fiestas patrias, los muchachos se encogieron de hombros y les dieron la bienvenida al barrio con una lluvia de pedradas, la botella vacía de pisco con pasitas le cayó a un payaso bien gordo en la cabeza.
Y Cristo pobre rie, se caga de risa recordando y alza su botella. –Salud por el ;pisco con pasitas!- Y cuando levantaba su botella en brindis imaginario, se encuentra la cara fiera de un policía mirándolo desde un porta tropas blindado, alrededor de la pena Huascaran la calle ha sido cerrada, patrullas y unidades de asalto toman sigilosamente la calle, los muchachos escuchan un petardo estallar con un ruido infernal, y con solo cambiar miradas saben lo que hay que hacer y al mismo tiempo que a través de un forado en la pena Huascaran saltan sombras armadas con pasamontañas, al mismo tiempo que las unidades de asalto rompen la puerta del local a patadas, los chicos escuchan la voz que les grita.- Alto! Alto carajo!...y como impulsados por un resorte saltan y corren por sus vidas.
Al fondo suenan disparos, gritos y ráfagas de metralla, sirenas, la música de telón que sale ruidosa de la vetusta pena Huascaran, suena un grupo de hardcore que suena aceleradísimo, asi corren el Cristo, el Teniente y el rompewater, los ecos de sus borceguíes contra el piso frio, humedad y orines del Centro de Lima, atrás suyo es el Armagedón, los senderistas infiltrados se abren paso a metrallazos con la furia de la desesperación, las fuerzas especiales de la policía responden con fuego nutrido, civiles atrapados en el fuego cruzado reptan en el piso, otros permanecen boca abajo petrificados por el miedo.
Y mientras los muchachos corren un auto ha estallado en una explosión brutal, lenguas de fuego se alzan atrás suyo y cada uno de sus pasos y latidos es como una ráfaga de batería y un punteo de punk-hardcore, como una descarga de metralla.
Pero ahora solo una patrulla los sigue y les están disparando, con las balas zumbando sobre sus cabezas el Cristo se detiene y en milésimas de segundo se aferra a un poste de luz y da una curva, están en Quilca, corren y se meten a una quinta vieja, hay un sótano, saltan hacia adentro y se esconden adentro de un contenedor de basura.
Huele a mierda, a mierda y comida podrida, a orines, toallas higiénicas. Cristo esconde la cara, cubriéndola de papeles higiénicos usados.
Cuanto tiempo estuvieron ahí? No lo recuerdan, cuando un sexto sentido les dijo que era hora de salir, fue mas un pedo horroroso del rompewater, en verdad no tenían alternativa, la cárcel parecía una mejor posibilidad que comerse ese pedo fatal.
Afuera parecía que nada había pasado, los policías se habían desvanecido, y también los disparos y el ruido, asomaron la nariz de su escondrijo y en la calle se dirigieron a la Plaza Francia, en una de las bancas, caras conocidas estaban reunidas alrededor de una botella, era gente del concierto, les contaron todo con lujo de detalles, como alguien aviso que llegaban los tombos, como en segundos aparecieron pasa-montanas en rostros y sacaron a relucir armas automáticas, el petardo y la fuga de los senderistas como las armas blancas y las drogas fueron arrojadas por una ventana que daba a un callejón, como todos se tendieron al piso boca abajo cuando los terroristas se despidieron con una ráfaga y vivas a la lucha armada, y como al final los policiales entraron y se llevaron a todos , a todos los que no pudieron escapar en el concierto a las oficinas de Seguridad del Estado, en medio de golpes, empujones y culatazos.
Fue así como todo cambio ese día, muchos de los que fueron llevados por la policía no regresaron, ya no se supo de ellos por mucho tiempo o nunca. Y les quedaría ese recuerdo tragicómico, malas noticias, pedos y papeles con caca, terroristas, policías, balas, mas música ruidosa y la sensación en la piel de la mierda entre los ojos, trago barato y asfalto que apesta a orines.


Y un dia llego la feria, la “pestiferia”, un dia trabajadores municipales llegaron a la plaza Tupac Amaru del mercado de Magdalena, retiraron la botella del buen Tupac Amaru, botaron a empujones a borrachos, vagos y malvivientes y cercaron todo el perímetro del parque.
Camiones y gruas se apostaron en esquinas bloqueando el trafico, haciendo aun mas intransitable una zona de por si demencial, y hombres diligentes como hormigas acercaban fierros y planchas de madera de colores festivos.
Corrían los primeros días de julio, temporada de vacaciones y fiestas patrias, y una feria itinerante se instalaba en la plaza Tupac Amaru, una feria de juegos mecánicos desvencijados, stands de pop corn y algodón de azúcar, una casa del terror que no asustaba a nadie, y música estridente y chillona.
Pero definitivamente la feria trajo un renovado ambiente festivo, muy apto para las fiestas patrias, cambio el panorama gris de bancas sucias y jardines descoloridos de la plaza, aunque los muchachos, crueles, se burlaban de sus payasos andrajosos y grotescos, de un faquir flaquísimo y a decir del teniente “con cara de pajero pastrulo” que tragaba fuego y se pasaba alfileres en las mejillas de la patética casa del terror que mas que miedo daba risa.
No obstante, habían varios fulbitos de mano, donde hombres grandes y chicos pasaban todo el tiempo, los mayores apostando la cerveza, los chicos” tirándose la pera” para jugar encarnizados partidos.
Cristo y los Cholos, el soperito y otros muchachos del barrio inmersos en la movida subte, pasaban las tardes ociosas en la feria, la feria pobre, de juegos mecánicos cayéndose a pedazos y atracciones bastante huachafonas, la habían llamado “la pestiferia”, que era una deformación del nombre real: “La Feria Festiva de Magdalena del Mar, la Festiferia”, con atracciones para chicos y grandes y artistas de fama interprovincial, feria apestosa de barrio en toda la extensión de la palabra.
Los muchachos pasaban horas como todos en los fulbitos de mano, a veces apostaban el trago corto, la botella de pisco barato, el refresco instantáneo para mezclarlo, el soperito se había integrado a la movida, y robándole horas a la escuela, la pasaba con los muchachos en borceguíes militares, camisetas negras y jeans, sintiéndose parte de algo, eran “los subtes” y la gente los reconocía en el barrio.
El soperito había estado pensando mucho últimamente, había comenzado a leer libros más intensos. La amistad de Cristo pobre le había abierto un campo nuevo y excitante, y así había descubierto a Nietzsche, a los poetas malditos franceses, a Mariátegui, a Sartre, en fin…un día llevo a la escuela una edición de los sesentas del “Manifiesto Comunista” con su cubierta roja de hoz y martillo y sus fotos de Marx y Engels, era un completo acto de provocación, de rebeldía contra el sistema, fue casi expulsado por ello pero el se sintió bastante orgulloso.
Y Soperito pensaba en eso, y recordaba el dia que le pusieron su apodo…Manongo, un muchacho del barrio tenia la colección más espectacular de revistas pornográficas, el las prestaba y fantaseaba con las mujeres desnudas de ensueño, les inventaba una historia, y las hacia suyas en su mente.
Manongo decidió un día no prestarle mas revistas, y delante de todos en el barrio le recrimino que le devolvía las hojas pegoteadas. –Chibolo, eres un pajero descuidado, no sabes tratara una hembra, ni siquiera a una de papel, dime tu que harías si esta chucha peladita se te pusiera en frente?- Dijo Manongo, abriendo la pagina central de una PLAYBOY con una rubia espectacular abierta de piernas.
-Le besaría el clítoris, le lamería la chucha, me la comería a lenguazos, ahhh,namm,nammm!!
Los muchachos entre risas le dijeron : - Eres un sopero, chibolo sopero, soperito!
Y el apodo quedo ahí para siempre.
El soperito miraba “Las sillas voladoras” en la feria, una niña gordita en vestido blanco primoroso era sujetada a la silla por el operador del juego, luego las sillas comenzaron a girar lentamente y a elevarse progresivamente.
Era uno de esos días raros donde Lima se acuerda que hay sol y cielo, un día despejado de cielo azulino gris y pocas nubes blancas pese al ligero frio de julio, los destellos del sol brillaban en el campanario alto dela iglesia próxima, en el asfalto que diríase pulido de su mugre por la luz solar, en ese vaho delicioso, una brisa rara venia con olor a mar y cielo, luz y alegría en la feria…Debía ser así la felicidad, la gloria como la pintan en los cuadros, rostros alegres en los que brilla el sol…Pero las cadenas de las sillas voladoras estaban cubiertas de herrumbre y chirriaban espantosamente ahora que las sillas se han elevado y la linda gordita pasa muy alto y rápido haciendo adioses con la mano.
Y soperito ve la cadena chirriar, n ruido seco y ve a la niña salir disparada del circulo, literalmente volando en su silla voladora con la cadena colgando como la cola de una cometa, pasa sobre su cabeza a una velocidad inaudita y se estrella con estrepito en el asfalto duro.
Lo que siguió fue un remolino de curiosos, gritos de pánico de padres y niños asustados, voces que llamaban a una ambulancia, a la policía, a quien sea. Y alrededor de la niña caída y del operador de las sillas voladoras, y en medio del escándalo, Cristo y los suyos se retorcían de risa de lo que llamaban “La sacada de mierda más espectacular” que jamás habían visto en sus vidas.
Soperito un poco afuera de la turba, trataba de volver en si de la impresión de la caída que había visto con tanto detalle, y entonces la vio ahí, también apartada de la turba de curiosos, mirando llena de asombro y curiosidad, pelo rubio suelto brillando al sol, ojos brillantemente azules y delgada como un cervatillo, un poco asustada también.
Entonces pensó que era una criatura de ensueño, no eran los elefantes rosados, ni el día extrañamente celeste e intenso, tampoco los ángeles andaban en bicicleta en el mercado de Magdalena en una feria espantosa, y olvidando todo alrededor la contemplo con todo su ser. Y vio y sintió muchas cosas que comprendió a medias, veladamente, el mundo alrededor se desvanecía como poca miserable cosa y al mismo tiempo todo estaba vivo y tenía sentido.
Y ella sintiéndose observada volteo y lo vio, y se vieron por un instante y el bajo los ojos intimidado, no supo que hacer, algo en su ser le dijo de dichas inmensas, de cielos, luces sobre el mar y al mismo tiempo sintió que se asomaba a un abismo aterrador que no había visto ni en sus peores pesadillas, e impulsado por un resorte o instinto corrió como nunca lo había hecho en su vida, Huyendo de la aparición, huyendo de si mismo? El no lo sabía, atravesó la feria atropellando gente que no le prestaba la mayor atención, cruzo la calle de su escuela, sorteo el trafico demencial de Magdalena, su corazón latía desesperadamente, atravesó la feria atropellando gente que no le prestaba la mayor atención, cruzo la plaza, cruzo la calle de su escuela, sorteo el trafico demencial de Magdalena, su corazón bombeaba agitado, y solo paro cuando sus piernas y sus pulmones le ordenaron hacerlo, y estaba frente al mar, en el muro antiguo de cemento del malecón Espinar, en el límite del distrito de Magdalena con San Miguel, la costa de Lima ante sus ojos en un atardecer hermoso y trágico, el sol comenzaba a ocultarse y las luces y las sombras le daban a todo una atmosfera de irrealidad, a lo lejos estaba la isla de San Lorenzo, hacia el otro lado el morro solar donde la gran cruz ya se iluminaba, y mientras la noche caía, se asomo al abismo de esos acantilados que se alzan como una muralla frente al mar turbio, y sobre piedras, arena y cemento cayeron sus lagrimas, completamente solo, lagrimas de miedo y felicidad.



Texto agregado el 26-02-2009, y leído por 274 visitantes. (0 votos)


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