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Inicio / Cuenteros Locales / neige / El hombre que no sabía reírse de sí mismo.

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Desde pequeño le gustaba dibujar rostros. “Tienes mano para las caricaturas, podrías llegar a ser un buen dibujante humorístico”, le decía su padre admirando la facilidad con que captaba el lado irrisorio de cada persona. Otra de sus gracias: hacer reír a toda la familia cada vez que se ponía a imitar los gestos de quienes salían de la casa apenas éstos cerraban la puerta, aunque dejó de hacerlo cuando su padre, en vez de decirle como él se lo esperaba, que podría llegar a ser un excelente mimo, comentó que reírse estaba muy bien, pero no a costa de los demás. Esta observación lo hirió profundamente, ya que si bien era capaz de gozar riéndose de los demás, tenía su propia persona en gran estima y no aceptaba ningún tipo de agravio.

De todos modos, siguió adiestrándose con sus amiguitos, especialmente en el colegio, al provocar la hilaridad de sus compañeros burlándose de los profesores y de gran parte de entre ellos. Con el tiempo fue perfeccionando esta aptitud imitativa, hasta que llegó a bastarle un pequeño gesto,- levantar una ceja, estirar los labios, mostrar los dientes-, para desatar la risa de quienes lo conocían bien. Porque ese lado burlón sólo lo destinaba a sus íntimos, consagrando su don a la reproducción de gestos refinados y elegantes para entregar la mejor imagen de sí mismo al resto de la sociedad.

Sin embargo, de tanto reiterar sus imitaciones, éstas fueron convirtiéndose con los años en una segunda naturaleza, y pasados los cincuenta, empezaron a salírseles sin darse cuenta. A veces, en medio de una conversación, quienes ya lo habían visto burlarse parodiando gestos y actitudes ajenas, se sorprendían al ver una mueca imitativa de alguna persona presente, mueca que duraba apenas, y que el resto de la asistencia tomaba en general por un tic nervioso.

Finalmente, ese hombre de maneras elegantes y refinadas fue convirtiéndose en un personaje grotesco que gesticulaba en medio de las conversaciones y que ya no hacía reír a nadie, ni siquiera a sí mismo. Y que al contrario, sufría enormemente, ya que era incapaz de comprender el porqué de ese rechazo.



Texto agregado el 26-02-2009, y leído por 411 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
10-08-2012 Este cuento no deja de sorprender porque quien hace de la burla de los demas una costumbre no puede cosechar cosas buenas,al quedarse solo no entendio que el siempre se rio de los otros y nunca de él y eso lo dejó solo. exelente el cuento y valió contarlo para que aprendan aquellos que solo se rien de lo ajeno y nunca de lo propio jefpacheco22 jefpacheco22
05-03-2012 Muestra a alguien que prefiere divertir a sus amigos a costa de los defectos de otras personas, olvidándose de su vocación artística más importante: la caricatura. Muy bien pudo haber desembocado en la pintura, pero tal vez, su sentido gregario se lo impide, empujándolo a ser un mimo. Y como el arte se venga de quien lo desprecia, al final de su vida carece de la protección de su obra. Saludos. fragoncum
07-04-2011 Me gustó mucho. Había una frase (ya no me la acuerdo) que decía algo así como "vemos una manchita en el otro e ignoramos la grande nuestra". aberas
21-08-2009 Me gusto mucho, creo que muchas veces somos ese pequeño en algunas situaciones. Gracias por el cuento me hizo reflexionar. pupri
06-08-2009 eS un buen cuento, que a mi parecer entraña algo más que una anécdota irrisoria. Me pareció una metáfora del estancamiento, de la imitación y la mantención de una cultura un tanto errada, que ya en los últimos pasos de nuestra existecia, podemos recién vislumbrar fafner
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